Bloque II. Textos

23 julio 2013

BLOQUE II. FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
TEMA 3: LOS CONFLICTOS SOCIALES Y LAS IDEOLOGÍAS.
1.- CAMBIOS SOCIALES. BURGUESÍA Y PROLETARIADO.

(1) UN EJEMPLO DE LOS PRIMEROS EMPRESARIOS TEXTILES
La vía británica puede ilustrarse mejor con un ejemplo. El más grande de los primeros industriales del algodón fue sir Robert Peel (1750-1830), quien a su muerte dejó una fortuna de casi millón y medio de libras -una gran suma para aquellos días- y un hijo a punto de ser nombrado primer ministro. Los Peel eran una familia de campesinos yeomen de mediana condición quienes, como muchos otros en las colinas de Lancashire, combinaron la agricultura con la producción textil doméstica desde mediados del siglo XVIII. El padre de sir Robert (1723-1795) vendía aún sus mercancías en el campo, y no se fue a vivir a la ciudad de Blackburn hasta 1750, fecha en que todavía no había abandonado por completo las tareas agrícolas. Tenía algunos conocimientos no técnicos, cierto ingenio para los proyectos sencillos y para la invención (o, por lo menos, el buen sentido de apreciar las invenciones de hombres como su paisano Jeames Hargreaves, tejedor, carpintero e inventor de las spinning-jenny), y tierras por un valor aproximado de 2000 a 4000 libras esterlinas, que hipotecó a principios de la década de 1760 para construir una empresa dedicada a la estampación de indianas con su cuñado Haworth y un tal Yates, quien aportó los ahorros acumulados de sus negocios familiares como fondista en el Black Bull. La familia tenía experiencia: varios de sus miembros trabajaban en el ramo textil y el futuro de la estampación de indianas, hasta entonces especialidad londinense, parecía excelente. Y, en efecto, lo fue. Tres años después -a mediados de la década de 1760- sus necesidades de algodón para estampar fueron tales que la firma se dedicó ya a la fabricación de sus propios tejidos; hecho que, como observaría un historiador local, es «buena prueba de la facilidad con que se hacia dinero en aquellos tiempos». Los negocios prosperaron y se dividieron: Peel permaneció en Blackburn, mientras que sus dos socios se trasladaron a Bury donde se les asociaría en 1722 el futuro sir Robert con algún respaldo inicial, aunque modesto, de su padre.
Al joven Peel apenas le hacia falta esa ayuda. Empresario de notable energía, sir Robert no tuvo dificultades para obtener capital adicional asociándose con prohombres locales ansiosos de invertir en la creciente industria, o simplemente deseosos de colocar dinero en nuevas ciudades y sectores de la actividad industrial. Sólo la sección de estampados de la empresa iba a obtener rápidos beneficios del orden de unas 70.000 libras al año durante largos períodos, por lo que nunca hubo escasez de capital. Hacia mediados de la década de 1780 era ya un negocio muy sustancioso, dispuesto a adoptar cualesquiera innovaciones provechosas y útiles, como las máquinas de vapor. Hacia 1790 -a la edad de cuarenta años y sólo dieciocho después de haberse iniciado en los negocios- Robert Peel era baronet, miembro del Parlamento y reconocido representante de una nueva clase: los industriales. Peel difería de otros esforzados empresarios del Lancashire, incluyendo algunos de sus socios, principalmente en que no se dejó mecer en la cómoda opulencia -cosa que podía haber hecho perfectamente a partir de 1785—, sino que se lanzó a empresas cada vez más atrevidas como capitán de industrias. Cualquier miembro de la clase media rural del Lancashire dotado de modesto talento y energía comerciales que se metiera en los negocios de algodón como lo hizo Peel, difícilmente hubiera esperado conseguir mucho dinero con rapidez. Es quizá característico del sencillo concepto de los negocios de Peel el hecho de que durante muchos años después de que su empresa iniciase la estampación de indianas, no dispusiera de un taller de dibujo, es decir, Peel se contentó con un mínimo imprescindible para diseñar los patrones sobre los que asentaba su fortuna. Cierto es, en aquella época se vendía prácticamente todo, especialmente al cliente nada sofisticado nacional y extranjero.
Entre los lluviosos campos de Lancashire apareció, así, con notable rapidez y facilidad, un nuevo sistema industrial basado en una nueva tecnología, aunque, como hemos visto, surgió por una combinación de la nueva y de la antigua. Aquella prevaleció sobre ésta. El capital acumulado en la industria sustituyó a las hipotecas rurales y a los ahorros de los posaderos, los ingenieros a los inventivos constructores de telares, los telares mecánicos a los manuales, y un proletariado fabril a la combinación de unos pocos establecimientos mecanizados con una masa de trabajadores domésticos dependiente.
Fuente: E. J. Hobsbawn (1977), Industria e Imperio, Ariel, pp.60-62.

(2) TRABAJO EN UNA FÁBRICA DE TEJIDO DE ALGODÓN EN MANCHESTER
“ … En esta fábrica trabajaban mil quinientas personas, y más de la mitad tienen menos de quince años. La mayoría de los niños están descalzos. El trabajo comienza a las cinco y media de la mañana y termina a las siete de la tarde, con altos de media hora para el desayuno y una hora para la comida. Los mecánicos tienen media hora para la merienda, pero no los niños ni los otros obreros…
Cuando estuve en Oxford Road, Manchester, observé la salida de los trabajadores cuando abandonaban la fábrica a las doce de la mañana. Los niños, en su casi totalidad, tenían aspecto enfermizo; eran pequeños, enclenques e iban descalzos. Muchos parecían no tener más de siete años. Los hombres en su mayoría de dieciséis a veinticuatro años, estaban casi tan pálidos y delgados como los niños. Las mujeres eran las de apariencia más saludable, aunque no vi ninguna de aspecto lozano… Aquí vi, o creí ver, una raza degenerada, seres humanos achaparrados, debilitados y depravados, hombres y mujeres que no llegarán a ancianos, niños que nunca serán adultos sanos. Era un espectáculo lúgubre…”
CHARLES TURNER THACKRAH: Los efectos de los oficios, trabajos y profesiones, y de las situaciones civiles y formas de vida, sobre la salud y la longevidad (1832).

(3) LAS CONDICIONES DE LA CLASE OBRERA A FINES DEL SIGLO XIX
“¿Quién se atrevería a sugerir que la situación es todavía hoy la misma? En el pasado reciente -nos estamos refiriendo a una situación que existió hace sólo treinta o cuarenta años-, una jornada laboral de catorce o quince horas no era inusual, tanto en la producción doméstica como en la fábrica. Hoy día la duración del trabajo no es superior a doce horas efectivas, y ésta es demasiado larga. La ley francesa la ha fijado en esta cifra; la ley suiza la ha reducido a once horas; en Inglaterra es menos de nueve horas y media; en París y en todas las ciudades cercanas, en numerosas ocupaciones no excede de diez horas; en las minas está generalmente por debajo de esta cantidad y en muchas fábricas varía entre diez horas y media y once horas. Así, pues, de las veinticuatro horas del día, el obrero tiene trece para sus propias necesidades y, si deducimos el descanso nocturno y las comidas, tiene de tres a cuatro horas para atender a sus propios asuntos, para la vida familiar, diversiones, conversación y lectura, además de tener el sábado completamente libre. Contrariamente a lo que a menudo se proclama, esto difícilmente puede ser considerado como esclavitud, y es probable que pronto, en toda Europa, la jornada efectiva de trabajo será en todas partes reducida a diez horas o a sesenta horas de las 168 de la semana, no mediante la legislación, sino por las peticiones de las partes afectadas; deduciendo nueve horas por día para dormir y comer, el obrero será libre para disfrutar de 45 horas por semana. Cualquier mejora mayor sólo sería alcanzada incurriendo en grandes inconvenientes; es necesario estar en guardia contra la raza amarilla, los chinos y los Japoneses, sin mencionar a los hindúes, quienes cuando posean nuestras artes mecánicas y descubrimientos industriales mostrarán, quizá, a los obreros europeos y a los de los Estados Unidos, mediante crueles lecciones, la necesidad del duro trabajo, la sobriedad y la moderación…»
P. LEROY BEAULIEU: Essai sur le répartition des richesses et sur la tendance á une moindre inégalité des conditions. París (1881).

(4) LA VISIÓN DE MARX
En la manufactura y en el oficio, el obrero se sirve de la herramienta; en la fábrica sirve a la máquina. En los dos primeros casos el movimiento del medio del trabajo dimana del obrero, mientras que en el último es el obrero quien tiene que seguir al movimiento. En la manufactura los obreros son miembros de un mecanismo vivo. En la fábrica existe un mecanismo independiente de ellos al cual incorporan como secuela viva. “El triste tormento de un trabajo infinito, que repite siempre el mismo proceso mecánico, se asemeja al trabajo de Sísifo. El peso del trabajo cae, lo mismo que la roca, constantemente sobre el obrero extenuado.» El trabajo mecánico, a la par que mantiene en tensión extrema el sistema nervioso, coarta el juego total del sistema muscular y cohíbe toda actividad corporal y espiritual. El mismo alivio de trabajo se convierte en instrumento de tortura, puesto que la máquina no libera al obrero del trabajo, sino que vacía al trabajo de contenido. Toda producción capitalista que sea no sólo proceso de trabajo si no a la vez proceso de incremento del capital, tiene como característica común el que no es el obrero quien aplica la condición del trabajo, sino que es a la inversa la condición del trabajo quien aplica al obrero; pero sólo con la introducción de la maquinaria adquiere esta inversión técnica una realidad palmaria (…)
La sumisión técnica del obrero al funcionamiento uniforme del medio de trabajo y la composición peculiar del cuerpo de trabajo por individuos de ambos sexos y de distintas edades, crean una disciplina de cuartel que se transforma en régimen de fábrica perfecto y que desarrolla en su plenitud el trabajo ya antes indicado de la inspección suprema, es decir la división inmediata de los obreros en obreros manuales e inspectores, en soldados de la industria y en oficiales de industria. La principal dificultad en la fábrica automática está en conseguir la necesaria disciplina que haga renunciar a los hombres a sus hábitos de irregularidad respecto al trabajo y que los identifique con la constante regularidad del gran autómata. Pero la empresa de redactar un código disciplinario ajustado a las necesidades y al ritmo del sistema automático, y el aplicarlo con éxito, era una empresa digna de Hércules, ¡y ésta es la noble obra de Arkwrigth! Aún hoy día en que el sistema está organizado en toda su perfección, es casi imposible hallar entre los obreros que han pasado de la edad de la pubertad auxiliares adecuados para el sistema automático. El código de fábrica, en que el capital formula su autocracia sobre el obrero por propia ley privada y despóticamente, sin la división de poderes tan a gusto de la burguesía, y sin el sistema representativo, aún más de su agrado, es sólo la caricatura capitalista de la regulación social del proceso del trabajo, que se convierte en necesaria al implantarse la cooperación en grande escala y el empleo de medios de trabajo comunes, especialmente la maquinaria. El lugar del látigo del esclavo lo ocupa ahora el código penal del capataz. Todas 1as penas se resuelven naturalmente, en penas pecuniarias y en descuentos de jornal. Y la agudeza legislativa de los Licurgos de fábrica hace que la infracción de sus leyes les procure un rendimiento, mayor, si es posible, que su observancia.
C. Marx, El Capital, 1867-94

(5) LA CUESTIÓN DE LA MUJER
«El punto con el que no concuerdo con Crítica social es que la cuestión de la mujer es, en el fondo, considerada exclusivamente una cuestión económica y que será resuelta con la solución de aquélla. Si mañana tuviera el hombre una situación sumamente favorable, dirá a su esposa: «Yo gano bastante para mí, para ti y para los hijos; no es necesario que dejes la casa y los hijos para ir a trabajar; quédate en casa, descansa y cuida de tu familia». Y la mujer, educada como el hombre en la consideración exclusiva del aspecto económico de esta cuestión y no en el aspecto de la dignidad, la paridad, libertad, independencia, influencia en la familia y la sociedad, hallará justo dicho razonamiento y actuará en consecuencia… ¿Qué se habrá ganado limitando el problema femenino a la solución de su problema económico?… Las mujeres no tendrán más derechos que aquellos que conquisten, no gozarán de más libertad que la que han defendido día a día y en cada momento. Las mujeres deben exigir una absoluta equiparación con sus socios; deben exigir integrarse en la administración de las grandes federaciones obreras y de sus direcciones. Durante las agitaciones electorales, políticas y administrativas deben integrar a los programas electorales los problemas que preocupan a la mujer; las mujeres deben negar sus votos en las asambleas si estos puntos no se aceptan lealmente ni imponen a los candidatos.”
Discurso de ANNA MARÍA MOZZONI (1892).

2. EL NACIMIENTO Y DESARROLLO INTERNACIONAL DEL MOVIMIENTO OBRERO.
(6) EL MOVIMIENTO OBRERO
La rebelión de los obreros contra la burguesía ha comenzado en seguida del desarrollo industrial y ha atravesado diversas fases […]. La primera, la más grosera, la más horrible forma de tal rebelión, fue el delito. El obrero vivía en la necesidad y la miseria y veía que otros estaban mejor que él. Su mente no alcanzaba a comprender por qué él, que, sin embargo, hacía más por la sociedad que un rico holgazán, debía sufrir en tales condiciones. La miseria vencía su natural respeto por la propiedad, y robaba. Vemos cómo al extenderse la industria aumentó la delincuencia, cómo el número anual de los detenidos está en continua relación con el consumo del algodón.
Pero pronto comprendieron los obreros que tal método no llevaba a nada. Los delincuentes podían protestar solo separadamente, solo como individuos, por medio del robo, contra el orden de la sociedad existente; toda la fuerza de la sociedad se echaba sobre cada individuo separadamente, lo aplastaba con violencia despiadada. Por otra parte, el robo era la más incivil e inconsciente forma de protesta, y por esto no fue más la expresión general de la opinión pública de los obreros, aunque ellos pudieran aprobarlo secretamente. La clase obrera inició la oposición contra la burguesía cuando se opuso con la fuerza a la introducción de las máquinas, hecho que sobrevino, de pronto, al comienzo del movimiento industrial. Los primeros inventores, Arkwright, etc., fueron así perseguidos y sus máquinas destrozadas; más tarde, hubo contra las máquinas una cantidad de rebeliones, en las que se produjo lo que en la de los tipógrafos bohemios de junio de 1844: las fábricas fueron demolidas y rotas las máquinas.
Aun esta forma de oposición era solo aislada y limitada a ciertas localidades, y se dirigía contra un aspecto particular del actual estado de cosas. El fin momentáneo era alcanzado, el peso entero de la fuerza social recaía sobre los malhechores inermes y los castigaba a voluntad, mientras las máquinas eran implantadas más que nunca. Se debía buscar una nueva forma de oposición.
Para esto sirvió una ley, emanada del viejo Parlamento de los tories, todavía no reformado y oligarca, ley que más tarde, cuando fue sancionada legalmente, por el bill de reformas, la contradicción entre la burguesía y el proletariado, y la burguesía se elevó como clase dominante, no pasaría ya más por la Cámara baja. Esta ley pasó en el año 1824 y anuló todos los acts por los que hasta entonces estaban vetadas las uniones entre obreros. Estos obtuvieron el «derecho de libre asociación», que hasta entonces pertenecía a la aristocracia y a la burguesía. Asociaciones secretas, verdaderamente, habían existido siempre entre los obreros, pero no habían podido alcanzar grandes resultados. En Escocia, entre otras, como relata Symonds (Art and Artisans, p. 137), ya en 1812 tuvo lugar en Glasgow un paro general de tejedores que, por medio de una asociación secreta, fue conducido con éxito. Fue repetido en 1822, y en esta ocasión, a dos obreros que no se habían adherido a la asociación, y que por ello fueron considerados por los asociados como traidores a su clase, se les echó vitriolo a la cara, por lo que perdieron la vista. Todavía en 1818 la asociación de mineros escoceses era bastante fuerte para poder vencer en un paro general. Estas asociaciones hacían prestar, a sus socios, un juramento de fidelidad y de reserva, tenían registros regulares, caja, contabilidad y ramificaciones locales. Pero la reserva con que se trataba todo esto impedía su desarrollo. Cuando los obreros obtuvieron, en 1824, el derecho de libre asociación, bien pronto estas uniones se extendieron por toda Inglaterra y se hicieron fuertes.
En todas las ramas de la industria se formaron tales uniones (Trade-Unions), con el objeto declarado de proteger a los obreros contra la tiranía y el abandono de la burguesía. Sus fines eran: fijar el salario y, en masse, pactar, como potencia, con los patronos, regular el salario según la ganancia del patrón, elevarlo, dada la oportunidad, y sostenerlo igualmente alto en toda rama aislada de trabajo; por esto, tales uniones tuvieron cuidado de convenir con los capitalistas una escala general de salarios a observarse y de negar trabajo a cualquiera que se excusaba de adherir a esta escala. Además, por la limitación del empleo de los aprendices, tuvieron cuidado de mantener siempre activa 1a demanda de obreros, y con esto, alto el salario: en lo posible, se oponían a la insidiosa disminución del salario hecha por los fabricantes por medio de la introducción de nuevas máquinas e instrumentos, etc., y, por fin, sostenían pecuniariamente a los obreros sin trabajo. Esto último se realiza, indirectamente, en la caja de la unión o mediante una tarjeta en que se inscribe 1a necesaria legitimación, y con la cual el obrero pasa de una región a otra, siendo socorrido por sus compañeros de oficio e informado sobre la mejor oportunidad de obtener trabajo […].
Si era posible y si resultaba ventajoso, los compañeros de oficio de un distrito se reunían también en una federación, y tenían, en épocas determinadas, reuniones de delegados. En casos especiales se intentó reunir a los compañeros de un oficio de toda Inglaterra en una sola gran unión, y muchas veces, principalmente en 1830, reunir en una asociación general a los obreros de todo el Imperio con las organizaciones particulares de todos los oficios. Estas organizaciones no resistieron mucho, y solo raramente, por poco tiempo, tuvieron éxito en algo, porque solo una agitación extraordinaria está en condiciones de hacer posible y real tal unión.
Los medios que estas uniones usan para alcanzar sus fines son los siguientes: Si uno o varios patronos se niegan a pagar el salario fijado por la asociación, se les envía una delegación o se presenta un petitorio (se ve que los obreros saben reconocer la potencia del patrón, señor absoluto en su pequeño estado); si tal paso no conduce a nada, la asociación ordena suspender el trabajo y todos los obreros vuelven a sus casas. Este paro (turn-out o strike) es parcial si es de uno o algunos, o general si todos los patronos se niegan a regular el salario según las propuestas de la asociación. Los medios legales de la unión duran largo tiempo, especialmente si sobreviene el paro con la denuncia previa. Pero estos medios legales son ciertamente muy débiles, puesto que hay obreros que están fuera de la asociación o se dejan ganar por la burguesía por ventajas momentáneas.
Particularmente en los paros parciales, el fabricante puede fácilmente reclutar entre éstos ovejas repugnantes (llamadas knobsticks), y con esto hacer infructuosos los esfuerzos de los obreros unidos. Comúnmente, estos knobsticks son amenazados por los miembros de la asociación, reconvenidos, golpeados o maltratados, es decir, intimidados de toda manera. Se sigue una querella, y ya que la burguesía amante de la ley tiene también, hasta ahora, la fuerza de la asociación, por medio del primer act ilegal, mediante la primera querella judicial contra sus miembros, es casi siempre rota.
La historia de estas uniones es una larga serie de derrotas obreras, interrumpidas por pocas victorias aisladas.
(F. ENGELS, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845, Madrid, Akal, 1976, p. 248.)

(7) LA COMUNA DE PARÍS
La delegación del Trabajo y del Cambio, compuesta exclusivamente de socialistas revolucionarios, se propuso como objeto «el estudio de todas las reformas que puedan introducirse, ya en los servicios públicos de la Comuna, ya en las relaciones de los trabajadores, hombres y mujeres, con sus patronos; la revisión del Código de comercio y de las tarifas aduaneras; la transformación de lodos los impuestos directos e indirectos; el establecimiento de una estadística del trabajo».
Pedía a los ciudadanos los elementos de todos los decretos que propondría a la Comuna. El delegado Léo Frankel, se hizo asistir por una comisión de iniciativas compuesta de trabajadores. Abriéronse en todos los distritos registros de informes para las ofertas y las demandas de trabajo. A petición de muchos obreros panaderos, la delegación hizo suprimir el trabajo nocturno, medida de higiene tanto como de moral. Preparó un proyecto de liquidación del Monte de Piedad un decreto concerniente a las retenciones sobre los salarios, y apoyó el decreto relativo a los talleres cerrados por sus propietarios. El proyecto entrega gratuitamente sus prendas a las victimas de la guerra y a los necesitados.
Los que se negaran a invocar este último título, debían recibir su prenda a cambio de una promesa de reembolso dentro de un plazo de cinco años. El informe decía al final: «Queda bien, sentado que a la liquidación del Monte de Piedad debe suceder una organización social que dé a los trabajadores garantías reales de auxilio y apoyo en caso de falta de trabajo. La implantación de la Comuna exige nuevas instituciones reparadoras que pongan al trabajador al abrigo de la explotación del capital».
El decreto que abolía las retenciones sobre los salarios ponía fin a una de las más escandalosas iniquidades del régimen capitalista, ya que estas multas eran infligidas frecuentemente, con el más fútil pretexto, por el propio patrón, quien de este modo era juez y parte.
El decreto relativo a los talleres abandonados devolvía a la masa desposeída la propiedad de su trabajo. Una comisión investigadora, nombrada por las cámaras sindicales, debía hacer la estadística y el Inventario de los talleres abandonados que hablan de volver a manos de los trabajadores. Así, «los expropiadores se transformaban en expropiados». El siglo XX verá esta revolución. Cada progreso del maquinismo nos acerca a ella. Cuanto más se concentra la explotación en pocas manos, más se apiña y disciplina el ejército del trabajo; muy pronto, la clase de los productores, consciente y unida, no encontrará ante sí más que un puñado de privilegiados, como la joven Francia del 89. El revolucionario socialista más encarnizado es el monopolizador.
Es indudable que el decreto contenía ciertas lagunas y requería serias explicaciones, sobre todo en cuanto al artículo de las asociaciones cooperativas a quienes debían entregarse los talleres. No era tampoco, como el otro, aplicable en estos momentos de lucha, y necesitaba multitud de decretos complementarios; pero, por lo menos, daba una idea de las reivindicaciones obreras, y aunque no tuviese en su haber más que la creación de la comisión del Trabajo y del Cambio, la revolución del 18 de marzo hubiera hecho más por el trabajador que todas las asambleas burguesas hasta entonces reunidas a partir del 5 de mayo de 1789.
La delegación del Trabajo quiso ver claro en las compras de la Intendencia. Demostró que las rebajas pesaban sobre la mano de obra y no sobre los beneficios de los contratistas, que venden a cualquier precio, seguros de desquitarse siempre a expensas del trabajador. «¡Y la Comuna es bastante ciega para prestarse a tales maniobras! decía el informe. ¡Y, en estos momentos, el trabajador se hace matar por no sufrir más esa explotación!». El delegado pidió que los cuadernos de cargos indicasen el precio de la mano de obra, que las compras se hiciesen preferentemente a las corporaciones obreras, y que los precios fuesen señalados arbitralmente de acuerdo con la Intendencia, la Cámara sindical de la corporación y el delegado del Trabajo.
Para vigilar la gestión financiera de todas las delegaciones, la Comuna instituyó en el mes de mayo una Comisión superior de contabilidad encargada de fiscalizar sus cuentas. Decretó también, como hemos visto, que los funcionarios o abastecedores culpables de concusión, depredación o robo, fuesen llevados ante un Consejo de guerra.
Lissagaray, Historia de la Comuna de 1871, Madrid, 1970
(8) LA I INTERNACIONAL
Considerando:
Que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la misma clase obrera.
Que la lucha por la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios ni monopolios de clase, sino para establecer idénticos derechos y deberes para todos y destruir toda dominación clasista.
Que la sumisión económica del obrero con respecto a los propietarios de los medios de producción, es decir, de las fuentes de la vida, es el fundamento de la esclavitud en todas sus formas: la miseria social, la atrofia espiritual y la dependencia política.
Que la emancipación económica de la clase obrera constituye por ello el gran fin último al que debe supeditarse todo movimiento político.
Que todos los esfuerzos orientados a este fin han fracasado hasta ahora por falta de unidad entre los muchos ramos del trabajo en cada país y por la carencia de una federación fraternal entre las clases obreras de los diferentes países.
Que la emancipación de la clase obrera no es una tarea local ni nacional sino social, que abarca todos los países en los que exista la sociedad moderna y cuya solución depende de la cooperación práctica y teórica de los países más avanzados.
Que el movimiento obrero que actualmente se desarrolla en los países industriales de Europa, a la vez que despierta nuevas esperanzas, constituye una seria advertencia contra una recaída en los viejos errores y urge la inmediata unión de todos los movimientos aún desunidos.
Por estos motivos;
Los abajo firmantes, miembros del Consejo elegido por la Asamblea celebrada el 28 de septiembre de 1864 en Saint Martin’s Hall, en Londres, han tomado las medidas necesarias para fundar una Asociación Internacional de Trabajadores.
Declaran que esta Asociación Internacional, así como todas las asociaciones e individuos que a ella se adhieran, reconocen la verdad, la justicia y la moral como su norma de comportamiento entre sí y para con todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad.
Consideran como un deber que cada uno alcance los derechos humanos y cívicos no solo para ellos, sino para que todos cumplan con sus deberes. Ni deberes sin derechos, ni derechos sin deberes.
Con este espíritu han redactado el Reglamento provisional de la Asociación Internacional:
ESTATUTOS
Artículo 1° Se constituye una Asociación para establecer un centro de comunicación y de cooperación entre los obreros de diferentes países que aspiran a un mismo objeto, a saber: la ayuda mutua, el progreso y la completa libertad de la clase obrera.
Artículo 2° El nombre de esta Asociación será: Asociación Internacional de los Trabajadores.
Articulo 3º En 1865 tendrá lugar en Bélgica la reunión de un congreso general. Este congreso deberá hacer conocer a Europa las comunes aspiraciones de los obreros; determinar el Reglamento definitivo de la Asociación Internacional; examinar los medios mejores para asegurar el éxito de su trabajo y elegir el Consejo General de la Asociación. El congreso se reunirá una vez al año.
Artículo 4º El Consejo General residirá en Londres y estará compuesto por obreros representantes de las diferentes naciones que formen parte de la Asociación Internacional. Comprenderá, según las necesidades de la Asociación, los miembros de oficina, tales como presidente, secretario general, tesorero y secretarios particulares para las diferentes naciones.
Artículo 5° En cada congreso anual, el Consejo General hará una relación pública de los trabajos del año. En caso de urgencia, se podrá convocar el congreso antes del tiempo fijado.
Artículo 6.° El Consejo General establecerá relaciones con las diferentes asociaciones de obreros, de modo que los obreros de cada país estén constantemente al corriente de los movimientos de su clase en los otros países; que una encuesta sobre el estado social se haga simultáneamente y en un mismo espíritu; que las cuestiones propuestas por una sociedad, y cuando la discusión sea de interés general, sean examinadas por todos, y que cuando una idea práctica o una dificultad internacional reclame la acción de la Asociación, ésta pueda obrar de una manera uniforme. Cuando le parezca necesario, el Consejo General tomará la iniciativa de someter proposiciones a las sociedades locales o nacionales.
Artículo 7° Ya que el éxito del movimiento obrero no puede asegurarse en cada país más que por la fuerza resultante de la unión y la asociación; y que, por otra parte, la utilidad del Consejo General depende de sus relaciones con las sociedades obreras, sean nacionales o locales, los miembros de la Asociación Internacional deberán hacer todo lo posible, cada uno en su país, para reunir en una asociación nacional las diversas sociedades de obreros existentes, y para crear un órgano especial.
Se entiende que la aplicación de este artículo está subordinada a las leyes particulares que rigen cada nación. Pero, salvo los obstáculos legales, ninguna sociedad local, está dispensada de mantener relación directa con el Consejo General de Londres.
Artículo 8° Hasta la primera reunión del congreso obrero, el Consejo elegido en septiembre obrará como un Consejo General provisional. Intentará poner en comunicación las sociedades obreras de todos los países. Agrupará los miembros del Reino Unido. Tomará las medidas provisionales para la convocatoria del congreso general. Discutirá con las sociedades locales o nacionales las cuestiones que deberán llevarse al congreso.
Artículo 9º Cada miembro de la Asociación Internacional, cambiando de país, recibirá el apoyo material de los miembros de la Asociación.
Artículo 10° Aunque unidas por un lazo fraternal de solidaridad y cooperación, las sociedades obreras no dejarán de existir sobre las bases que les sean particulares.
Por el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores’ El presidente, Odger. —El secretario general, Cremer. —El tesorero, Wheeler.
Preámbulo y Estatutos de la Asociación internacional de Trabajadores, Londres, 24 de octubre de 1871 (redactados sobre el borrador de 1864, elaborado por Marx en «Obras escogidas», II, págs. 14-15).
LA SEGUNDA INTERNACIONAL
(9) LA CELEBRACIÓN DEL 1° DE MAYO
«Se organizará una gran manifestación en fecha fija, de tal manera que simultáneamente en todos los países y en todas las ciudades en el mismo día convenido, los trabajadores pedirán a las autoridades la reducción, mediante una ley, de la jornada de trabajo a ocho horas, y que se lleven a efecto las demás resoluciones del Congreso de París. En vista de que una manifestación análoga ha sido ya aprobada para el primero de mayo de 1890 por la Federación Norteamericana del Trabajo (American Federation of Labor) en su congreso celebrado en San Luis en diciembre de 1888, se adopta esta fecha para la manifestación internacional. Los trabajadores de los distintos países realizarán la manifestación en las condiciones que les sean impuestas por la situación especial de cada país.”
Resolución del Congreso de París de la II Internacional, 1889.

(10) LA INTERNACIONAL COMUNISTA
El Segundo Congreso de la Internacional Comunista acuerda que las condiciones de ingreso en la misma son las siguientes:
1. La propaganda y la agitación cotidianas deben tener un verdadero carácter comunista. Todos los órganos de prensa que se hallen en manos del Partido deben ser redactados por comunistas seguros, que hayan demostrado su fidelidad a la causa de la revolución proletaria (…)
6. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Tercera internacional tiene la obligación de desenmascarar no sólo el social-patriotismo descarado, sino también la falsedad y la hipocresía del social-pacifismo: demostrar sistemáticamente a los obreros que, sin el derrocamiento revolucionario del capitalismo, cualesquiera que sean los tribunales internacionales de arbitraje, las conversaciones sobre la reducción de los armamentos y la reorganización «democrática» de la Sociedad de Naciones, no salvarán a la humanidad de nuevas guerras imperialistas-
7. Los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista están obligados a reconocer la necesidad de una ruptura total y absoluta con el reformismo y con la política del «centro» y a propagar esta ruptura en los círculos más amplios del Partido. Sin esto es imposible una política comunista consecuente (…)
8. En la cuestión de las colonias y de las nacionalidades oprimidas es necesaria una línea singularmente precisa y clara de los partidos de aquellos países cuya burguesía domina a dichas colonias y oprime a otras naciones. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Tercera Internacional tienen el deber de desenmascarar sin piedad los subterfugios de «sus» imperialistas en las colonias, de apoyar de hecho, y no de palabra, todo movimiento de liberación en las colonias, de exigir que salgan de estas colonias sus imperialistas, de educar a los obreros de su país en un espíritu de verdadera fraternidad hacia los trabajadores de las colonias y nacionalidades oprimidas y de llevar a cabo una agitación sistemática entre sus tropas contra toda opresión de los pueblos coloniales.
9. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista tiene la obligación de realizar una labor comunista sistemática e insistente dentro de los sindicatos, de las cooperativas y de otras organizaciones obreras de masas. En el seno de los sindicatos es necesario formar células comunistas que, mediante un trabajo prolongado y tesonero, deben conquistar dichas organizaciones para la causa del comunismo. Estas células tienen el deber de desenmascarar en toda su labor cotidiana la traición de los social-patriotas y las vacilaciones del «centro». Estas células comunistas deben estar completamente subordinadas al conjunto del Partido-
10. Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista tienen el deber de luchar tenazmente contra la «Internacional» de Ámsterdam de sindicatos amarillos. Deben propagar insistentemente entre los obreros organizados en los sindicatos la necesidad de romper con la Internacional amarilla de Ámsterdam. Deben apoyar, por todos los medios, la naciente organización internacional de sindicatos rojos adheridos a la Internacional Comunista (…)
13. Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista deben estructurarse a base del principio del centralismo democrático. En la época actual de exacerbada guerra civil, el Partido Comunista sólo podrá cumplir con su deber si está organizado del modo más centralizado, si rige dentro de él una disciplina férrea, rayana en la disciplina militar, y si el centro del Partido es un organismo autorizado, prestigioso y con amplias atribuciones, que goce de la confianza general de los miembros del Partido (…)
15. Cada uno de los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista tiene el deber de prestar apoyo incondicional a cada República Soviética en su lucha frente a las fuerzas contrarrevolucionarias. Los partidos comunistas deben desplegar una propaganda constante para que los obreros se nieguen a transportar pertrechos bélicos a los enemigos de las Repúblicas soviéticas, realizar una propaganda legal o ilegal entre las tropas enviadas a asfixiar a las Repúblicas obreras, etc. (…)
17. Todas las decisiones de los Congresos de la Internacional Comunista, así como los acuerdos de su Comité Ejecutivo, son obligatorios para todos los partidos adheridos a la Internacional Comunista. La Internacional Comunista, que actúa en condiciones de una exacerbada guerra civil, debe estar estructurada de una manera mucho más centralizada que la Segunda internacional. Además, la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo, en toda su labor, claro está, deberán tener en cuenta la diversidad de condiciones en las que tienen que luchar y actuar los distintos partidos y adoptar decisiones obligatorias para lodos, tan sólo en aquellas cuestiones en las que sean posibles tales decisiones.
18- En relación con todo esto, todos los partidos que deseen ingresar en la Internacional Comunista deben cambiar su título. Cada uno de los partidos que desee entrar en la Internacional Comunista debe llevar este título: Partido Comunista de tal país (sección de la Tercera Internacional Comunista). La cuestión del título no es sólo formal, sino una cuestión de gran importancia política. La Internacional Comunista ha declarado una lucha decidida a todo el mundo burgués y a todos los partidos socialdemócratas amarillos. Es necesario que, para cada trabajador de filas, esté clara la diferencia entre los partidos comunistas y los viejos partidos oficiales «socialdemócratas» o «socialistas» que han traicionado la bandera de la clase obrera (…)
21. Los adherentes de un partido que rechazaran las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional Comunista deberán ser excluidos de sus filas.
Acuerdos de la III Internacional, 1920

3.- SOCIALISMO, ANARQUISMO Y CATOLICISMO SOCIAL.
EL SOCIALISMO UTÓPICO
(11) LAS CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, SEGÚN OWEN
“ En los distritos fabriles es corriente que los padres envíen a trabajar a sus hijos e hijas a los siete u ocho años, en invierno y verano, a las seis de la mañana, a veces cuando aún es de noche y a veces con escarcha y nieve, para ir a las fábricas, que a menudo tienen una elevada temperatura y una atmósfera poco beneficiosa para el organismo humano y donde la mayoría de los obreros trabajan hasta las doce del mediodía; entonces tienen una hora libre para almorzar y luego vuelven para continuar, en la mayoría de los casos, hasta las ocho de la tarde.
Hoy día los niños deben trabajar incesantemente para ganarse la mera subsistencia. Están rodeados de otros niños en las mismas circunstancias, y así, al pasar de la niñez a la juventud, poco a poco se inician, especialmente los hombres, pero a menudo también las mujeres, en los seductores placeres de la droga y la embriaguez; para esto les ha preparado el duro trabajo diario, la falta de mejores costumbres y el vacío total de sus mentes.
Tal sistema de aprendizaje no se puede esperar que produzca más que una población débil en sus facultades físicas y mentales, con hábitos generalmente destructores de su propio bienestar y del bienestar de quienes viven a su alrededor y que matemáticamente destruyen todas las conveniencias sociales.»
ROBERT OWEN: Observations on the Effect of the Effect of the Manufacturing System (1815).
(12) SAINT-SIMON Y LA FUTURA SOCIEDAD
Actualmente, un nuevo orden tiende a establecerse; consiste en trasladar al Estado, convertido en Asociaciones de trabajadores, el derecho a la herencia hoy adscrito a la familia. Los privilegios del nacimiento, que tantos cuidados han recibido, deben desaparecer por completo. El único derecho a la riqueza, es decir, a la disposición de instrumentos de trabajo, será la ‘capacidad’ de los trabajadores (…).
Afirmamos que en el futuro, el único título de propiedad será la “capacidad” de trabajo pacifica; el único título a considerar “las obras”, e incluso añadimos para precisar nuestro pensamiento que para cada propietario, lo que comprende implícitamente esta otra idea, que el único derecho conferido por el título de propietario es la dirección, el empleo, la explotación de la propiedad (…). Si, como proclamamos, la humanidad se encamina hacia un estado donde todos los individuos serán clasificados en razón de su capacidad, y retribuidos según sus obras, es evidente que la propiedad, como hoy existe, debe ser abolida (…).
Doctrine de Saint-Simon, Exposition. Premiére année, 1829.
(13) EL CARTISMO
A los honorables representantes de los Comunes de Gran Bretaña y de Irlanda, reunidos en parlamento. Los habitantes abajo firmantes del Reino Unido declaran que: El Gobierno extrae su origen del pueblo, cuya libertad está destinado a proteger y su felicidad asegurar y debe ser responsable ante él. La única autoridad que permite a los hombres legislar y gobernar la sociedad existe por delegación del pueblo (…) Todo Gobierno que no llegue a realizar su misión fundamental y que no represente plena y enteramente la totalidad del pueblo, obligado a pagar los impuestos necesarios para su sostenimiento y a obedecer las leyes promulgadas por él, es insconstitucional y tiránico; hay que reformarlo o resistirlo.
Vuestro honorable Parlamento tal como está constituido actualmente no ha sido elegido por e! pueblo y actúa sin ser responsable ante él; hasta ahora no ha representado más que a grupos y no ha aprovechado más que a una minoría, sin mirar las desgracias, las injusticias y las peticiones de la mayoría (..,) El régimen actual de representación no es solamente restringido e injusto, está repartido también de una forma desigual pues da una influencia preponderante a los intereses terratenientes y capitalistas y acarrea la ruina completa de los pequeños artesanos y de las clases trabajadoras (…)
En Inglaterra, en Irlanda, en Escocia, en el País de Gales, millares de personas mueren de indigencia. Los abajo firmantes, sabiendo que la miseria es la causa principal de la criminalidad, ven con una mezcla de extrañeza y angustia la insuficiencia de las medidas tornadas en favor de los pobres, de los ancianos, de los enfermos; igualmente sienten gran indignación al ver vuestro honorable Parlamento determinado a proseguir la aplicación de la ley de Pobres, por más que se ha probado abundantemente por una triste experiencia hasta qué punto el espíritu de esta ley es anticonstitucional y anticristiano, y en que medida ha tenido efectos crueles y asesinos en los salarios de los trabajadores y en la vida de los súbditos del reino (…)
En consecuencia, los abajo firmantes, ejerciendo su justo derecho constitucional instan a vuestro honorable Parlamento a poner remedio a los numerosos males (..) y transformar inmediatamente en ley, sin modificación, sin sustraer ni añadir nada, el documento titulado «la Carta del Pueblo» que comprende el derecho a la representación de todos los hombres adultos, la supresión de la obligación de ser propietario para ser elegido, una indemnización para los diputados y la igualdad de distritos electorales.
Petición cartista, 2 de mayo de 1842

EL SOCIALISMO CIENTÍFICO: EL MARXISMO (COMUNISMO)
(14) MANIFIESTO COMUNISTA: EL PROLETARIADO
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.
Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia. Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado.
El proletariado andrajoso, esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, sí bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.
Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletario carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía. Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición. Los proletarios solo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás.
Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional. Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía.
Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su poder.
Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.
La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incrementación constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización. Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables.
(C. MARX y F. ENGELS, El Manifiesto Comunista, 1848, Madrid, Ayuso, 1974; versión de W. Roces.)

(15) LA LUCHA DE CLASES, MOTOR DE LA HISTORIA

“Burgueses y proletarios: Toda la historia de la sociedad humana, hasta hoy, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones.
La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.”
C- MARX-F. ENGELS-. El manifiesto comunista (1848).

(16) LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
«El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con !a mayor rapidez posible las energías productivas.
Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.
Estas medidas no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países.
Para los más progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carácter más o menos general, según los casos:
1. Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolición del derecho de herencia.
4. Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5. Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.
6. Nacionalización de los transportes.
7. Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8. Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.
9. Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material, etcétera.»

(17) EL PROGRAMA DE ERFURT (1891): EL RETORNO DE LA ORTODOXIA MARXISTA
«La evolución económica de la sociedad burguesa condujo, por la fuerza natural de las cosas, a la ruina de la pequeña explotación. Esta ruina separa al trabajador de sus instrumentos de producción y le transforma en un proletario que no posee nada; los medios de producción pasan a ser el monopolio de un número relativamente pequeño de capitalistas y de grandes propietarios…
El número de proletarios se eleva incesantemente, el ejército de reserva obrera es cada vez más considerable, la oposición de explotadores y explotados se agudiza día a día, la lucha de clases de la burguesía y el proletariado se exaspera cada vez más, lucha que separa la sociedad moderna en dos campos hostiles y que caracteriza a todos los países industriales.
El abismo que separa a poseedores y no poseedores se ensancha más aún por las crisis que tienen su principio en la esencia de la producción capitalista…
La lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista es necesariamente una lucha política. La clase obrera no puede librar sus luchas económicas ni desarrollar su organización económica sin derechos políticos, ni mucho menos realizar el paso de los medios de producción a posesión de la colectividad sin el pleno dominio del poder político.
Hacer esta lucha de la clase obrera consciente y unitaria y mostrarle su objetivo necesario, tal es la tarea del Partido Socialdemócrata…
El Partido Socialdemócrata de Alemania no lucha, pues, por nuevos privilegios de clase, sino por la supresión de la dominación de clase y de las propias clases, y por derechos y deberes iguales de todos sin excepción de sexo ni de raza. Partiendo de estas ideas, combate en la sociedad presente no sólo la explotación y la opresión de los trabajadores asalariados sino toda especie de explotación y de opresión y vaya dirigida contra una clase, un partido o una raza.»
Programa del Partido Socialdemócrata alemán aprobado en el Congreso de Erfurt, 21 de octubre de 1891.

LA SOCIALDEMOCRACIA (REVISIONISMO O REFORMISMO)
(18) LAS OPINIONES DE BERNSTEIN SOBRE LA CONQUISTA DEL PODER
«A pesar de los considerables progresos que la clase obrera ha hecho desde el punto de vista intelectual, político y económico, desde los tiempos en que Marx y Engels escribían, yo no la considero, incluso hoy, como bastante avanzada para adueñarse del poder político. Creo mi deber decirlo, tanto más por cuanto, en este sentido, viene introduciéndose en la literatura socialista un canto que amenaza con deformar todo juicio sano y no ignoro que en ninguna parte estaría tan seguro de una apreciación objetiva de mis observaciones como entre los obreros que forman la vanguardia en la lucha por la emancipación de su clase… Sólo los literatos que nunca han vivido en el movimiento obrero podrán tener en estas cuestiones una opinión diferente. De aquí el furor cómico de G. V. Plejanov contra todos los socialistas que no ven desde ahora en la clase obrera lo que su destino histórico les reserva en el porvenir, y que siguen viendo problemas allí donde él ve soluciones que sólo esperan ser aplicadas…
Debemos tomar a los obreros tal cual son. Y la verdad es que, en general, ni han caído en el pauperismo, como lo preveía el Manifiesto Comunista, ni están tan exentos de prejuicios y de defectos como quisieran hacer creer sus admiradores… Esta verdad debiera ser comprendida, en primer lugar, por aquellos que, en lo concerniente a las proporciones numéricas entre la clase pobre y la clase poseedora, gustan darse a exageraciones fantásticas.»
E. BERNSTEIN: Socialismo teórico y socialdemocracia práctica. París, Stock, 1900.

(19) BERSTEIN Y LA CRÍTICA A LA LEY DE ACUMULACIÓN CAPITALISTA
“Que el número de los ricos aumenta y no disminuye no es ninguna invención de los economistas de la armonía burgueses, sino un hecho establecido por las juntas de fijación de impuestos (a menudo para la mortificación de los interesados), un hecho que ya no es posible seguir poniendo en entredicho. Pero, ¿cuál es la significación de este hecho respecto a la victoria del socialismo? ¿Por qué la realización del socialismo debe depender de la refutación? Pues, simplemente, por la siguiente razón: porque el esquema dialéctico parece prescribirlo: porque un poste amenaza desprenderse del andamiaje si se admite que el producto de la plusvalía social se lo apropia un número de poseedores que aumenta y no decrece. Sin embargo, sólo la teoría especulativa resulta afectada por esta circunstancia, que no afecta en modo alguno al movimiento real. Ni la lucha de los trabajadores por la democracia en la política ni su lucha por la democracia en la industria son afectadas por la circunstancia mencionada. Las perspectivas de esta lucha no dependen de la teoría de la concentración del capital en manos de un número cada vez menor de magnates, ni de todo el andamiaje dialéctico del cual es un tramo, sino del crecimiento de la riqueza social y de las fuerzas sociales productivas, en conjunción con el proceso social general y, particularmente, en conjunción con el proceso social general y, particularmente en conjunción con el progreso intelectual y moral de las propias clases trabajadoras.”
EDUARD BERNSTEIN: Evolutionary Socialism, 1899.
(20) LA OPINIÓN DE ROSA LUXEMBURG AL REVISIONISMO DE BERNSTEIN
«La teoría oportunista en el Partido, la teoría formulada por Bernstein, no es más que un intentó inconsciente para asegurar el predominio de los elementos pequeñoburgueses que han ingresado en nuestro Partido para cambiar la política y los fines de éste en su provecho. El problema de reforma o revolución, esta última, meta final de nuestro movimiento, es, básicamente, en otras palabras, el problema del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero. Según Bernstein, la decadencia general del capitalismo parece cada vez más improbable porque, por una parte, el capitalismo muestra una mayor capacidad de adaptación, y por la otra, la producción capitalista se hace más y más variada…
De esta afirmación teórica se deriva la siguiente conclusión general acerca del trabajo práctico de la socialdemocracia. Ésta no debe dirigir su actividad diaria hacia la conquista del poder político, sino hacia el mejoramiento de la condición de la clase trabajadora dentro del orden existente.
La base científica del socialismo descansa, como bien se sabe, en tres hechos principales del desarrollo del capitalismo. Primero, en la creciente anarquía de la economía capitalista, que la lleva inevitablemente a su ruina. Segundo, en la progresiva socialización del proceso de producción, que crea los gérmenes del futuro orden social. Y, tercero, en la creciente organización y conciencia de la clase proletaria, que constituye el factor activo de la futura revolución. Bernstein desecha el primero de los tres soportes fundamentales del socialismo científico. Afirma que el desarrollo capitalista no conduce a un colapso económico general.»
ROSA LUXEMBURG: Reforma o revolución, 1899.

EL ANARQUISMO

(21) LIBERTAD, ESTADO Y GOBIERNO SEGÚN BAKUNIN

“(…) No dudo en decir que el Estado es el mal, pero un mal históricamente necesario, tan necesario en el pasado como habrá de serlo tarde o temprano su extinción completa, tan necesario como lo han sido la bestialidad primitiva y las divagaciones teológicas de los hombres. El Estado no es la sociedad, sino una forma histórica tan brutal como abstracta. Nacido históricamente en todos los países del maridaje con la violencia, de la rapiña, del pillaje en una palabra, de la guerra y de la conquista, con los dioses creados sucesivamente por la fantasía teológica de las naciones, ha sido desde su origen y sigue siéndolo aún la sanción divina de la fuerza brutal y de la iniquidad triunfante.
(…) La revolución es mucho más fácil contra el Estado, porque hay en la naturaleza misma del Estado algo que llama a la revuelta. El Estado es la autoridad, es la fuerza, es la ostentación y la infatuación de la fuerza.
(…) Explotación y gobierno, el primero de los cuales constituye la base necesaria así como el fin de todo gobierno, que a su vez garantiza y legaliza el poder de explotar, son los dos términos inseparables de todo lo que se llama política. Desde el comienzo de la historia, ambos han conformado propiamente la vida real de los Estados: teocráticos, monárquicos, aristocráticos y hasta democráticos. Anteriormente, y hasta la gran revolución de finales del siglo XVIII, su ligazón íntima estaba enmascarada con las ficciones religiosas, leales y caballerescas, pero después de que la mano brutal de la burguesía hubiese desgarrado todos los velos, por otra parte posiblemente transparentes; después de que su soplo revolucionario hubiera disipado todas las vagas imaginaciones tras las cuates la Iglesia y el Estado, la teocracia, la monarquía y la aristocracia habían podido durante tan largo tiempo y tan tranquilamente realizar sus torpezas históricas; después de que la burguesía, aburrida de ser yunque llegó también a su vez a ser martillo; después de que ella inaugurase el Estado moderno; en una palabra, después de todo ello esta ligazón fatal ha llegado a ser para todos una verdad revelada y casi indiscutida.»
MIGUEL BAKUNIN: El imperio Knutogermánico y la revolución social (1871).

(22) LAS DIFERENCIAS ENTRE MARX Y BAKUNIN
«Marx es un comunista autoritario y centralista. Quiere lo que nosotros queremos: el triunfo de la igualdad económica y social, pero en el Estado y por la fuerza del Estado; por la dictadura de un Gobierno provisional, poderoso y, por decirlo así, despótico; esto es, por la negación de la libertad. Su ideal económico es el Estado convertido en el único propietario de la tierra y de todos los capitales, cultivando la primera por medio de asociaciones agrícolas, bien retribuidas y dirigidas por sus ingenieros civiles, y comanditando los segundos mediante asociaciones industriales y comerciales.
Nosotros queremos ese mismo triunfo de la igualdad económica y social por la abolición del Estado y de todo cuanto se llame derecho jurídico, que, según nosotros, es la negación permanente del derecho humano. Queremos la reconstitución de la sociedad y la constitución de la unidad humana, no de arriba abajo por la vía de cualquier autoridad, sino de abajo arriba por la libre federación de las asociaciones obreras de toda clase emancipadas del yugo del Estado.
(…) Hay otra diferencia, esta vez muy personal, entre él y nosotros. Enemigos de todo absolutismo, tanto doctrinario como práctico, nosotros nos inclinamos con respeto no ante las teorías que no podemos aceptar como verdaderas, sino ante el derecho de cada cual a seguir y propagar las suyas (…) No es éste el talante de Marx. Es tan absoluto en las teorías, cuando puede, como en la práctica. A su inteligencia verdaderamente eminente, une dos detestables defectos: es vanidoso y celoso. Le repelía Proudhon, tan sólo porque este gran nombre y su reputación tan legítima le hacían sombra. Marx ha escrito contra él las más nefastas cosas. Es personal hasta la demencia. Dice mis ideas, no queriendo comprender que las ideas no pertenecen a nadie, y que si uno busca bien encontrará que precisamente las mejores, las más grandes ideas, han sido siempre el producto del trabajo instintivo de todo el mundo; lo que pertenece al individuo no es más que la expresión, la forma…
Marx es judío alemán, como muchos jefes y subjefes del mismo partido en Alemania. Desde este punto de vista, por otra parte, los mazzinianos comienzan a asemejarse a los marxistas. Se diría que todos los autoritarios se parecen.»
Carta de Bakunin a su amigo Rubicone Nabruzzi, del 23 de julio de 1872.

(23). LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA O CATOLICISMO SOCIAL
Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna. Todo esto en correlación perfecta con los usos y necesidades tanto de los particulares cuanto de la comunidad, pues que la vida en común precisa de aptitudes varias, de oficios diversos, al desempeño de los cuáles se sienten impelidos los hombres, más que nada, por la diferente posición social de cada uno, Y por lo que hace al trabajo corporal, aun en el mismo estado de inocencia, jamás el hombre hubiera permanecido totalmente inactivo; mas lo que entonces hubiera deseado libremente la voluntad para deleite del espíritu, tuvo que soportarlo después necesariamente y no sin molestias, para expiación de su pecado: «Maldita la tierra en tu trabajo; comerás de ella entre fatigas todos los días de tu vida». Y de igual modo, el fin de las demás adversidades no se dará en la tierra, porque los males consiguientes al pecado son ásperos, duros y difíciles de soportar y es preciso que’ acompañen al hombre hasta el último instante de su vida. Así, pues, sufrir y padecer es cosa humana, y para los hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo, no habrá fuerza ni ingenio capaz de desterrar por completo estas incomodidades de la sociedad humana. Si algunos alardean de que pueden lograrlo, si prometen a las clases humildes una vida exenta de dolor y de calamidades llena de constantes placeres, ésos engañan indudablemente al pueblo y construyen un fraude que tarde o temprano acabará produciendo males mayores que los presentes. Lo mejor que puede hacerse es ver las cosas humanas como son y buscar al mismo tiempo por otros medios, según hemos dicho, el oportuno alivio de los males.
Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Es esto tan ajeno a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente podríase llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas; por el contrario, de la persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la contusión juntamente con un bárbaro salvajismo. Ahora bien, para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos, y, ante lodo, a los deberes de justicia. De esos deberes, los que corresponden a los proletarios y obreros son: cumplir íntegra y fielmente que por propia libertad y con arreglo a justicia se haya estipulado sobre el trabajo; no dañar en modo alguno al capital; no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al defender sus derechos no promover sediciones; no mezclarse con hombres depravados, que alientan pretensiones inmoderadas y se prometen artificiosamente grandes cosas, lo que lleva consigo arrepentimientos estériles y las consiguientes pérdidas de fortuna. Y éstos los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo, ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofía cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Que realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí. E igualmente se manda que se tengan en cuenta las exigencias de la religión y los bienes de las almas de los proletarios. Por lo cual es obligación de los patronos disponer que el obrero tenga un espacio de tiempo idóneo para atender a la piedad, no exponer al hombre a los halagos de la corrupción y a las ocasiones de pecar y no apartarlo en modo alguno de sus atenciones domésticas y de la afición al ahorro. Tampoco debe imponérseles más trabajo del que puedan soportar sus fuerzas, ni de una clase que no esté conforme con su edad y su sexo. Pero, entre los primordiales deberes de los patronos, se destaca el de dar a cada uno que sea justo. Cierto es que para establecer la medida del salario con justicia hay que considerar muchas razones; pero generalmente tengan presente los ricos y los patronos, que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena, no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo «He aquí que el salario de los obreros… que fue defraudado por vosotros, clama; y el clamor de ellos ha llegado a los oídos del Dios de los ejércitos» (Sant. 5. 4). Por último, han de evitar cuidadosamente los ricos perjudicar en lo más mínimo los intereses de los proletarios ni con violencias, ni con engaños, ni con artilugios usurarios; tanto más cuanto que no están suficientemente preparados contra la injusticia y el atropello, y. por eso mismo, mientras más débil sea su economía, tanto más debe considerarse sagrada (…)
No es justo, según hemos dicho, que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común y sin injuria de nadie. No obstante, los que gobiernan deberán atender a la defensa de la comunidad y de sus miembros. De la comunidad, porque la naturaleza confió su conservación a la suma potestad, hasta el punto que la custodia de la salud pública es no sólo la suprema ley, sino la razón total del poder; de los miembros, porque la administración del Estado debe tender por naturaleza no a la utilidad de aquellos a quienes se ha confiado, sino de los que se le confían, como unánimemente afirman la filosofía y la fe cristiana. Y, puesto que el poder proviene Dios y es una cierta participación del poder infinito, deberá aplicarse a la manera de la potestad divina, que vela con solicitud paternal no menos de los individuos que de la totalidad de las cosas. Si, por tanto, se ha producido o amenaza algún daño al bien común o a los intereses de cada una de las clases que no pueda subsanarse de otro modo, necesariamente deberá afrontarlo el poder público. Ahora bien, interesa tanto a la salud pública cuanto a la privada que las cosas estén en paz y en orden; e igualmente, que la totalidad del orden doméstico se rija conforme a los mandatos de Dios y a los preceptos de la naturaleza; que se respete y practique la religión; que florezca la integridad de las costumbres privadas y públicas; que se mantenga inviolada la justicia y que no atonten impunemente unos contra otros; que los ciudadanos crezcan robustos aptos si fuera preciso, para ayudar y defender a la patria. Por consiguiente, si alguna vez ocurre que algo amenaza entre el pueblo por tumultos de obreros o por huelgas; que se relajan entre los proletarios los lazos naturales de la familia, que se quebranta entre ellos la religión por no contar con la suficiente holgura para los deberes religiosos; si se plantea en los talleres el peligro para la pureza de las costumbres por la promiscuidad o por otros incentivos de pecado; si la clase patronal oprime los obreros con cargas injustas o los veja imponiéndoles condiciones ofensivas para la persona y dignidad humanas; si se daña la salud con trabajo excesivo, impropio del sexo o de la edad, en todos estos casos deberá intervenir de lleno, dentro de ciertos límites, el vigor y la autoridad de las leyes. Límites determinados por la misma causa que reclama el auxilio de la ley, o sea, que las leyes no deberán abarcar ni ir más allá de lo que requieren el remedio de los males o la evitación del peligro(…)
El trabajo demasiado largo o pesado y la opinión de que el salario es poco dan pie con frecuencia a los obreros para entregarse a la huelga y al ocio voluntario. A este mal frecuente y grave se ha de poner remedio públicamente, pues esta clase de huelga perjudica no sólo a los patronos y a los mismos obreros, sino también al comercio y a los intereses del Estado; y como no escasean la violencia y los tumultos, con frecuencia pone en peligro la tranquilidad pública. En lo cual lo más eficaz y saludable es anticiparse con la autoridad de las leyes e impedir que pueda brotar el mal, removiendo a tiempo las causas de donde parezca que habría de surgir el conflicto entre patronos y obreros.
De igual manera hay muchas cosas en el obrero que se han de tutelar con la protección del Estado, y, en primer lugar, los bienes del alma, puesto que la vida mortal, aunque buena y deseable, no es, con todo, el fin último para que hemos sido creados, sino tan sólo el camino y el instrumento para perfeccionar la vida del alma con el conocimiento de la verdad y el amor del bien (…) De aquí se deduce la necesidad de interrumpir las obras y trabajos durante los días festivos. Nadie, sin embargo, deberá entenderlo como el disfrute de una más larga holganza inoperante, ni menos aún como una ociosidad, como muchos desean, engendradora de vicios y fomentadora de derroches de dinero, sino justamente del descanso consagrado por la religión (…)
Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación como si fueran cosas para su medro personal. O sea, que ni la justicia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal, que el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuerpo se rinda a la fatiga. Como todo en la naturaleza del hombre, su eficiencia se halla circunscrita a determinados límites, más allá de los cuáles no se puede pasar. Cierto que se agudiza con el ejercicio y la práctica, pero siempre a condición de que el trabajo se interrumpa de cuando en cuando y no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas. Ahora bien, cuánto deba ser el intervalo dedicado al descanso, lo determinarán la clase de trabajo. Las circunstancias de tiempo y lugar y la condición misma de los operarios. La dureza del trabajo de los que se ocupan en sacar piedras en las canteras o en minas de hierro, cobre y otras cosas de esta índole, ha de ser compensada con la brevedad de la duración, pues requiere mucho más esfuerzo que otros y es peligroso para la salud. Hay que tener en cuenta igualmente las épocas del año, pues ocurre con frecuencia que un trabajo fácilmente soportable en una estación es insufrible en otra o no puede realizarse sino con grandes dificultades. Finalmente, lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto, no se le puede exigir a una mujer o a un niño. Y, en cuanto a los niños, se ha de evitar cuidadosamente y sobre todo que entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma. Pues que la actividad precoz agosta, corno a las hierbas tiernas, las fuerzas que brotan de la infancia, con lo que la constitución de la niñez vendría a destruirse por completo. Igualmente, hay oficios menos aptos para la mujer, nacida para las labores domésticas: labores éstas que no sólo protegen sobremanera el decoro femenino, sino que responden por naturaleza a la educación de los hijos y a la prosperidad de la familia. Establézcase en general que se dé a los obreros todo el reposo necesario para que recuperen las energías consumidas en el trabajo, puesto que el descanso debe restaurar las fuerzas gastadas por el uso. Todo contrato concluido entre patronos y obreros debe contener siempre esta condición expresa o tácita que se provea a uno y otro tipo de descanso, pues no sería honesto pactar lo contrario, ya que a nadie es lícito exigir ni prometer el abandono de las obligaciones que el hombre tiene para con Dios o para consigo mismo.
Atacamos aquí un asunto de la mayor importancia, y que debe ser entendido rectamente para que no se peque por ninguna de las partes. A saber, que es establecida la cuantía del salario por libre consentimiento, y, según eso, pagado el salario convenido, parece que el patrono ha cumplido por su parte y que nada más debe. Que procede injustamente el patrono sólo cuando se niega a pagar el sueldo pactado, y el obrero sólo cuando no rinde el trabajo que se estipuló; que en estos casos es justo que intervenga el poder político, pero nada más que para poner a salvo el derecho de cada uno. Un juez equitativo que atienda a la realidad de las cosas, no asentirá fácilmente ni en su totalidad a esta argumentación, pues no es completa en todas sus partes: le falta algo de verdadera importancia. Trabajar es ocuparse en hacer algo con el objeto de adquirir las cosas necesarias para los usos diversos de la vida y. sobre todo, para la propia conservación: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente» (Gen. 3. 19). Luego el trabajo implica por naturaleza estas dos a modo de notas: que sea personal, en cuanto la energía que opera es inherente a la persona y propia en absoluto del que la ejerce y para cuya utilidad le ha sido dada, y que sea necesario, por cuanto el fruto de su trabajo le es necesario al hombre para defensa de su vida, defensa a que le obliga la naturaleza misma de las cosas, a que hay que plegarse por encima de todo. Pues bien, si se mira el trabajo exclusivamente en su aspecto personal, es indudable que el obrero es libre para pactar por toda retribución una cantidad corta; trabaja voluntariamente, y puede, por tanto, contentarse voluntariamente con una retribución exigua o nula. Mas hay que pensar de una manera muy distinta cuando, juntamente con el aspecto personal, se considera el necesario, separable sólo conceptualmente del primero, pero no en la realidad, En efecto, conservarse en la vida es obligación común de todo individuo, y es criminoso incumplirla. De aquí la necesaria consecuencia del derecho a buscarse cuanto sirve al sustento de la vida, y la posibilidad de lograr esto se la da a cualquier pobre nada más que el sueldo ganado con su trabajo. Pase, pues, que obrero y patrono estén libremente de acuerdo sobre lo mismo, y concretamente sobre la cuantía del salario: queda, sin embargo, latente siempre algo de justicia natural superior y anterior a la libre voluntad de las partes contratantes, a saber: que el salario no debe ser en manera alguna insuficiente para alimentar a un obrero frugal y morigerado. Por tanto, si el obrero, obligado por la necesidad o acosado por el miedo de un mal mayor, acepta, aun no queriéndola, una condición más dura, porque la imponen el patrono o el empresario, esto es ciertamente soportar una violencia, contra la cual reclama la justicia. Sin embargo, en estas y otras cuestiones semejantes, como el número de horas de la jomada laboral en cada tipo de industria, así como las precauciones con que se haya de velar por la salud, especialmente en los lugares de trabajo, para evitar injerencias de la magistratura, sobre todo siendo tan diversas las circunstancias de cosas, tiempos y lugares, será mejor reservarlas al criterio de las asociaciones de que hablaremos después, o se buscará otro medio que salvaguarde, como es justo, los derechos de los obreros, interviniendo si las circunstancias lo pidieren, la autoridad pública.
Si el obrero percibe un salario lo suficientemente amplio para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos, dado que sea prudente, se inclinará fácilmente al ahorro y hará lo que parece aconsejar la misma naturaleza, reducir gastos, al objeto de que quede algo con que ir constituyendo un pequeño patrimonio. Pues ya vimos que la cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no es dando por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse inviolable. Por ello, las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad. Con ello se obtendrían notables ventajas, y en primer lugar, sin duda alguna, una más equitativa distribución de las riquezas (…)
Finalmente, los mismos patronos y obreros pueden hacer mucho en esta cuestión, esto es, con esas instituciones mediante las cuales atender convenientemente a los necesitados y acercar más una clase a la otra. Entre las de su género deben citarse las sociedades de socorros mutuos: entidades diversas instituidas por la previsión de los particulares para proteger a los obreros, amparar a sus viudas e hijos en los imprevistos, enfermedades y cualquier accidente propio de las cosas humanas; los patronatos fundados para cuidar de los niños, niñas, jóvenes y ancianos. Pero el lugar preferente lo ocupan las sociedades de obreros, que comprenden en sí todas las demás. Los gremios de artesanos reportaron durante mucho tiempo grandes beneficios a nuestros antepasados. En efecto, no sólo trajeron grandes ventajas para los obreros, sino también a las artes mismas un desarrollo y esplendor atestiguado por numerosos monumentos. Es preciso que los gremios se adopten a las condiciones actuales de edad más culta, con costumbres nuevas y con más exigencias de vida cotidiana. Es grato encontrarse con que constantemente se están constituyendo asociaciones de este género, de obreros solamente o mixtas de las dos clases; es de desear que crezcan en número y eficiencia. Y, aunque hemos hablado más de una vez de ellas. Nos sentimos agrado en manifestar aquí que son muy convenientes y que las asiste pleno derecho, así como hablar sobre su reglamentación y cometido (…)
Efectivamente, se necesita moderación y disciplina prudente para que se produzca el acuerdo y la unanimidad de voluntades en la acción. Por ello, si los ciudadanos tienen el libre derecho de asociarse, como así es en efecto, tienen igualmente el derecho de elegir libremente aquella organización y aquellas leyes que estimen más conducentes al fin que se han propuesto. Nos estimamos que no puede determinarse con reglas concretas y definidas cuál haya de ser en cada lugar la organización y leyes de las sociedades a que aludimos, puesto que han de establecerse conforme a la índole de cada pueblo, a la experiencia y a las costumbres, a la clase y efectividad de los trabajos, al desarrollo del comercio y a otras circunstancias de cosas y de tiempos, que se han de sopesar con toda prudencia. En principio, se ha de establecer como ley general y perpetua que las asociaciones de obreros se han de constituir y gobernar de tal modo que proporcionen los medios más idóneos y convenientes para el fin que se proponen, consistente en que cada miembro de la sociedad consiga, en la medida de lo posible, un aumento de los bienes del cuerpo, del alma y de la familia. Pero es evidente que se ha de tender, como fin principal, a la perfección de la piedad y de las costumbres y asimismo que a este fin habrá de encaminarse toda la disciplina social. De lo contrario, degenerarían y no aventajarían mucho a ese tipo de asociaciones en que no suele contar para nada ninguna razón religiosa. Por lo demás, ¿de qué le serviría al obrero haber conseguido, a través de la asociación, abundancia de cosas, si peligra la salvación de su alma por falta del alimento adecuado? «¿Qué aprovecha al hombre conquistar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt. 16, 26) (…)
León XIII, Encíclica Rerum novarum, 15 de mayo de 1891

TEMA 4. LA EXPANSIÓN DEL CAPITALISMO BURGUÉS.
2. LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

(24) El año pasado, 1925, las Industrias Ford pagaron directamente en salarios unos doscientos cincuenta millones de dólares; nuestras compras de material originaron probablemente el pago de unos quinientos millones de dólares en salarios; las estaciones de aprovisionamiento y los agentes pagaron salarios por valor de unos doscientos cincuenta millones de dólares. De modo que el año pasado la Compañía Ford produjo unos mil millones de dólares en salarios.
Desde que hicimos el primer coche, tardamos aproximadamente veinte años en construir un millón; el que hacia el millón fue terminado el 10 de diciembre de 1915. El 28 de mayo de 1921 terminamos el que hacia los cinco millones. El 4 de junio de 1924 terminamos el que hacía los 10 millones. Desde entonces nuestras fábricas han alcanzado una capacidad productora de más de dos millones de coches por año-
En 1922 comprábamos el triple de las materias que fabricábamos nosotros. Ahora sólo compramos el doble. Hemos elevado el salario mínimo de cinco dólares diarios a seis. Pero nuestros coches se venden el 40 por 100 más baratos que en 1914, año en que nuestro salario medio era de dos dólares y medio diarios. Los coches han disminuido de precio incesantemente, en tanto que el precio de los demás productos ha aumentado. El coche de turismo resulta a unos cuarenta centavos el kilogramo; una máquina de gran perfección, construida con el mayor cuidado y los mejores materiales, cuesta menos por kilogramo que la carne de ternera.
Los beneficios de las Industrias Ford, excepto una cantidad relativamente insignificante, han vuelto a la industria. El público ha levantado nuestras industrias mediante la compra de nuestros productos. El público se suscribió a la industria no con acciones o bonos, sino comprando los artículos que nosotros fabricamos y ofrecemos a la venta (…)
Desde 1921-22, en que fue escrita Mi vida y mi obra, hemos aumentado nuestra capacidad productora de coches y tractores en más del doble. Apenas construimos ahora una sola pieza con los mismos procedimientos o con las mismas materias que entonces. Hemos retrocedido paso a paso hasta las primeras fuentes. Nuestro negocio es la construcción de motores y no otro. Todo lo que hacemos viene a parar a la construcción de motores. Con la Ford Motor Company del Canadá tenemos ahora un total de ochenta y ocho fábricas, de las cuáles, sesenta en los Estados Unidos y veintiocho en países extranjeros. Ninguna de estas fábricas construye un automóvil completo. Veinticuatro de las fábricas de los Estados Unidos se’ dedican exclusivamente a la fabricación y treinta y seis al montaje, o en parte a la fabricación y en parte al montaje (–.)
Nosotros creemos que ninguna fábrica es bastante grande para hacer dos clases de productos. Nuestra organización no es lo bastante grande para construir dos clases de automóviles bajo el mismo techo (…)
Es esencial para la fabricación económica que las piezas sean intercambiables. Nosotros no fabricamos coches Ford completos en ningún sitio. Sólo producimos algunos coches completos en Detroit y solamente para el mercado local. Nosotros construimos piezas y los coches se montan donde han de ser utilizados. Esto implica una exactitud en la fabricación que sobrepasa a cuanto pudiera imaginarse en los viejos días. Si las piezas no ajustan exactamente, el montaje que resulte será una operación inútil y gran parte de la economía proyectada se perderá (…)
Es el trabajo, no el hombre, lo que dirige. Ese trabajo se planea en la mesa de diseñar y allí son subdivididas las operaciones de modo que cada hombre y cada máquina sólo realicen una cosa. Esta es una regla general, pero es flexible, y tiene que aplicarse con sentido común. Si puede inventarse una máquina que realice varias operaciones a la vez, seria un despilfarro tener varias maquinas. Un hombre puede realizar a veces dos operaciones con tanta facilidad como una, en cuyo caso debe realizar las dos.
Se imagina con frecuencia que nuestro sistema de producción se funda en plataformas móviles y transportadores. Nosotros sólo usamos plataformas móviles y transportadores cuando ayudan al trabajo. Por ejemplo, en la construcción de faros no empleamos transportadores porque es tal la índole de las piezas, que pueden conducirse más fácilmente en cajas que por medio de un transportador. Por otra parte, en muchos departamentos los transportadores nos son útiles en extremo, especialmente en los montajes -es decir, para reunir las piezas que componen una unidad-, pues entonces la operación puede iniciarse en un extremo de la plataforma móvil o transportador y se van recibiendo las distintas piezas a medida que ésta se mueve.
La cuestión es conservar todas las cosas en movimiento y que el trabajo coja al hombre y no el hombre al trabajo. Éste es el verdadero principio de nuestra producción, y los transportadores sólo son uno de los muchos medios para conseguir el fin.
La llave de nuestra producción se baila en la inspección. Más del 3 por 100 de todo nuestro personal son inspectores. Esto simplifica la dirección. Todas las piezas se inspeccionan en cada etapa de su producción.
Si se rompe una máquina, a los pocos minutos aparecerá una cuadrilla de obreros para repararla. Los hombres no abandonan su trabajo para ir a buscar herramientas: se les llevan a ellos; pero no suelen necesitar nuevas herramientas ni las máquinas suelen romperse, porque se verifica un trabajo continuo de limpieza y conservación de cada trozo de la maquinaria. Cuando se necesitan nuevas herramientas no hay ningún retraso. Cada departamento está provisto de cámaras de utillaje. En otro tiempo teníamos grandes almacenes generales de suministro de utillaje y los hombres se alineaban en las ventanas para recibir sus herramientas. Esto era un despilfarro. Vimos que con frecuencia nos costaba veinticinco centavos del tiempo de un hombre el entregarle una herramienta de treinta centavos. Por esto suprimimos el almacén central: no se puede pagar un alto salarlo a un hombre por estar esperando a que le den herramientas. Ni tampoco se puede servir al público, lo que viene a ser igual.
El agacharse hasta el suelo para coger una herramienta o una pieza no es trabajo productivo; por lo tanto, todo el material se entrega al nivel de la cintura.
Nuestro sistema de dirección no es realmente sistema; consiste en planear los métodos de realizar el trabajo, así como el trabajo mismo. Todo lo que pedimos a los obreros es que realicen el trabajo que se les pone delante. Este trabajo no excede nunca al que un hombre puede realizar sin fatiga excesiva durante ocho horas. Se le paga bien y trabaja. Cuando el dirigir llega a ser un «problema» es que el planeamiento del trabajo es defectuoso.
H. Ford y S. Crowther, Hoy y mañana, Madrid, 1931

(25) LA ORGANIZACIÓN CIENTÍFICA DEL TRABAJO SEGÚN TAYLOR
“El autor afirma, sin temor a que le desmientan, que esta holgazanería constituye el más agudo de los males que afectan a los obreros de Inglaterra y de América.”
El mismo Taylor explicaba las etapas para poner en funcionamiento su nueva organización científica del trabajo:
1) Hallar de diez a quince obreros (si es posible en distintas empresas y de distintas regiones) que sean particularmente hábiles en el trabajo a analizar.
2) Definir la serie exacta de movimientos elementales que cada uno de estos obreros lleva a cabo para ejecutar el trabajo analizado, así como los útiles y materiales que emplean.
3) Determinar con un cronómetro el tiempo necesario para realizar cada uno de estos movimientos elementales y elegir el modo más simple de ejecución.
4) Eliminar todos los movimientos mal concebidos, los lentos o inútiles.
5) Tras haber suprimido así todos los movimientos inútiles, reunir en una secuencia los movimientos más rápidos y los que mejor permiten emplear los mejores materiales y útiles.»
F. W. TAYLOR: Principles of Scientific Management (1911).

(26) LAS TRES REVOLUCIONES INDUSTRIALES: SIGLOS XVIII, XIX Y XX.

ETAPA IDEOLOGÍA
Antiguo Régimen
FEUDALISMO precapitalísmo
1a Revolución Industrial
CAPITALISMO:
Smith, Malthus y «capitalismo salvaje»
2a Revolución Industrial
GRAN CAPITALISMO: Taylor, Keynesianismo tras 1929
3a Revolución industrial NEOLIBERALISMO

FUENTES DE ENERGÍA
Animales, molinos y maderas
Carbón vegetal y mineral (HULLA)
Petróleo (Rockefeller), Gasóleo (Diesel) y electricidad (Edison)
Nuclear, solar, eólica…

INDUSTRIAS NUEVAS
Textil de lana y lino. Forjas.
Textil del algodón Metalurgia del hierro, Desde 1825: Ferrocarril
QUÍMICA’ Abonos, textiles artificiales; hierro, cobre y aluminio
Nucleares, informáticas, láser, tecnologías

TIPO DE EMPRESAS
Talleres artesanales en ciudad. Domestic System
Pequeñas fábricas locales: Factory System. Desde 1825, primeras grandes empresas de ferrocarril
Grandes empresas MULTINACIONALES: Monopolios, trust, cártel y holding
Multinacionales que investigan (I+D) empresas volátiles

SISTEMA DE TRABAJO
Familiar
maquinismo
Taylorismo: producción en cadena y en serie
Robotización y automatismo

INVENTOS PRINCIPALES
Molinos, arados
J. Watt: máquina de vapor. Stephenson: locomotora . Fulton: barco de vapor
Edison, Bell (Teléfono), Liebig (abonos), Benz, Diesel y Ford (automóvil), etc.
Einstein, Baird (TV), Turing (ordenador) y Clarke (satélites)

TRANSPORTE
Diligencias.
Barco de vela
Canales y carreteras (s. XVIII).
Ferrocarril y barco de vapor (s. XIX)
Coches y camiones (carretera), buques frigoríficos y barcos-factoría. Aviones desde la 1ª G.M.
Era de las telecomunicaciones

COMERCIO
Mercantilismo.
Holanda e Inglaterra
Librecambismo.
GRAN BRETAÑA
Proteccionismo alemán. Imperialismo de Europa, EE.UU. y Japón en Asia y África
Mundialización de la economía: Grandes áreas económicas (UE, TLC)

PAÍSES DOMINANTES
FRANCIA Y
REINO UNIDO
REINO UNIDO
ALEMANIA Y EE.UU.
EEUU, JAPÓN Y UE

CRONOLOGÍA
Hasta s. XVIII
1750-1850
s. XVIII en Gran Bretaña
1825-1870: Europa occidental y EE.UU.
1850-1915
1915-2008

PRINCIPAL SECTOR ECONÓMICO
Primario (agricultura, cereales)
INDUSTRIA Y AGRICULTURA
INDUSTRIA (sector secundario)
Servicios (sector terciario)

AGRICULTURA
Cereales, barbecho, openfield
Individualismo: ENCLOSURES.
Sistema de Norfolk: no barbecho
Abonos y fertilizantes químicos en Alemania. Maquinismo en EE.UU.
Biotecnología y agricultura tecnológica

POBLACIÓN
Natalidad y mortalidad muy altas. Población rural
Natalidad alta y mortalidad media baja. La Explosión demográfica de Europa se compensa con emigración a las ciudades y a EE.UU.
Natalidad media y mortalidad baja. Crece enormemente la emigración a América
Natalidad baja y mortalidad baja. Crecimiento cero

CAPITAL Y BANCOS
Nobleza, Clero y pequeña burguesía USURA
Autofinanciación de los industriales. Aparece la bolsa de Comercio y primeros Bancos Comerciales. Empresas de tipo medio nacionales
Unión de Banca e Industria, Aparecen los primeros bancos Industriales y ayuda del Estado. Multinacionales familiares.
Empresas Tecnócratas, gobernadas por Consejos. Inversiones diversificadas

MOVIMIENTO OBRERO
Revueltas del campesinado
– Ludismo hasta 1825
– Socialismo utópico (Owen, Cabet. Fourier, Saínt -Simon, Blanc) y primeros sindicatos (Trade Unions)
– Cartismo desde 1835 y marxismo desde 1848.
-Socialismo marxista (MARX) y anarquismo (BAKUNIN).
I y II Internacionales obreras en el s. XIX.
III Internacional (s. XX).
-Aparecen los partidos políticos y sindicatos obreros.
-Triunfa la socíal-democracia o socialismo capitalista.
– Principio y fin del sistema soviético.
– Crisis sindical.

3. EL IMPERIALISMO Y LA HEGEMONÍA DE EUROPA.

(27) EL IMPERIALISMO: UNA SOLUCIÓN A LA PRESIÓN DEMOGRÁFICA
“Estaba ayer en el East End (barrio obrero de Londres) y asistí a una reunión de parados. Escuché fuertes discusiones. No se oía más que un grito: ¡Pan, pan! Al revivir toda la escena cuando regresé a mi casa, me sentí todavía más convencido que antes de la importancia del Imperialismo… La idea que más querida me es, es la solución del problema social, a saber: para salvar a los cuarenta millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil, nosotros, los colonizadores, debemos conquistar nuevas tierras para instalar en ellas el excedente de nuestra población, encontrar nuevas salidas a los productos de nuestras fábricas y nuestras minas. El Imperio, como he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si queréis evitar la guerra civil tenéis que convertiros en imperialistas.»
Palabras de CECIL RHODES a su amigo el periodista Stead, pronunciadas en 1895 y recogidas en la revista “Die Neue Zeit», XVI, I, 1898, pág. 304.