Bloque II. Tema 2.1. Los conflictos sociales y las ideologías.

5 agosto 2013

TEMA 3. LOS CONFLICTOS SOCIALES Y LAS IDEOLOGÍAS

1. CAMBIOS SOCIALES. BURGUESÍA Y PROLETARIADO.

1.1.- El proletariado urbano y las nuevas condiciones de vida.

El proletariado es un grupo social cuya subsistencia depende de la venta de su fuerza de trabajo. El proletariado procede del campo (jornaleros y campesinos) y de la ciudad (obreros). El artesanado y los trabajadores domésticos serán también absorbidos por este nuevo grupo social. El proletariado es heterogéneo y diverso, sin identidad propia y sin conciencia de clase.
El proletariado rural va a sufrir también las consecuencias de la Revolución Industrial. De este sector de la población destacamos dos rasgos: En primer lugar el empleo estacional. Había momentos con más trabajo como en la recolección y otros con menos como en la siembra. En consecuencia, los ingresos también eran estacionales, lo que provoca la emigración a la ciudad. En segundo lugar su nivel de instrucción. Si en las ciudades había un alto nivel de analfabetos en el campo había todavía más. Va a ser muy difícil cambiar la mentalidad de los jornaleros.
El proletariado urbano se forma en las ciudades y va a estar sometido a unas condiciones particulares:
a) Sus ingresos y gastos. La única fuente de ingresos era el salario derivado de la venta de su fuerza trabajo. Contribuyen a estos ingresos, además del cabeza de familia, la mujer y los hijos. Las mujeres cobraban la mitad que los hombres; y los niños, la mitad de lo que cobraban las mujeres. Estos niños estaban sometidos a jornadas laborales muy largas que se complementaban con las de los adultos. Los gastos eran principalmente para alimentación. En ocasiones eran víctimas del fraude y estafas alimentarias, con resultado de intoxicaciones y muertes. Se vendía polvo de jabón en vez de azúcar, tierra molida en lugar de cacao o coñac tintado con tinte para la madera. El salario dedicado a la subsistencia básica era deficitario por el exclusivo consumo de pan. En ocasiones el consumo era utilizado por el empresario para ampliar su ámbito de control más allá de la fábrica. En muchas industrias se generaliza la creación de las cooperativas de consumo que son creadas con la finalidad de facilitar al trabajador determinados bienes o servicios a un precio más económico del normal del mercado. Están casi todas apadrinadas por los empresarios por dos motivos: 1. Paternalista. Lleva oculto o implícito la intención por parte del empresario de ampliar el grado de dependencia del trabajador. 2. Creando estas cooperativas de consumo se calmaban las exigencias de incrementos salariales.
b) Las condiciones de trabajo. Tenemos que examinar los siguientes aspectos:
-Horario. En un principio la jornada laboral no era en ningún caso menor de 12 horas siendo lo normal una jornada laboral de entre 14 y 16 horas diarias. Se introduce la jornada laboral de 8 horas tras la 1ªGuerra Mundial.
-Seguridad e Higiene. Los lugares de trabajo eran húmedos, reducidos, sucios, poco o mal ventilados, con escasa iluminación y sometidos en ocasiones a altas temperaturas (según la industria).
-Siniestralidad. Mala calidad de las herramientas, falta de seguridad en las máquinas. Van a estar sometidos a un alto grado de siniestralidad y de enfermedades profesionales. Aparecen dolencias características típicas de cada uno de los oficios: silicosis de los mineros, carbunco de los curtidores.
c) Condiciones de vida. La vivienda no tenía condiciones más favorables que el lugar de trabajo. Las viviendas son estancias de reducido tamaño que se caracterizan por estar compuestas por una única habitación principal en las que se realizan todas las tareas domésticas. El barrio obrero se caracteriza por: Carencia de asfaltado y de alcantarillado, mala iluminación, carecía de abastecimiento de aguas. Esto provoca un alto nivel de mortandad y una serie de consecuencias: El desapego de este grupo social hacia la iglesia y la religión. Ese origen heterogéneo conlleva una perdida de valores y costumbres. Cada uno de estos sujetos proviene de lugares y culturas diferentes y al llegar a las ciudades quiebran estas costumbres. Se empieza a manifestar la necesidad de articular algún mecanismo de protección social ante situaciones de necesidad o desgracias laborales. Empieza a surgir la idea de que éste grupo tiene unas necesidades comunes. Comienza esa mentalidad de clase. Surgen las unidades de beneficencia mutua. El trabajador pagaba una parte de su salario para que su situación de necesidad sea protegida por esas unidades de socorro mutuo. Es el origen de los sindicatos.

1.2.- Los propietarios del capital: la formación de la burguesía.
-Concepto de burguesía.
El término burguesía no es en absoluto reciente, sino que hunde sus raíces en el medievo, y servía para identificar a los habitantes de los burgos, de las ciudades. En los siglos del mercantilismo, del XVI al XVII, la burguesía crece y se desarrolla en plenitud, y es capaz de saltar al siglo XVIII encabezando los procesos, todavía incipientes, de producción mecánica; su sentido político lo adquirió en la revolución francesa. El concepto de burguesía está directamente vinculado al capitalismo y como categoría histórica tiene su tiempo en ese momento. Es la clase que posee la mayoría de los medios de producción y que controla los mecanismos de intercambio de bienes y del tráfico comercial. Se reconoce como grupo concreto, enfrentado a un sistema social dominado por el poder feudal.
Toda una nueva manera de pensar, toda un nuevo sistema de valores fue acogido por ese sector de la sociedad. La mentalidad económica lo invadió todo, de manera que pensamiento y obra se pusieron al servicio de dos máximas fundamentales, la racionalización económica y la economización de la administración.
Los primitivos burgueses, en proceso de enriquecimiento, cumplieron fielmente los mandamientos del puritanismo moral, discreción en el gasto y contención en el disfrute; mientras que una vez enriquecidos, el derroche; la ostentación y el hedonismo se instituyeron como nuevos modos de vida. Sombart, en su obra El burgués (1913), señalaba respecto a la reconversión del burgués en aristócrata: «el burgués engorda y se anquilosa en la medida en que se hace rico, y se acostumbra a usar de su riqueza en forma de rentas y, al mismo tiempo, a llevar una lujosa vida de señorón».

-Clases de burguesía
La burguesía es muy heterogénea. Además, una cosa es que el sistema de valores transcendiera a un grupo general, fuera norma colectiva, y otra muy distinta que toda la burguesía fuera la misma. Dentro de la burguesía existen cuatro grandes grupos:
1. Los rentistas, propietarios de tierras y de deuda pública,
2. La burguesía de los negocios, ya fueran estos financieros o referidos al comercio a gran escala o la gran manufactura.
3. El sector conformado por profesionales, técnicos y altos cuadros de la administración o del ejército.
4. La pequeña burguesía de tenderos, artesanos propietarios de su taller y todos aquellos que constituyen la llamada «clase media», definición por exclusión que se refiere a quienes no son ni capitalistas ni obreros.

2. EL NACIMIENTO Y DESARROLLO INTERNACIONAL DEL MOVIMIENTO OBRERO
2.1. Condiciones socioeconómicas que impulsaron el movimiento obrero
Las condiciones socioeconómicas que se imponen en Europa, tras el éxito de la revolución industrial, produjeron una serie de consecuencias sociales en el proletariado urbano.La intensa concentración proletaria en los núcleos industriales; las condiciones de desarrollo del trabajo tanto por los excesivos horarios como por la situación real del lugar de trabajo; el empleo generalizado de mujeres y niños; salarios bajos en relación a la actividad laboral desempeñada por la abundancia de mano de obra; desvalorización y pérdida del valor individual del obrero al verse absorbido por la máquina; hacinamiento de los obreros en suburbios y barrios periféricos de las grandes ciudades, en viviendas con total falta de higiene y salubridad, condiciones que favorecieron la extensión de enfermedades y epidemias.
Estas condiciones son las que plantearon la cuestión social. Como respuesta a ella surge la necesidad de unión entre los obreros, en movimientos organizados, con estrategias y medidas de reivindicación y de solicitud de cambio y mejora de su situación real. La sociedad en el orden económico de la primera mitad del siglo XIX está definida por una profunda contradicción: en conjunto, se enriquece; sin embargo, la mayoría de la población se empobrece; los salarios bajan y en determinados momentos se hunden literalmente.
La progresiva extensión de la revolución industrial, tanto en Inglaterra como en el continente europeo plantea unas condiciones socioeconómicas que producen el descrédito de la libertad económica, que se convierte en el centro de las críticas. Por oposición, surgen corrientes de ideas que exigen una organización racional de la sociedad. Estas nuevas ideas proponen metas para transformar la sociedad existente, pero no son suficientes para solventar la cuestión social. Así los obreros, más o menos orientados, por los ideólogos, lucharon por conquistar derechos en la sociedad, como el fundamental derecho de asociación, surgiendo en los distintos países europeos amplios movimientos de trabajadores que tratarán de mejorar sus condiciones de vida y de transformar la sociedad clasista.
2.2. El obrerismo desde la teoría
En los estudios de historia contemporánea suele entenderse por movimiento obrero la actividad social y política de obreros y campesinos encaminada a mejorar sus situación en el marco de un determinado tipo de sociedad, la sociedad burguesa que prevalece en los países occidentales a partir de la revolución industrial y a partir de la revolución agraria, que sustituye las antiguas formas de aprovechamiento colectivo del suelo por las nuevas formas de propiedad individual y acotada. Son estos dos hechos los que determinan el nacimiento del proletariado moderno, entendiendo por éste en el ámbito industrial, a aquel trabajador que, no siendo dueño de los medios de producción, recibe del empresario un salario a cambio de su trabajo; el proletario se contrapone, pues, al ‘artesano’ del Antiguo Régimen, que generalmente era dueño de los medios de producción (utensilios del taller).
Tuñón de Lara señala que lo que llamamos en puridad movimiento obrero es «el acto de asociarse los obreros, temporal o permanentemente, con fines profesionales o también políticos, pero siempre en función de la naturaleza obrera».
En el orden campesino se entiende por proletario al trabajador rural que ha quedado al margen de todo vínculo de posesión con la tierra al sobrevenir la revolución burguesa en el campo; es decir, al ser sustituida toda forma de aprovechamiento común, de vinculación feudal a la tierra, etc., por una forma de propiedad plena, individual y acotada. Ahora bien, la distinción entre capitalista y proletario no es en el campo tan tajante como en la industria, como consecuencia de la existencia de variadas formas contractuales que permiten al dueño conservar la propiedad, en tanto que la «utilización» de la tierra pasa a un colono, arrendatario, enfiteuta, etc., a cambio del pago de un canon en dinero o en especie. El auténtico proletario del campo es el «jornalero’1» o «bracero», carente de todo vínculo jurídico, directo o indirecto, con la tierra, que trabaja según las necesidades del propietario o arrendatario.
El punto de partida para entender la significación del movimiento obrero son los tres principios de la sociedad burguesa liberal, contexto en el cual se desarrolla.
1. La igualdad ante la ley. Todos los hombres, cualesquiera que sean las circunstancias de nacimiento o sus bienes de fortuna, deben ser regidos por unas normas comunes de aplicación general; con la formulación de este principio, la sociedad burguesa del siglo XIX dejaba satisfecha su conciencia social.
2. El carácter sagrado de la propiedad individual. Ninguna limitación puede ser establecida, salvo casos excepcionales, en la facultad de libre disposición que cada hombre tiene sobre su propiedad privada. El carácter natural del derecho de propiedad sobre los bienes necesarios para el mantenimiento individual y familiar va a ser extendido por la doctrina liberal a todo patrimonio, cualquiera que sea su volumen y cualquiera que sea el estado de necesidad en que se encuentren sus conciudadanos.
3. El carácter autónomo de toda actividad económica y, por tanto, de toda relación laboral de acuerdo con los principios del liberalismo económico. El Estado no debe intervenir en estas cosas. En consecuencia, la relación entre empresarios y asalariados debe establecerse libremente, de manera estrictamente bilateral, de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda; la igualdad ante la ley, reconocida por ambas partes, lo exige así.
La palabra clave para entender el movimiento obrero es «asociación». En efecto, carente de una situación económica estable, inerme sí comparece aislado -en una relación puramente bilateral- frente al empresario, el proletariado comprende que sólo puede afirmar sus derechos mediante una acción colectiva. Ahora bien, el individualismo burgués había prohibido —al suprimir las viejas ordenanzas gremiales- toda asociación de trabajadores. La derogación de las leyes que prohíben la asociación tiene lugar prontamente en Inglaterra, donde las Trade Unions van a lograr entre 1824-1825 su reconocimiento.
Cronológicamente en el desarrollo del movimiento obrero distinguimos tres fases:
-Primera fase, hasta 1848. Es la época de las primeras asociaciones, de la intervención de los obreros como fuerza de choque de los partidos liberales de izquierda, del llamado «socialismo utópico» (forma del romanticismo que consiste en proponer una sociedad mejor, la armonía entre las clases sociales).
-Segunda fase, hasta los años setenta. Los cuadros dirigentes del movimiento obrero continental son ganados por las doctrinas de los teóricos del obrerismo (Proudhon, Engels, Marx, Bakunin). El movimiento obrero accede al espacio internacional y se llega así a la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores que no sobrevivirá al profundo antagonismo entre federalistas y libertarios (Proudhon-Bakunin) y el socialismo centralista de Marx.
-Tercera fase, tras el fracaso de la Comuna de París (1870) y la AIT (1876). El movimiento obrero experimenta un desarrollo continuado, al hilo de la intensificación de la industrialización de Europa occidental. Las grandes corrientes del movimiento quedan trazadas: hay una dirección estrictamente sindicalista, que no quiere intervenir en problemas políticos y que forma grandes asociaciones nacionales; hay una dirección marxista, escindida entre intransigentes que no tienen inconveniente en aplicar el dogma de la lucha de clases, y reformistas que no tienen inconveniente en recurrir al juego de la democracia parlamentaria mediante la constitución de partidos socialdemócratas; hay una dirección anarquista, de fuerte componente federal que viene de las teorías proudhonianas y que encontrará su teórico en Bakunin; se iniciará una dirección cristiana, basada en la doctrina social de la Iglesia, que va a lograr considerables efectivos en Francia, Bélgica y Alemania.

2.3. Orígenes del movimiento obrero
A fin de caracterizar el movimiento obrero europeo hasta 1848 vamos a estudiar tres casos, como antecedentes del obrerismo internacional.
a) Gran Bretaña.
Como escribe Dolleans, el movimiento obrero en Inglaterra es ante todo una reacción de la clase obrera contra la revolución industrial, un movimiento instintivo de rebeldía contra las condiciones económicas y la miseria.
En Gran Bretaña, las asociaciones de tipo sindical nacen a comienzos de la edad moderna, desarrollándose progresivamente. Aunque una ley de 1718 prohibía las coaliciones obreras, a mediados del siglo XVIII existían en la mayor parte de los oficios especializados. Los trabajadores celebraban reuniones para organizar huelgas o hacer peticiones colectivas a la Cámara de los Comunes relacionadas con los salarios.
Muchas de esas reuniones se celebraban en tabernas. Pero en consonancia con la ideología burguesa de la época, los poderes públicos y los empresarios e industriales, manifestaron en todo momento su oposición a las coaliciones obreras. Así, la legislación desarrollada entre los años 1799 y 1800 prohíbe expresamente toda clase de sociedades, obreras o patronales, aunque, en la práctica, la reglamentación represiva sólo se aplicó a los trabajadores, que fueron repetida y duramente castigados por coaligarse para la consecución de mejoras en los salarios o impedir su reducción. Mientras que las coaliciones patronales para mantener los salarios bajos o reducirlos, disfrutaron del apoyo político y administrativo por parte de los poderes públicos. Durante más de veinte años, los sindicalistas fueron perseguidos como delincuentes o revolucionarios.
Al final de las guerras napoleónicas se había desarrollado el movimiento Ludita, como consecuencia de los salarios de hambre y las infrahumanas condiciones de trabajo. Los trabajadores alquilaban por entonces las máquinas a los patronos y las utilizaban en sus domicilios; la única forma de detener el trabajo consistía en inutilizarlas. Hasta 1817 continuó siendo la fuerza primitiva de la lucha social, hasta el punto que ni la amenaza de pena de muerte para quien destruyese las máquinas lo detenía. Sin embargo, el movimiento obrero autónomo nacerá con la ley de 1824 que establecería el Derecho de coalición, que fue votada por influencia de los Torys reformistas. Comienza entonces un período de auge del tradeunionismo, afirmándose la solidaridad tanto en el plano nacional como en el internacional. Durante el periodo de 1829 a 1832, influenciado por el ejemplo francés, los disturbios son constantes y se constituye un sindicalismo revolucionario.
John Doherty, patrón preocupado por lo social, organiza en 1829 la Unión General de Hiladores y Tejedores de Gran Bretaña, y en 1830 la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo, que abarca a todos los oficios y tiene como finalidad auxiliar a los huelguistas; ésta desapareció al año siguiente de su fundación pero en 1832 resurgió la Unión de la Construcción. En 1833, Owen crea la Unión Consolidada de Oficios. Frente a los movimientos obreros, la patronal responde con lockouts. La Gran Unión, demasiado ambiciosa en sus planteamientos, se desmorona. La oleada de sindicalismo revolucionario sólo condujo a ensayos fugaces.
Este fracaso encauzó a la militancia obrerista a la acción política. Producto de ello fue el “cartismo”, que, sin afirmarse a pesar de todo como socialista, fue esencialmente una agitación de masas, una revuelta elemental contra la miseria, que alcanzó su punto culminante en los periodos de crisis de 1838, 1842 y 1848. La amplitud de este movimiento se debió a la intervención de los obreros, en particular de los tejedores a domicilio arruinados por la competencia industrial. En 1836 surge la Working Men’s Association. Sin embargo, el movimiento cartista acabó hundiéndose desgastado por sucesivas represiones y víctima además de la desunión interna entre los partidarios de una táctica más moderada y los que propugnaban acciones más radicales.
Las Trade Unions desaprobaron el carácter revolucionario del movimiento. Abandonando la política, la elite obrera reemprendió su acción profesional, intentando reconstruir las centrales sindícales con asociaciones de mineros, de oficios unidos o incluso orientándose hacia el cooperativismo. El nuevo sindicalismo, más moderado, fue el resultado de la actividad de una nueva generación de militantes de espíritu más realista.
b) Francia.
El movimiento obrero francés fue, en cambio, fruto de una ínfima minoría. Hasta 1830, la única forma de organización, al lado de algunas sociedades de socorros mutuos, había sido el compagnonnage, asociación obrera de carácter semigremial que tenía sus propios ritos masónicos secretos, pero que a consecuencia de sus irremediables divisiones internas no aportaron en realidad ningún auxilio a los obreros. A partir de 1830, la clase obrera, que tiene la impresión de haber garantizado la victoria de la revolución, toma conciencia de su existencia. Aparecen así los primeros periódicos obreros y se constituyen, bajo la tapadera de sociedades de auxilios mutuos, verdaderas sociedades de resistencia. Poco a poco, los principales gremios de París y Lyon forman sociedades de unión fraternal; así, las huelgas desde 1833 se concertaban entre las distintas ciudades.
De todos modos, la integración de los obreros en las organizaciones republicanas provocó, tras los sucesos de 1834, una disminución del movimiento obrero. Este se desarrolla en el seno de sociedades secretas. Sólo en 1839-1840 la crisis económica provocó, tras una serie de huelgas corporativas, un nuevo despuntar de la agitación. Entonces es cuando se afirma la reivindicación de la jornada de diez horas; con la Cámara Sindical de Tipógrafos de París aparece una sociedad de resistencia verdaderamente eficaz.
Pero, por muy impresionantes que sean algunos movimientos de huelga, seria falso pensar que existió en Francia antes de 1848 un sentimiento coherente de solidaridad obrera. Entre otras causas, la misma heterogeneidad del movimiento obrero francés se oponía a ello. En realidad, no es el obrero de fábrica, por lo general inculto, quien reflexiona sobre las condiciones de trabajo y quien organiza las huelgas más vigorosas, sino el artesano, el sastre, el zapatero, el carpintero, o el tipógrafo. La clase obrera que comienza a tomar conciencia de su unidad y de su fuerza aún no existe, salvo en las grandes ciudades de París o Lyon y muy débilmente en otros lugares.
c) Alemania.
El movimiento obrero no alcanzó la misma amplitud en Alemania que en Inglaterra, pese a la espectacularidad de algunas acciones como la huelga de los tejedores de Silesia. Los tejedores, trabajadores a domicilio, obligados a vender sus productos a negociantes que venden inmediatamente sus mercancías, estaban obligados a realizar onerosos pagos periódicos censitarios, sin hablar de los impuestos del Estado. Su situación se agravó con el transcurso de los años 40, debido al cierre del mercado americano y a la creación de una industria textil en Polonia. La insurrección era sólo el resultado de la tremenda miseria. Los años de la crisis económica estuvieron marcados en Alemania por un elevado número de motines populares, estallidos de desesperación, provocados por el hambre y el paro, y agravados por el odio sentido contra los militares.
El movimiento obrero alemán se gestó en tomo a la creación de múltiples círculos de estudio obreros, bien por iniciativa de jóvenes intelectuales o burgueses comprensivos, pronto desbordados por sus oyentes, o bien por una decisión espontánea de los trabajadores. Frecuentemente animados y preocupados por las reivindicaciones profesionales, no dejan por ello de enfrentarse a las cuestiones generales y a las decisiones políticas. De estos círculos salieron, además, numerosas personalidades que desempeñaron un papel considerable en la dirección del movimiento obrero en 1848.
Asimismo, cabe destacar el papel que los obreros alemanes emigrados desempeñaron en el despertar del movimiento obrero. Del seno de la Liga de Proscritos existente en París, y que agrupaba a un determinado número de obreros e intelectuales alemanes, surgió la Liga de los Justos, cuyos estatutos establecían como objetivo en su artículo 2° la liberación de la patria alemana del sojuzgamiento en que vivía, e invitaban a las clases trabajadoras de todos los países a tomar conciencia de la situación en que se encontraban. Preconizaba la idea de la toma del poder mediante un golpe de mano que condujera a la dictadura del proletariado.
Pero tras la fracasada insurrección de 1839, un elevado número de miembros tuvo que refugiarse en Inglaterra. Aquí se reconstruyó la Liga de los Justos, que se vio afectada por la lucha entre dos tendencias ideológicas, la de Weitlin, marcado por el sello sentimental y utópico, y la de Engels y Marx. Más tarde en 1847, la Liga de los Justos habría de denominarse Liga de los Comunistas, y fue allí donde Marx redactó el famoso Manifiesto comunista, basando el comunismo en el materialismo histórico y la lucha de clases. Así fue como se estrecharon los lazos en el mundo de los emigrados, que la reacción tras la revolución de 1848 rompió finalmente, pero que fundaría la I Internacional en el transcurso de los años 60. Los prohombres más capacitados de Europa eran cada vez más conscientes de la sociedad que unía en todo el continente a los oprimidos y desheredados.
d) España.
– La lucha por la libertad de asociación. La aparición de un primer proletariado moderno con conciencia de clase surge, a mediados de siglo, en el mundo fabril catalán. A fines de siglo, el desarrollo de otros núcleos industriales -minero y siderúrgico- en Asturias y el País Vasco, incrementa el todavía minoritario proletariado industrial. Entre 1820 y 1840,1a conflictividad social en el seno del naciente movimiento obrero se inscribe en la línea de los llamados movimientos mecanoclastas consis¬tentes en la destrucción de las modernas máquinas a las que consideran responsables de la miseria y del paro. Los episodios mejor conocidos son los ocurridos en Alcoy en 1821 y el de la fábrica de Bonaplata en Barce-lona, totalmente mecanizada, que fue quemada por los obreros en 1835.
A partir de 1840, el movimiento obrero, protagonizado por obreros catalanes, conoce un punto de inflexión. Ante el lento pero imparable proceso de industrialización, las nuevas relaciones capital-trabajo y las condiciones de tra¬bajo, los obreros adoptan nuevas formas de respuesta y de organización frente a los problemas de la industriali¬zación: la lucha por la libertad de asociación y la huelga. Durante el Bienio Progresista (1854-1856), la mayor per¬misividad hizo resurgir con fuerza las sociedades de soco-rros mutuos. De nuevo sus objetivos eran la libertad de asociación, la jornada de trabajo, el aumento de los salarios y la constitución de comisiones mixtas (patronos y obreros) de arbitraje para resolver los conflictos. Pero la situación de crisis económica y la conflictividad social estalló en 1855 con la primera huelga general que paralizó los centros fabriles de la ciudad de Barcelona y su comarca.

2.4. La Primera Internacional
Constitución de la AIT
Se reunieron en Londres, con motivo de la Exposición Industrial Universal de 1862, una delegación de obreros franceses con el Consejo Sindical de Londres quedando establecidos los primeros contactos. En julio de 1863, los sindicatos ingleses invitan a los representantes del proletariado parisiense a una manifestación común en favor de la independencia de Polonia, celebrándose la asamblea en Saint-James Hall, proponiendo los delegados franceses (Tolain, Perrachon, Cohadon, Auvert, Murat y Bibal) a los jefes tradeunionistas el organizar una Asociación Internacional.
La AIT queda definitivamente constituida en el curso de un nuevo viaje que Tolain, Perrachon y Limousin hacen a Londres en 1864. La asamblea tuvo lugar el 28 de septiembre en Saint-Martin’s Hall, donde se adoptan las grandes líneas del proyecto de Tolain acerca de la Asociación Internacional: era, dice el maestro Bibal, «un niño nacido en los talleres de París y puesto en manos de nodriza en Londres » recuerda Dolleans. En esa reunión estuvieron representados, además de los ingleses y franceses, numerosos grupos de emigrantes polacos, alemanes, entre los que se encontraba Marx, italianos de tendencia mazziniana, etc.
Marx fue el encargado de redactar el manifiesto inaugural donde subraya el deterioro y agravación de la situación de la clase trabajadora desde la revolución de 1848 y la necesidad de organizar el movimiento obrero en un marco internacional. El manifiesto sostiene, entre otros aspectos:
a) Que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de sólo esta.
b) Que la lucha por la emancipación es una lucha para destruir toda dominación clasista.
c) Que la sumisión económica del obrero es el fundamento de la esclavitud en todas sus formas y que para librar de ella al obrero deberá supeditarse la actividad política.
d) Que los esfuerzos encaminados a alcanzar ese fin deberán, para concluir con éxito, sustentarse en la solidaridad de todas las ramas productivas de los diferentes países (solidaridad internacional).
La autoridad y el prestigio de la I internacional creció sin cesar entre los obreros europeos hasta la derrota de la Comuna de París; pues con llamamientos a la solidaridad se fomentaron grandes luchas laborales. Obreros belgas, suizos, holandeses, italianos y españoles se afiliaron a ella, lo mismo que los dirigentes de la principal organización obrera austríaca.
Principales ideas de los congresos de la AIT
En la conferencia interna de Londres de 1865 se puso de relieve el contraste entre las concepciones de Marx y la de los representantes proudhonianos de la delegación francesa. En el Congreso celebrado en 1866 en Ginebra, ese contraste se acentuó, A partir de entonces, la característica de todos los congresos de la Internacional fue que en las delegaciones del país de gran desarrollo industrial dominaban las ideas de Marx, defendidas por la mayoría del Consejo General con el apoyo sobre todo de los sindicatos ingleses, mientras que en las delegaciones de países preferentemente agrarios (Italia, España) dominaron las concepciones proudhonianas y más tarde las bakuninistas.
La Internacional celebra su Primer Congreso en Ginebra, desde el 3 al 8 de septiembre de 1866. En él no estuvieron presentes ni Marx ni los grandes jefes del tradeunionismo.
En este congreso se impuso, contra los seguidores de Proudhon (delegación francesa), el reconocimiento del movimiento sindical y de su arma más importante, la huelga. Finalmente el congreso se decidió de modo abierto por las propuestas de Marx, consistentes en exigir medidas de carácter social al Estado en favor de las mujeres y los niños y de limitar la jomada laboral a ocho horas. Los prudhonianos rechazaron toda intromisión del Estado en la reglamentación laboral contractual porque temían con ello estabilizar el Estado y poner en peligro la libertad social.
El Segundo Congreso se celebró en Lausana el 2 de septiembre de 1867. La delegación francesa fue importante, mientras que la inglesa era poco numerosa. Se caracterizó por la oposición entre las tendencias mutualistas y colectivistas. Los ingleses, los alemanes y los belgas sostenían la abolición de la herencia y la necesidad de poner el suelo bajo la propiedad colectiva de la sociedad. Los franceses y los italianos mantenían su idea de que la posesión debe permanecer individual. En definitiva, se siguen manteniendo las discusiones entre proudhonianos y marxistas, sobre todo en torno al papel de la lucha política de la clase obrera. Asimismo, adoptó decisiones para abolir los ejércitos permanentes y llegar a la emancipación de la clase obrera, a la superación del poder del capital y a la formación de una Confederación de Estados Libres de Europa. Estas decisiones políticas fueron muy criticadas por los medios republicanos y por los economistas liberales,
El Tercer Congreso de la Internacional se celebra en Bruselas, del 6 al 13 septiembre de 1868. Los delegados se pronuncian sobre la legitimidad y la necesidad de huelga. Reafirman la necesidad de la cooperación obrera, pero con perspectivas muy distintas de las de los congresos precedentes: las asociaciones cooperativas deben formar la base de la futura sociedad socialista emancipada. Por iniciativa de los belgas, el Congreso se declara partidario de la apropiación colectiva de la tierra, minas, canteras, bosques y medios de transporte, con la oposición de los delegados franceses. También, decide apoyar la huelga general en caso de guerra, proposición que Marx juzga de utópica, dada la débil organización del movimiento obrero europeo.
El Cuarto Congreso celebrado en Basilea entre el 5 y 12 se septiembre de 1869, fue una reunión
auténticamente internacional por el número de participantes (27 franceses, 24 suizos, 10 alemanes, 6 ingleses, 5 belgas, 2 austríacos, 2 italianos, 2 españoles, 1 norteamericano; en total 72 delegados). Se reafirma la necesidad de una organización sindical internacional. El Congreso estima que todos los trabajadores deben afanarse en crear sociedades de resistencia en los diferentes cuerpos de oficio. Sin embargo, se anuncian las disensiones que llevarían a su fin a la AIT. Como delegado de Lyon había acudido a Basilea el revolucionario ruso Miguel Bakunin. Este estaba en contra de la tenaz y sistemática lucha sindical cotidiana por el salario y el horario laboral, adaptada a las cambiantes circunstancias, y por la lucha política para ampliar los derechos democráticos y la legislación social, tal como la llevaban a cabo los obreros de los países industrialmente más avanzados. Su pensamiento respondía a propuestas más revolucionarias e insurgentes que calaron profundamente entre amplios sectores de trabajadores.
Cuando estalló la guerra entre Francia y Alemania, los respectivos gobiernos no tuvieron dificultades para llevar a sus pueblos a una guerra. Los seguidores de la Internacional se quedaron solos. Tras la derrota de Sedan, tiene lugar la revolución de la Comuna de París, acontecimiento de extrema complejidad, debido a la diversidad de causas que la provocaron. La derrota de la revuelta parisiense (1871), envuelve a la organización obrera en un ambiente de represión con repercusiones internacionales. En España, la Internacional es declarada fuera de la ley y en el Norte de Europa se persigue y encarcela a los internacionalistas.
Entre tanto, la Internacional había iniciado la discusión entre los antiguos miembros de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin y el Consejo General, dirigido por Marx; ésta controversia provocaría el final de la Internacional. El fin de las luchas de París destruyó toda esperanza fundada en una nueva ola de revoluciones democráticas en Europa. La conferencia londinense de 1871, en la cual se postula la fundación de partidos obreros legales en cada país europeo como condición previa para una revolución socialista, no era más que la consecuencia de esa situación.
La escisión se consuma en el Congreso de La Haya celebrado entre el 2 y 7 de septiembre de 1872, donde los delegados jurasianos acuden con el encargo de pedir la supresión del Congreso General y de toda autoridad en la Internacional. Sin embargo los marxistas poseen una cómoda mayoría que confirma la autoridad del Consejo General, pronuncia la exclusión de Bakunin y se acuerda trasladar el Consejo General a Nueva York. Esta sesión oficial declaró solemnemente el final de la AIT en 1876.
Con todo los antiautoritarios de tendencia bakuninista no se consideran vencidos y se constituyen en Suiza como representantes de la Internacional, celebrando un Congreso extraordinario en Saint-Imier. La desorganización se extiende entre estos partidarios y conforme se reorganiza el movimiento obrero dentro del marco del socialismo organizado va declinando el influjo anarquista. La Internacional antiautoritaria celebra su último Congreso en Verviers en septiembre de 1877.

2.5. La Segunda Internacional
Marco general e inicio de la Segunda Internacional
En los años que siguieron al derrumbamiento de la I Internacional los diversos partidos obreros existentes aspiraban a una democratización del poder político, a la mejora de las condiciones laborales y de los salarios, y a la seguridad de los obreros en caso de enfermedad, invalidez o paro. Las formas de lucha (huelgas, organización de los trabajadores en partidos y sindicatos) se asemejan en los diversos países europeos. Y, en cualquier caso, se considera la intervención político-social del Estado como un medio importante para estabilizar las crisis económicas y los éxitos obtenidos por los sindicatos, en la adaptación del nivel de vida de los obreros a la productividad que crecía rápidamente debido al progreso técnico. En esas circunstancias, la necesidad de un intercambio supranacional de experiencias y la coordinación a escala internacional de su actividad pudo ya impulsar a los partidos obreros nacionales hacia una nueva organización internacional.
Fecha fundacional de partidos socialistas europeos
1879
Partido Socialista Obrero Español, España

1885
Partido Obrero Belga

1888
Partido Socialdemócrata Suizo

1890
Partido Socialdemócrata Húngaro

1892
Partido Socialista Italiano

1906
Labour Party, Gran Bretaña

Para conmemorar el centenario de la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, se habían convocado dos congresos contrarios en París. Por una parte, los posibilistas, por instigación de las Trade Unions Congress, invitaron sobre todo a los sindicatos; por otra parte, se celebró un anticongreso, organizado por los guesdistas. El promovido por los partidarios marxistas de Jules Guesde, fue visitado por representantes de todos los grandes grupos del movimiento obrero europeo y por delegados de los Estados Unidos y Argentina, y fue el que condujo al establecimiento de la II Internacional. Se tomó la resolución de manifestarse el 1 de mayo de 1890 en todos los países en favor de la introducción de la jomada de 8 horas y de elevar al Estado la petición.
Los primeros congresos se hallaban todavía bajo el signo de las discusiones con las minorías
anarquistas, que rechazaban por principio la lucha por una legislación político-social del Estado y la participación en toda labor parlamentaria. El Congreso de Londres de 1896 terminó con estas discusiones, pues se acordó invitar tan sólo a aquellas organizaciones que aceptasen la transformación del orden capitalista de propiedad y producción en el sistema socialista, así como la participación en la legislación y actividad parlamentaria. Con esto se excluía a los anarquistas. En el Congreso de París de 1900, se crearon los instrumentos técnicos para la colaboración internacional con sus organizaciones filiales. Se estableció un Secretariado Internacional con sede en Bruselas, una Oficina Internacional Socialista y un Comité Interparlamentario.
En el cuarto de siglo que transcurrió hasta la I Guerra Mundial, Europa fue testigo de un nuevo florecimiento industrial, del aumento del producto social y del surgimiento de grandes industrias nuevas. La industria eléctrica y la industria química iniciaron su auge, y todos los países europeos modificaron las técnicas de la producción. Es la época en que se concentran y centralizan el capital y la gran industria, modificándose sustancialmente las técnicas de producción. En esta etapa las naciones industrializadas espoleadas por las presiones de ciertos grupos plutocráticos y por la necesidad de expansión de sus economías inician una política imperialista, a la vez que proceden a rearmarse. Al mismo tiempo, crece la participación del poder público en la renta per cápita; aumenta la proporción de los trabajadores en la población activa de los países industriales; y el número de los que trabajan en la administración económica, así como el de los técnicos crece con mayor rapidez que el de los obreros.
En los años anteriores a la I Guerra Mundial, puede decirse que una parte de los partidos socialistas que aún no se habían convertido en los grandes partidos de masas, institucionalizados, continuaron siendo enemigos de la guerra; mientras que los partidos de masas institucionalizados, se sometieron, casi sin excepción y sin resistencia a la guerra (exceptuando a los bolcheviques o a Rosa Luxemburgo). Los gobiernos no tuvieron dificultades para llevar a sus pueblos a la guerra, embebidos de nacionalismo. El internacionalismo de la II Internacional se había roto.
Otros aspectos que acabaron con la II Internacional fueron su actitud hacia el imperialismo y la crisis revisionista que la sacudió. El primer problema motivó grandes divergencias en su seno, ya que una corriente, propugnaba el socialismo imperialista; otra aspiraba a una expansión colonial humanitaria y socialista, y una tercera, era anticolonialista. El revisionismo también minó la II Internacional, acentuando su separación con los partidos revolucionarios y con quienes pensaban por aquel entonces que la revolución proletaria se cernía ya sobre Europa.
Tras el fin de la I Guerra Mundial hubo varias intentonas por resucitar la II Internacional, sobre todo, en la Conferencia de Berna (1919) y en Ginebra (1920), pero de signo claramente revisionista. El primero se caracterizó por el intento de reunir de nuevo a los grandes partidos socialistas de los bloques beligerantes y de los países neutrales sobre la base de una recíproca absolución general por su participación en la Gran Guerra, y apoya la propuesta de una Sociedad de Naciones.
Por su parte, el Congreso de Ginebra estableció las bases sobre las que había de reconstruirse definitivamente la II Internacional (1921) y que pondría los cimientos ideológicos del socialismo reformista, de orientación socialdemócrata moderada. El punto de vista fundamental de estos socialistas es la plena aceptación de la democracia parlamentaria (sufragio universal) como institución básica de una sociedad socialista, el pleno rechazo de toda clase de dictadura, defensa del evolucionismo, socialización gradual y gestión descentralizada y distanciamiento del naciente régimen soviético. Amplía el término trabajador, de forma que incluya no sólo a los asalariados que ejecuten trabajos manuales, sino también, a los artesanos independientes y a los agricultores, o sea, a los que cooperan con sus esfuerzos en la producción de bienes de cualquier clase. Definición lo bastante amplia como para que quepan patronos y administradores.
Puede decirse, que la II Internacional se reconstruyó en 1923 en el Congreso de Hamburgo, cuando se refundió con la denominada Internacional Dos y Media de Viena, fundándose la Internacional Obrera Socialista, con sede en Londres, que aspira a la mejora de las condiciones de trabajo, lucha por la paz reforzando la Sociedad de Naciones y la resistencia al autoritarismo contrarrevolucionario.
2.6. La Tercera Internacional
La revolución de octubre de 1917 tuvo una incidencia decisiva en el contexto social. Lenin pudo conquistar el poder con el apoyo de los campesinos que se pronunciaron en favor de una reforma agraria radical y junto a bolcheviques y revolucionarios socialistas de la izquierda. Se impuso tras una lucha de casi tres años con el ejército blanco y las tropas intervencionistas de las grandes potencias. El contexto europeo estaba muy agitado con diferentes manifestaciones en los países más significativos. Por un lado, la huelga de enero de los obreros alemanes y austríacos en 1918 reveló que no se podía limitar a Rusia las consecuencias de la acción revolucionaria. Por otro lado, en Francia hubo una ola de manifestaciones e incluso una huelga general, pero los grupos revolucionarios del Partido Socialista quedaron aislados tras la guerra; en Inglaterra, los conatos revolucionarios no fueron respaldados por las grandes organizaciones, aunque se fue abriendo paso una tendencia izquierdista en el partido laborista.
Fue en medio de estas efervescencia revolucionaria, al tiempo que se daban los pasos para restablecer la II Internacional, cuando los bolcheviques se apresuraron a llevar a efecto su proyecto de una Internacional que excluyera a todos los social-patriotas de la etapa de la guerra y a todos los partidos y grupos que favorecían una política reformista en lugar de una política revolucionaria. En respuesta a la Conferencia de Berna de febrero de 1919, donde la Internacional Obrera pensaba reconstruir la II Internacional, se convocó desde Moscú a los socialistas revolucionarios de todos los países con objeto de que enviasen delegados a una Conferencia Internacional Comunista.
La conferencia fue inaugurada el 2 de marzo de 1919 donde se acordó constituir la III Internacional, adoptando la denominación de Internacional Comunista. Los puntos más importantes sobre los que habría de basarse la nueva internacional, básicamente eran:
-Restablecimiento inmediato y universal del concepto dictadura del proletariado para conseguir la resolución definitiva del sistema capitalista.
-Suprimir la propiedad privada de los medios de producción y transferirla al estado proletario, bajo la administración socialista de la clase trabajadora.
-La Internacional Comunista se fundaría como una autoridad centralizada que controlaría el movimiento revolucionario mundial dirigido por Moscú.
-Aprobar el texto de un nuevo manifiesto comunista.
-Los partidos comunistas nacionales debían quedar sometidos a la autoridad del control de la Internacional.
-La revolución proletaria liberaría las fuerzas productivas de todos los países.
Sostenían los comunistas que el triunfo de la revolución en Rusia era una demostración suficiente de que la crisis final del capitalismo había empezado, ya que esta evidencia era parte integrante de la teoría marxista del determinismo histórico. Así, el capitalismo sería derrocado por medio de las acciones de masas dirigidas por el partido comunista. Este planteamiento condujo a que se rompiese violentamente con los socialistas reformistas como con los de centro, que esperaban una reconciliación socialista en un única Internacional.
Este revolucionarismo internacional dirigido por los rusos tuvo como consecuencia que los líderes soviéticos utilizaran a la III Internacional y a los respectivos partidos comunistas como instrumentos manejados en favor de sus intereses en el ámbito de las relaciones internacionales, lo que, a su vez, sembró el desencanto en algunos movimientos nacionales, y hasta en algunos partidos comunistas, que trataron de alejarse más o menos de las pautas marcadas por Moscú. En 1943 dejó de existir la Internacional Comunista como centro dirigente del movimiento obrero Internacional, motivado por dos causas:
a) Por una parte, oficialmente se esgrimió que la disolución se debía a que la experiencia de la Internacional Comunista había comprobado que no era posible dirigir el movimiento obrero de cada nación desde un centro internacional.
b) Por otra, los historiadores sostienen y argumentan que su fin fue lógico debido a la instrumentalización que la URSS hizo de ella al ponerla al servicio de su política exterior.
3. SOCIALISMO, ANARQUISMO Y CATOLICISMO SOCIAL.
3.1. El socialismo utópico.
El término “socialismo”.
La palabra socialismo fue acuñada por el saintsimoniano Leroux, en la publicación de Le Globe en 1832. En 1841, en Gran Bretaña, Owen publicó un folleto titulado What is Socialism? que divulgó el uso del término; ya en 1845 se incluyó en el Diccionario de la Academia Francesa, definido como ‘la doctrina que pretende la regeneración de la sociedad’. El adjetivo de utópico fue propuesto por Engels en su opúsculo Del socialismo utópico al socialismo científico, para distinguir la cualidad moral de la primera generación de socialistas, de la cualidad científica que defendían él y Marx en sus trabajos.
Todos los utópicos comparten la noción de que el hombre es fundamentalmente bueno por naturaleza (principio de Rousseau) y que atesora elementos germinales de sociabilidad y cooperación. Esa bondad innata puede desarrollarse de modo positivo por medio de una educación adecuada y de unas condiciones sociales óptimas. Para lograr esas mínimas condiciones sociales, la sociedad debería proceder a una distribución más equitativa de la riqueza, ya que el exagerado sentimiento posesivo que hace de la propiedad privada (a la que se rinde culto casi religioso), el apetito de lucro y el impulso competitivo pervierten al hombre y entorpecen la marcha de su perfeccionamiento y su felicidad.
El socialismo utópico y la correspondiente transformación de la sociedad capitalista serían posibles por vía pacífica; bastaría con una inteligente propaganda y la organización progresiva de comunidades ejemplares para ir convenciendo a los demás hombres acerca de cual es el camino correcto para combatir la injusticia. Por consiguiente, dicen los utópicos, basta con apelar a aquella naturaleza fundamentalmente propicia para anular las influencias corruptoras del medio y producir la gran reforma social. Esa reforma se concreta en los siguientes puntos principales según Montenegro:
-Socialización de los instrumentos de producción, empezando por la tierra.
-Supresión de la herencia, que contribuye a crear la riqueza injustificada y excesiva.
-Supresión de la moneda y sustitución de ésta por bonos de trabajo.
-Supresión del sistema de la empresa privada competitiva y sustitución de la misma por un sistema de cooperación destinado a producir lo que la colectividad necesita para su consumo directo.
-Protección del individuo mediante leyes sociales y sistemas de seguros que hagan desaparecer la incertidumbre que da origen al apetito posesivo y al atesoramiento.
-Distribución y sistematización del trabajo para hacerlo más grato y productivo.
-Producción sin finalidad de lucro, sino de simple abastecimiento de la comunidad.
-Educación difundida a todos los estratos sociales.
-Desplazamiento del estado centralizado por consejos administrativos funcionales que no ejerzan poder político, sino simples atribuciones administrativas.
-Igualdad completa de derechos entre los hombres y las mujeres.

Los principales socialistas utópicos:
Utópicos ingleses: Robert Owen y el Cartismo
-Robert Owen (1771-1858). Ocupa en la historia del sindicalismo inglés un lugar destacado. Es uno de los pocos utópicos que formuló su teoría no en el plano de las ideas puras, ni desde la posición de las clases desposeídas, sino en el pleno campo de las clases poseedoras. Era un próspero industrial textil inglés, pudiendo resumir su ideal en la siguiente fórmula: «formación integral, en lo físico y en lo moral de hombres y mujeres que pensaran y actuaran siempre racionalmente».
Organizó una comunidad llamada New Lamark modelada de conformidad con los principios de su socialismo utópico, para demostrar que las condiciones del medio social influyen decisivamente en la posibilidad de perfeccionar los métodos de producción. Aprovechó un éxito comercial para aumentar los salarios, disminuir la duración de la jomada y mejorar el alojamiento y la higiene de los obreros, con la construcción de viviendas, comedores, escuelas para los hijos de éstos, campos de recreo, etc. Demostró que el crecimiento de la productividad y de los beneficios es paralelo al aumento del nivel de vida de los asalariados.
-El cartismo.
Los sindicatos ingleses y algunos dirigentes se encontraban obstaculizados por las normas legales y jurídicas que el Gobierno utilizaba frente a la justicia social, por lo que presionaron al Partido Radical inglés para la consecución de reformas políticas como paso previo a la obtención de mejoras laborales. Este movimiento se llamó cartismo y existió desde 1836 a 1848. Este nació bajo la presión de varios factores como las decepciones obreras a raíz de las agitaciones políticas de 1832 y sindicales de 1834; la aplicación de la nueva Ley de Pobres de 1834; las crisis de los viejos oficios artesanales; y la vitalidad de la tradición radical de emancipación democrática.
En 1836 un grupo de artesanos londinenses entre los que se cuentan radicales, owenistas y sindicalistas, funda la London Working Men’s Association (Asociación de Trabajadores de Londres). Al frente de este grupo dos militantes, W. Lovett y H. Hetherineton, desencadenan una campaña de agitación en favor del sufragio universal, argumentando que la clase obrera produce toda la riqueza del país y solo goza de una parte ínfima. Esperan atraer así a la clase obrera a un programa que uniría a todos los descontentos; y, en caso de éxito, la reforma política abriría el camino a las reformas económicas y sociales. Con F. Place redactan la Carta del Pueblo, que da nombre al movimiento, y fue enviada a todas las asociaciones obreras el 8 de mayo de 1838. La mayoría de los cartistas confiaban en lo que llamaban la «fuerza moral». Las reivindicaciones políticas que incluye son:1) Sufragio universal. 2) Renovación anual del Parlamento. 3) Escrutinio secreto. 4) Inmunidad parlamentaria para los diputados. 5) Supresión del certificado de propiedad para poder ser elegido diputado. 6) Circunscripciones electorales iguales.
El primer congreso cartista se celebró en Londres el año 1839. Los delegados se enfrentan en conflictos estériles en torno a la táctica a seguir. Unos proponen la huelga general; otros recurren a la fuerza física; y unos terceros sugieren la retirada de dinero de los bancos. En este punto el Gobierno optó por la represión, especialmente ante la amenaza de huelga general, y colocó los distritos industriales bajo mando militar, detuvo a los líderes y autorizó la formación de unidades cívicas armadas. En medio de la confusión la convención cartista se disolvió.
Tras este primer fracaso se llegó a la conclusión de que la clase obrera aislada no podía conseguir una gran reforma política y a partir de entonces el obrerismo inglés se unió a ciertos sectores de las clases medias con la aspiración de conseguir mejoras. Así, aunque el movimiento cartista alcanzó proporciones muy vastas, fracasó al no poder declarar la huelga general en 1848, un año clave, por otra parte en la historia del proletariado europeo.
La conclusión de la experiencia cartista es que al movilizar las energías populares durante una decena de años, condujo al obrerismo a una toma de conciencia revolucionaria. Si ha existido un movimiento de clase, el cartismo lo es por excelencia, porque en lo social tuvieron conciencia clara de desencadenar un movimiento de clase. Así, el cartismo, en tanto que levantamiento obrero contra el orden impuesto por las clases dirigentes, constituye una experiencia importante para el desarrollo del socialismo, señala Droz. Por ello Lenin lo definió como el primer movimiento revolucionario del proletariado apoyado auténticamente en las masas y políticamente organizado.

Utópicos franceses: Saint-Simon, Fourier, Blanc, Cabet.
A diferencia de Inglaterra, más industrializada y con masas de obreros, Francia cuenta con un proletariado menos numeroso, pero con una intelectualidad más sensible a las ideas políticas y a los cambios históricos, que proporciona a los movimientos sociales no un sindicalismo temprano, sino una serie de pensadores que reflexionan sobre las contradicciones de la industrialización y formulan soluciones ideales, o incluso intentan experiencias de conformación de nuevos arquetipos de sociedad.

-Claude-Henrí Saint-Simon (1760-1825). Fue un aristócrata que renunció a su título de conde durante la Revolución francesa, que intentó hallar un sentido a la nueva era industrial en la que entraba Europa después de las guerras napoleónicas. Del esquema saintsimoniano sobresalen dos rasgos, por encima de cualquier otro, que son el cosmopolitismo y la pasión por la ciencia y la técnica, y consecuentemente por la industrialización. En los principios que expone, sobresale una pregunta, a saber:
¿Cuál ha de ser el nuevo principio ordenador de una sociedad industrial posterior al siglo de las Luces y a la Revolución francesa?
La respuesta la halla Saint-Simon en la industria misma, que va surgiendo y echando raíces por doquier y en los hombres que la controlan y manipulan. En esto, su enfoque es nuevo. El socialismo anterior parte de la idea de un mejor reparto de la riqueza, pero no se centraba en torno al orden industrial. Esta idea engendraba una nueva visión de la estratificación social. Así, según Saint-Simon, si la sociedad entera reposa sobre la industria como fuente única de toda riqueza, la clase industrial debe ocupar el primer rango en la sociedad, ya que para él la clase industrial es el sector laborioso y creador de la sociedad.
Establece una distribución fundamental entre los productores y los ociosos. Reserva para los productores el término industriales, del que hace un amplio uso, por ejemplo, un cultivador directo, un carretero o un carpintero son productores industriales. En este orden, quedan enrolados en una misma clase el banquero, el propietario terrateniente y el cerrajero, etc. En definitiva defiende una doctrina de la producción. La oposición entre los zánganos —ociosos— y las abejas -productores- (recuerda la influencia de la obra Utopía de T. Moro), entre las clases holgazanas y las clases productivas corresponde para Saint-Simon a una línea de ruptura histórica entre un pasado que sobrevive y un futuro que tiende a desarrollarse. En este sentido, se anticipó a Marx en afirmar que la historia es una lucha de clases.
Propugna una revolución social pacífica, para elevar moral y materialmente a las clases trabajadoras. La transformación se conseguirá empleando como dirigentes a los científicos y jefes de industria; los primeros, sustituirán al clero; los segundos, ocuparan el lugar de los nobles y guerreros. En definitiva, propone como gobierno una tecnocracia, que será la encargada de organizar la economía. La propiedad será socializada y todos los hombres tendrán que trabajar, pues serán abolidas las herencias. Cada uno será recompensado según los méritos adquiridos con su trabajo, principio que definió en su obra El nuevo Cristianismo, “a cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”. Sin embargo, consideraba la desigualdad como natural y beneficiosa.

-Charles Fourier (1772-1837).
El abandono general de la moral convencional debe significar el reino de la armonía social, entendida ésta como la renuncia a la civilización moderna, aceptando la armonización del estado de la naturaleza con los avances técnicos del nuevo mundo industrial.
•Denunció el industrialismo basado en la competencia como elemento creador de miseria ya que se produce sin método alguno que asegure una retribución proporcional, y sin garantía para el productor o asalariado de que participe en el aumento de la riqueza.
•Planteó como la forma de vida más humana la agraria; pudiéndose combinar ésta armoniosamente con la industrial. Su preferencia clara es la agricultura, especialmente la horticultura. De tal modo es así que propone que las fábricas se diseminen por el campo con el objeto de que los hombres puedan disponer de una parte de su tiempo para la agricultura.
•Propuso sustituir el orden social vigente por otro gobernado por la razón, donde se eliminen los aspectos inhumanos del trabajo industrial, se intente una mejor organización del lugar de trabajo y del trabajo en sí mismo.
Como conclusión debemos señalar que aun pecando de un acento visionario y el fracaso de los experimentos propuestos, no sucedió igual con la idea cooperativista que subyace en su pensamiento. Los fundadores del cooperativismo europeo supieron agradecer a este utópico francés la paternidad de esta institución, tan importante en la vida del proletariado del siglo XIX y aun del siglo XX. Sintetizando las ideas expuestas, en el esquema de Fourier sobresalen las siguientes características: fantasía sin cortapisas, el rechazo a la industrialización, la reivindicación de la mujer en la sociedad, la pasión por la naturaleza y la idea de cooperación.
-Louis Blanc (1811-1882). Propugnó la creación, del Taller social, equipado y explotado por el Estado, para intentar eliminar la industria basada en la explotación del hombre, así como la competencia ruinosa. Defendía que organizando la industria nacional sobre bases cooperativas se llegaría a eliminar la organización industrial existente y los talleres sociales se difundirían, propagándose al conjunto de la economía.
-Etienne Cabet (1788-1856). En 1840 publicó su famoso libro El viaje a Icaria, aprovechando en parte las doctrinas del inglés Owen, que había estudiado durante su destierro en Inglaterra. En él expuso su ideal de la sociedad comunista, integrada por individuos con igualdad de obligaciones y derechos, en la que el interés de cada uno se confunde con el interés general y donde cada persona trabaja el mismo número de horas diarias, según su capacidad y disfruta de la misma parte de producción, según sus necesidades. Para imponer su teoría, consideraba suficiente una intensa propaganda pacifica, rehusando el empleo de la fuerza, defendiendo que su idea de comunidad resulta más factible en una gran nación industrial y comercial que en un pueblo pequeño. El impacto conseguido por su libro impulsó la creación de colonias icarianas en Illinois y Texas que fracasaron.

3.2. El marxismo.
Planteamientos básicos de Marx
Su doctrina se diferencia del socialismo utópico anterior en tres cuestiones claras:
a) Plantea una solución revolucionaria para resolver el sistema económico capitalista y entrar en un postulado socioeconómico socialista. Ya no son los sueños utópicos de Saint-Simon, Fourier, Blanc, sino que Marx trata de contemplar los hechos tal y como se presentan y predecir sus consecuencias.
b) El socialismo de Marx se dirige exclusivamente a una sola clase de la colectividad social, el proletariado. Los primeros socialistas ingleses o franceses buscaban un posible acuerdo entre las clases obreras y los patronos, la necesaria armonía entre los productores de diversas clases.
c) Finalmente, el socialismo de Marx pretende ser científico, es decir que no repose sobre el idealismo o sentimentalismo, sino sobre una rigurosa inducción de los hechos y un estudio imparcial de las leyes del desarrollo social. El calificativo de científico, aplicado a una doctrina política, es en rigor inexacto, ya que la política es más bien un arte que una ciencia; pero si alguna teoría política fue formulada dentro de algún plan que se aproxima al método científico, ella es el marxismo.
No se va a realizar un estudio genérico sobre la doctrina marxista, sino una enumeración de aquellos puntos más relacionados con el trabajo. Una de sus aportaciones centrales fue el materialismo histórico. Marx, influido por la filosofía dialéctica de Hegel y por los clásicos ingleses, afirma que la historia no está constituida por sucesos arbitrarios, dependientes de la voluntad del hombre, sino sometida a un riguroso determinismo. El principio del materialismo histórico sostiene que los fenómenos económicos condicionan a los restantes hechos históricos y permiten explicarlos. Ni la religión, ni la literatura, ni el arte, ni la moral, ni el Estado, constituyen el factor dominante de la civilización; únicamente el medio económico domina la evolución de la historia de los pueblos. Dentro de los fenómenos económicos el que más influencia tiene es el fenómeno de la producción.
Los elementos activos a través de los que se cumple el proceso dialéctico del materialismo histórico son las clases económico-sociales. La lucha de clases es el resultado de las relaciones que se entablan entre dos elementos fundamentales de la vida social, las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El primero de estos comprende todo lo que coopera en la producción, mientras que el segundo abarca las relaciones jurídicas que se establecen entre los hombres con motivo de la producción y distribución de bienes.
Un estado dado de fuerzas productivas da origen a relaciones de producción que favorecen su desarrollo. Así las fuerzas productivas evolucionan como consecuencia del perfeccionamiento técnico y científico, permitiendo una producción cada vez más abundante. El avance de las fuerzas productivas se paraliza a causa de las relaciones de producción que encubren intereses privados, haciendo cada vez más difícil el crecimiento de la producción. En ese momento surge el conflicto; las fuerzas productivas se esforzarán por obtener mediante una revolución la transformación de las relaciones de producción existentes y colocarlas en armonía con sus propias posibilidades de desarrollo.
La propiedad privada de los medios de producción desemboca en una aparición de dos clases sociales antagónicas: la burguesía, dueña de los capitales y el proletariado que solo posee la fuerza de trabajo. La acumulación de beneficios y la libre competencia son el origen de la concentración industrial, que acentúa al máximo los antagonismos económicos y la lucha de clases. La propiedad privada de los medios de producción implica la división del trabajo y conduce inevitablemente a la formación de monopolios que pueden asegurar sus beneficios sin desarrollar la producción y la productividad,
Este estancamiento se realiza en perjuicio de los asalariados, que no pueden conseguir una nueva armonía entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción más que por medio de una revolución. Esta deberá desembocar en la transformación de la propiedad de los medios de producción en propiedad colectiva, que originará una nueva armonía, dado que la producción y el consumo de la riqueza llegará a ser social, desapareciendo así una de las principales contradicciones del régimen capitalista. La concentración industrial conduce no sólo al estancamiento de la producción, sino también a la proletarización de las clases medias. La inseguridad de los obreros y su concentración en grandes establecimientos, crea una solidaridad, una cohesión, que origina el nacimiento de una conciencia social y política, base de la consiguiente emancipación del proletariado y del trabajo. Así, la clase proletaria es la única revolucionaria con un fin claro, el mejorar la condición de los trabajadores suprimiendo la condición del trabajador asalariado.
El objetivo de la actividad política del proletariado debe ser la conquista del poder político por medio de la violencia; arrancar a la burguesía sus capitales; centralizar en manos del Estado todos los instrumentos de producción para aumentar más rápidamente la masa disponible de fuerzas productivas, la revolución debe llegar a la democracia y a una sociedad sin clases. La producción colectiva estará necesariamente acompañada de la propiedad colectiva y la desaparición del Estado.
Por último, la teoría valor-trabajo que diseña Marx tiene sus antecedentes en Smith y Ricardo, que plantean el trabajo como fuente de todo valor, mientras que Marx la basa sobre dos conceptos claves, la explotación y la alienación, ausentes en la argumentación de la economía política liberal. Su ley del valor y su teoría sobre la plusvalía, como alternativa a la ley de la oferta y de la demanda, demuestran la falsa equivalencia entre el valor de las mercancías y el valor atribuido mediante el salario a la cantidad de fuerza de trabajo empleada en su producción.
En su teoría valor-trabajo expone una concepción antropológica del trabajo al señalar que el primer gesto mediador entre el hombre y la naturaleza es el trabajo en su forma más simple, la recolección. Rebasado este primer estadio el hombre trabaja para satisfacer sus necesidades, creando el instrumento o medio de trabajo que sirve a su vez de mediador entre la naturaleza y sus semejantes. Así el trabajo productivo del hombre se integra en un acto de mediación entre él y la naturaleza, desempeñando una función de mediación social.
Todo producto encierra un valor. Distingue entre valor de uso, que es aquel que el individuo asegura a un bien de acuerdo con la utilidad o el interés que este bien tiene para él, y valor de cambio, es decir aquel en razón del cual un bien es intercambiable por otros. Para que el valor de un producto tenga relación con el acto productivo del hombre, debería representar realmente el acto de trabajo, que en una economía librecambista, llega a ser algo cuantitativo y coyuntural, independiente y sujeto a fluctuaciones. El hombre es despojado de sus medios de producción por un apropiador, que no sólo se reserva el producto del trabajador, sino también su valor. Porque la sustancia del valor es el trabajo que los bienes contienen, el trabajo que ha costado producirlos. El valor es una simple cristalización del trabajo humano.
El trabajo cristalizado en un producto es el resultado del tiempo socialmente necesario para producirlo, que es el tiempo que emplea un obrero, utilizando maquinaria y técnica, en la fabricación de este producto. Este concepto es el equivalente a su salario de subsistencia mínimo. Pero, ese trabajo no es suficiente para mantener los costes de producción ni para proporcionar ganancias al empresario, por lo que es necesario que el obrero realice un trabajo adicional, no pagado, que cubra unos y otras. Este trabajo no remunerado es la plusvalía, que constituye las utilidades en que se funda la empresa capitalista.
La acumulación de plusvalía lleva a la concentración de capitales y a los monopolios, que pueden asegurar sus beneficios sin mejorar la productividad, originando, por un lado la proletarización de la clase media, que no es capaz de resistir la competencia, y, por otro, la pauperización progresiva del resto de la sociedad. Esto desarrollará en el proletariado una conciencia de clase que le hará luchar por su emancipación adueñándose del poder por la revolución. Mientras que esto no ocurra, debido a la dinámica del propio sistema capitalista, el hombre es un ser alienado. La causa principal de la alienación debe buscarse en la distribución de los bienes y de los modos de producción y consumo que dominan una sociedad. Lo cual pone de manifiesto la raíz económica que tiene la alienación, como resultado de la separación que se produce en el desarrollo del hombre entre su ser real y sus productos.
En definitiva, la liberación del hombre y la recuperación de su identidad pasa por la liberación de cinco alienaciones:
a) La destrucción de la propiedad. Se trata de evitar fundamentalmente que con la apropiación de los medios de producción y de los productos obtenidos, tenga lugar un antagonismo de clase y la consiguiente explotación del hombre por el hombre.
b) La destrucción de libertad individual. Hay que destruir la libertad burguesa, porque en la sociedad capitalista la libertad la tiene sólo la clase dominante.
c) La destrucción de la familia. Porque la familia, dadas las condiciones socioculturales existentes, no existe entre los proletarios. Hay que transformar las relaciones familiares.
d) Destrucción de la patria. Los obreros no tienen patria. Frente al concepto de nacionalismo (burgués) ha de oponerse el internacionalismo proletario, ya que éste es una clase con vocación universal, de acuerdo con su situación en el sistema capitalista.
e) La destrucción de la religión. Al desaparecer los antagonismos de clase, tras la conquista del poder político por parte del proletariado, no tardarán en desaparecer también las formas burguesas de conciencia, moral, religión. Pero, además el marxismo hace del ateísmo militante la condición necesaria para comprender el devenir histórico, y, con ello, tomar conciencia de la verdadera ciencia, de la verdadera situación del hombre en el mundo, y, por tanto, de cual ha de ser su actitud ante ésta.

3.3. La socialdemocracia (revisionismo o reformismo).
El revisionismo
Durante la segunda mitad del siglo XIX se abre un período agitado y complicado por el crecimiento y agigantamiento del capitalismo industrial, donde van a tomar cuerpo las doctrinas socialistas contemporáneas. Existe un grupo considerable de intelectuales en Europa que constituye la primera generación de pensadores marxistas, que deben tener en cuenta en sus análisis los cambios y las situaciones nuevas como la existencia de los primeros partidos socialdemócratas en un buen número de países, los vastos movimientos sindicalistas, los nuevos proletariados en regiones recién industrializadas, al tiempo que se habían producido cambios políticos tales como la extensión del derecho al sufragio o la presencia de partidos socialistas en algunos parlamentos. El socialismo utópico estaba ya descartado, debido a que sus soluciones resultaron ineficaces para resolver el conflicto socioeconómico moderno. Los cambios sociales enumerados suscitaron ciertas corrientes doctrinales, que han sido bautizadas con el nombre de reformismo y revisionismo.
El reformismo está representado en Francia por la Federación de los Trabajadores Socialistas, llamados posibilistas, y en Inglaterra por el Consejo de las Trade Union. En realidad era una tendencia política práctica, que consistía en hacer presión sobre el gobierno para que adoptara reformas convenientes para la mejora del bienestar de los trabajadores como subidas de salario, reducción en la jornada laboral, aumento de la seguridad en el trabajo, etc.; o bien, lograr a través de la participación política el acceso a los cuerpos legislativos, para que se dictasen leyes con los mismos efectos. Naturalmente, el reformismo implicaba una renuncia a la revolución violenta y la aceptación de que la emancipación del proletariado podría alcanzarse a través de la evolución paulatina y del juego político.
Al comprobar que el sistema capitalista no seguía el proceso que previera Marx, debido a una modificación de las premisas determinadas por las nuevas realidades sociales y políticas, los propios socialistas van a revisar la doctrina marxista para intentar ponerla al día y adaptarla a la realidad social existente.
Eduard Bernstein
Eduard Bernstein (1850-1932) es la principal figura, fundador de la corriente denominada revisionista. Durante su exilio en Londres, Engels le había convertido al comunismo pero había sufrido también el influjo de la Sociedad Fabiana, una asociación socialista británica de tendencias reformistas. El fabianismo ha sido descrito como la forma típica de adaptación del socialismo al temperamento moderno, al extraordinario sentido común y a la sólida tradición democrática de los ingleses. Después de meditar sobre la situación del socialismo en la última década del siglo XIX, Bernstein llegó a la conclusión de que la sociedad democrática debía reformar algunas de sus concepciones políticas y económicas. Según él los partidos socialistas europeos estaban siguiendo tendencias reformistas totalmente correctas, pero con ello se estaban separando de la teoría marxista.
La teoría reformista fue fundada al calor de un constante y apasionado debate de las ideas marxistas predominantes en el último período de la vida de la I Internacional. Al constituirse la II Internacional, dominada por los revisionistas, la separación entre las dos corrientes se hizo total y definitiva. Bernstein defendía que era preciso revisar la teoría marxista en muchos de sus puntos. Empieza por negar el determinismo marxista, con una frase casi simplista («después de todo, los hombres tienen cabeza»), y atribuye al hombre capacidad para modificar las circunstancias económicas y políticas. Niega también el término científico del socialismo marxista, afirmando que el socialismo usa de la ciencia pero no puede ser en sí mismo una ciencia. Concluye diciendo, llamemos a nuestra disciplina socialismo crítico.
Pasa al análisis de la plusvalía, deduciendo que la legislación social y otras formas de intervención estatal, así como la acción de los sindicatos, han echado por tierra el mercado libre del trabajo en que el empresario pagaba salarios mínimos, apenas suficientes para satisfacer las necesidades más elementales del obrero.
Frente al fatalismo dialéctico de la lucha de clases levanta la idea de la evolución orgánica, movida por la voluntad humana en razón de ideales de ética social. La lucha de clases no conduce, como cree Marx, a una división cada vez más profunda y clara de la sociedad en dos grupos, el de los poseedores, que se va reduciendo en número al tiempo que aumenta su riqueza, y el de los desposeídos, que se hace constantemente más grande y más miserable. Y la clase media, que vive y actúa entre ellas tampoco tiende a desaparecer, sino que se agranda y su papel adquiera cada vez mayor importancia, no aliándose necesariamente con el capitalismo ni tampoco se suma sin condiciones a la clase proletaria. Bernstein señala que la estructura de la sociedad no se ha simplificado, lejos de ello tanto en lo que se refiere a sus ingresos como a su vitalidad económica, se ha hecho cada vez más diferenciada y gradualizada. Considerables diferencias en tipos de empleo y niveles de ingreso crean conductas distintas y variadas exigencias con relación a la vida.
Por tanto, aunque reconoce la lucha de clases, así como las distintas transformaciones económicas que han tenido lugar, niega hacer de ella el único motor de la historia, ya que asigna un papel distinto a los imperativos éticos en el suceder histórico. A su vez, niega, además, que la lucha de clases vaya adquiriendo cada vez más caracteres violentos, ya que la concentración industrial, a consecuencia del desarrollo de las sociedades por acciones, no había producido el efecto masivo de desposesión de los pequeños burgueses. La proletarización de éstos y la progresiva pauperización de la clase trabajadora había sido contrarrestada por el desarrollo de la industrialización y la acción sindical y política de la misma clase trabajadora. Las crisis del capitalismo, por tanto, están muy lejos de hacerse mayores y conducir a la ruina del sistema.
Por último, en cuanto al método político existe una diametral discrepancia entre el revisionismo y el marxismo. Bernstein empieza por negar que sea inevitable la decadencia y crisis final del capitalismo, para concluir rechazando la inevitable necesidad de la revolución. Su camino es la evolución gradual por medios democráticos, por lo que defiende la progresiva actuación política legal de las masas, encuadradas en partidos políticos y sindicatos para conquistar posiciones por medio del sufragio, el parlamento, etc. Ya no es, pues, cuestión de destruir la sociedad burguesa como sistema social civilizado. Sólo admite la huelga como arma de presión política y la revolución en los países dictatoriales.

3.4. El anarquismo.
Definición.
La palabra anarquismo fue introducida por Proudhon en 1840 en su libro ¿Qué es la propiedad?, y significa “sin señor o sin gobernante”, pero en el sentido de doctrina social que nos interesa se identifica con “negación de la autoridad, pública o privada”. Los precedentes del anarquismo se confunden con los del socialismo, por lo menos hasta principios del siglo XIX; inclusive se confunden también con los del liberalismo, si se entiende anarquismo como un liberalismo llevado a sus últimos extremos, de máximo individualismo y hostilidad contra el Estado. De todos modos, la idea central de todo anarquismo es sustituir la autoridad por la cooperación y desarrollar el acuerdo mutuo entre hombres libres.
Ideas fundamentales.
El hombre es bueno por naturaleza. Ha nacido bueno, o potencialmente bueno, pero las costumbres y las instituciones autoritarias le han corrompido. La religión, la educación, la política y la vida económica han servido para pervertir la bondad natural inherente a la humanidad.
El hombre es un animal social y busca su plena realización mediante la cooperación voluntaria y espontánea con los demás. La sociedad es natural, el Estado, no; la búsqueda de la vida comunitaria es instintiva en todos los hombres.
Las instituciones sociales vigentes —la propiedad privada y el Estado- son instrumentos artificiales para que unos hombres exploten y corrompan a otros. La autoridad bajo cualquiera de sus formas, incluso un gobierno democrático o un sistema de economía socialista, embrutece al individuo.
El cambio social debe ser espontáneo, directo y basado en las masas. Los partidos políticos, los sindicatos y todos los movimientos organizados son producto de la autoridad. Aunque pretendan la reforma e incluso la revolución, están constituidos de tal forma que, en último extremo, vienen a reemplazar un mal por otro de signo parecido. Un cambio significativo debe expresar, pues, los sentimientos naturales de una masa de individuos autónomos que actúan sin una dirección externa.
La civilización industrial, bajo cualquier forma de propiedad de los medios de producción, envilece el espíritu humano. Las máquinas dominan al hombre, reduciendo su personalidad y obstaculizando su capacidad de creación. Cualquier sociedad basada en una estructura industrial está abocada a pervertir las motivaciones e impulsos de los que viven en ella.

Teóricos del anarquismo: Godwin, Proudhon, Bakunin, Kropotkin.

-William Godwin (1756-1836). Tradicionalmente es considerado como el primer teórico del anarquismo y también como un claro exponente del liberalismo inglés. Se pregunta cómo es posible que el hombre haya avanzado tanto en el terreno intelectual y técnico sin haber conseguido éxitos similares en la moral. En efecto, la guerra, la pobreza, la explotación, el crimen y toda suerte de injusticias no han sido eliminadas por la sociedad moderna. La profunda discrepancia entre el avance científico y el atraso moral se debe, en su opinión, a la existencia del gobierno, al control que ejerce sobre la vida social en todos los aspectos, que interfiere la participación de la razón como mecanismo para corregir la injusticia. De ahí, que concluya planteando que cuando la razón humana se halle en un marco social libre, acabará por imponerse.
Afirma que el poder ejerce, por su propia naturaleza, una influencia perniciosa, pues los gobernantes tienden a abusar del poder para su beneficio egoísta. Esto acaba por determinar la formación de grupos y clases que, al amparo del gobierno y por medio de él, explotan a los demás creando un completo sistema de privilegios excluyentes. Sólo podrá llegarse a la sociedad perfecta suprimiendo el Estado y sustituyéndolo por pequeñas comunidades en las que no exista coacción desde arriba y los conflictos de intereses sean resueltos por acuerdo voluntario. Para ello hay que empezar por suprimir el clero, la aristocracia, la propiedad privada y todas las instituciones que sostienen al Estado, y con él la fuente de todos los males sociales desaparecerá. Sintetizando, las tres ideas centrales del pensamiento de Godwin son fe en el progreso, confianza en la innata bondad del hombre y hostilidad frente al Estado.
-Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). Como Godwin, fue partidario del anarquismo sin violencia, haciendo de esta ideología un movimiento deliberado de masas, que apoyado en la resistencia pasiva individual acabaría con el sistema estatal capitalista. Propuso la sustitución del mecanismo capitalista de producción, distribución, consumo y crédito, por las cooperativas, apostando por la utilización de bonos de trabajo en lugar de dinero para impedir el enriquecimiento y el atesoramiento.
La doctrina social de Proudhon se basa en el principio de que la propiedad es un robo, si se entiende como herramienta del sistema capitalista, porque él sí que acepta la propiedad cuando es como parte connatural de la libertad individual. Propugna la gradual desaparición del Estado mediante el federalismo económico, que engendraría el federalismo político, basado en compañías obreras unidas en federaciones mutualistas que garantizarían el equilibrio social.
El mutualismo ofrece al hombre la posibilidad de resolver el problema social sin violencia y sin lucha de clases, que consiste en un intercambio en virtud del cual los miembros asociados se garantizan recíprocamente servicio por servicio, crédito por crédito. Desde su óptica, el federalismo es el único sistema compatible con el mutualismo y a su vez el único sistema social que puede resolver la antinomia autoridad-libertad, inherente a toda sociedad humana.
En Filosofía de la Miseria aparece elaborado más nítidamente su pensamiento económico, oponiéndose claramente al marxismo por considerar que la clase trabajadora, por la que era necesario luchar a fin de conseguir sus justas reivindicaciones, sería tan perniciosa como las otras clases caso de conseguir el poder absoluto. Marx acogió este escrito con una crítica mordaz y su respuesta puede considerarse históricamente como el punto de inicio de la separación de anarquistas y socialistas en el terreno de la teoría o reflexión social.

-Mijaíl Bakunin (1814-1876). Es una de las personalidades más significativas que participaron en los grandes procesos de cambio que agitaron la sociedad rusa decimonónica. Exiliado en Europa, trajo muchas de las ideas y tácticas revolucionarias que habían sido empleadas en su país de origen, por lo que Bakunin representa el aspecto revolucionario de la llamada acción directa, dentro del movimiento y filosofía del anarquismo internacional. Su pensamiento está muy influido por las obras de Fourier y Proudhon y por el libro de Lorenz Von Stein “El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea”, aparecido en 1841. Estaba convencido de que la destrucción total es el preludio necesario de la creación revolucionaria, que resolverá dialécticamente las contradicciones estructurales del mundo a través de la justicia y la armonía generadas. Añadió a su teoría de la destrucción su hostilidad contra todo poder constituido.
Su filosofía política de la destrucción pasaba por la desaparición de todas las instituciones, ya sean políticas, sociales o religiosas, para implantar una federación libre de asociaciones independientes con iguales derechos e iguales privilegios. El medio de alcanzar esta utopía anarquista sería la rebelión universal de la clase trabajadora y de los estratos más bajos amparados bajo una disciplina férrea y sometida a una voluntad única. En definitiva preconiza la abolición definitiva y completa de las clases sociales y la igualdad económica y social de los individuos de ambos sexos. Apostó por la acción directa de los sindicatos (huelga, boicot, sabotaje, ocupación de fábricas) para socializar la tierra y los demás instrumentos de producción.
Sus planteamientos son radicalmente diferentes a los de Marx, por lo que el enfrentamiento entre
ambos fue claro, especialmente en el seno de la I Internacional. Estas diferencias políticas radicaban en que Bakunin proponía el control directo de la industria y la agricultura por los obreros, mientras que Marx se inclinaba por la conquista del Estado y la apropiación, por parte de éste, de los medios de producción. Además, su planteamiento como anarquista era el de atacar el aparato estatal desde fuera y abolirlo cuanto antes.
En palabras escritas por él se marca claramente la diferencia entre la política marxista y la anarquista: «Los comunistas creen un deber organizar las fuerzas para apoderarse del poder político de los estados. Los socialistas revolucionarios, en cambio, se organizan con vistas a la destrucción o, si se quiere, decir con una palabra menos fuerte, la liquidación de los estados. Los comunistas son partidarios del principio y de la práctica de la autoridad. Los socialistas revolucionarios, en cambio, sólo confían en la libertad. Los socialistas revolucionarios piensan que la humanidad se ha dejado mandar demasiado tiempo, y que el origen de su infelicidad no está en una u otra forma de gobierno, sino en el mismo hecho del gobierno, sea éste cual fuere».

-Pedro Kropotkin (1842-1921). Príncipe ruso que empezó adquiriendo nombre como científico dedicado a la geología, la geografía y la sociología. Es el escritor sistemático y sereno del anarquismo, en claro contraste con la filosofía bakuninista. Su aportación consiste en haber seguido la línea más científica señalada por Proudhon y haber elaborado la versión anarquista del comunismo en su investigación histórica El apoyo mutuo: factor de la evolución (publicada en 1902). Sin embargo, su influjo quedó más circunscrito a los círculos intelectuales libertarios, mientras que el bakuninismo inspiró el movimiento anarquista proletario y campesino.
En su obra propone un programa de organización social basado en la ayuda mutua, y desarrollado bajo principios de racionalidad, eficiencia, eliminación de esfuerzos inútiles y explotación del progreso científico. Defensor de un planteamiento económico fundado en la acción de las cooperativas, es la idea central de su comunismo federalista. La sociedad a la que aspiraba era la de las asociaciones libres, en la que los medios de producción, lo mismo que los propios productos, serían poseídos en común y repartidos entre los ciudadanos de acuerdo con sus necesidades.

3.5.- La doctrina social de la Iglesia Católica o Catolicismo social.
En la primera mitad del siglo XIX aparecen algunos católicos que captaron las consecuencias del desarrollo del capitalismo. Desde su fe, Lacordaire, Ozonam, Montalembert, Ketteler, Balmes, entre otros, intentaron proporcionar una respuesta adecuada y trataron de esbozar soluciones al problema, más o menos efectivas. Ellos fueron quienes impulsaron una decisión general de la Iglesia sobre el asunto. Hacía tiempo que algunos católicos con inquietud social discutían sobre los caminos a seguir, tanto doctrinales como prácticos, en el campo de las reivindicaciones laborales. En los países pluriconfesionales se decidieron por la intervención del Estado, como el cardenal Manning en Inglaterra o monseñor Ketteler, diputado en el Reichstag, que en 1873 presentó un proyecto de reglamentación general del trabajo. En los países católicos como Francia o Bélgica, se oponían dos escuelas, la de Lieja, intervencionista, y la de Angers, abstencionista.
La marginación creciente del catolicismo y de los aspectos religiosos en el mundo industrial, provocó una creciente preocupación en la Iglesia que se vio agravada por la progresiva difusión de las ideologías de clase, que de forma más o menos abierta se declaraban antirreligiosas. Esa situación supuso una creciente separación entre la Iglesia y las masas populares, por lo que distintos sectores eclesiásticos y algunos laicos comenzaron a elaborar una respuesta que se concretaría en la denominada doctrina social de la Iglesia. Por primera vez, el pontífice Pío IX en su encíclica Quanta Cura (1864), apunta las consecuencias económicas negativas del liberalismo, centrándose fundamentalmente en la condena de determinados aspectos ideológicos del sistema, mucho más que en sus secuelas sociales y económicas. No obstante, el mundo católico y la jerarquía eclesiástica tenían una postura muy conservadora aún en la segunda mitad del siglo XIX; sirva de dato que en el Concilio Vaticano I (celebrado del 8-12-1869 al 20-10-1870) no se dio ninguna orientación sobre la cuestión social, nada se habló se las injusticias de la clase obrera, ni de los problemas socioeconómicos.
Quien mostró su preocupación por la cuestión social fue León XIII que redactó la encíclica Rerum Novarum (1891). En ella se dio un giro a la actitud pontificia respecto al liberalismo, quedando establecida la posición del Vaticano en favor de la mejora de las condiciones de vida y remuneración del trabajador, y su apoyo a una legislación social como «cura de los males sociales». Es verdaderamente la primera de las encíclicas sociales que van a abordar el grave problema social de la »cuestión obrera” como la denominaba León XIII. Esta encíclica no fue más que un principio de doctrina ya que la Iglesia no insistió con el mismo vigor en su prédica de justicia social desde finales del siglo pasado hasta los tiempos de Pío XI con su Quadragesimo Anno (1931), Juan XXIII con Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963), Pablo VI con Populorum Progressio (1967), y de Juan Pablo II, con Laborem Exercens (1981) y Centesimus Annus de 1991.
La encíclica Rerum Novarum fue un documento famoso y comentado, pero muy poco eficaz, por varias razones:
-Apareció con excesivo retraso, 43 años después del Manifiesto comunista, por ejemplo.
-Su excesiva cautela, su vaguedad y su carácter no obligatorio, la dejaron expuesta a toda clase de interpretaciones anuladoras dentro del mismo campo católico.
-Las clases trabajadoras, muy escarmentadas y con justa desconfianza de la hermandad del Capitalismo-Poder-Iglesia, no se dejaron impresionar por el indeciso documento, o mejor, lo ignoraron.
-La burguesía, reconciliada con la Iglesia y aceptado su magisterio de nuevo, tampoco recibió con unánime alborozo la tímida reprimenda.
La encíclica Rerum Novarum analiza los cambios producidos por la industrialización en la sociedad europea, conformando su núcleo la formulación de una serie de principios doctrinales que los católicos deberían tener presentes a la hora de colaborar activamente en la construcción de la nueva sociedad. En ella se parte del principio de que es imposible el quitar de la sociedad civil todas las desigualdades y se afirma la imprescindible necesidad de que las dos clases sociales existentes en ese momento, burguesía y proletariado, tratasen de armonizar sus intereses. Al proletariado, se recomendaba que no causara daños al capital ni a los capitalistas, y que cumpliese lo pactado en libertad y justicia; a los capitalistas se les indicaba que respetasen la persona humana y que no abusasen de sus trabajadores. Reconoció el derecho de los trabajadores a asociarse, a sindicarse para la defensa de sus derechos y para la protección de sus intereses, y reconoció la competencia del Estado para reducir y eliminar la injusticia social a través de una intervención directa mediante la política social. Asimismo, reconoció el derecho de propiedad y de posesión de los frutos del trabajo, sin olvidar la función social que éstos debían de desempeñar.
Esta encíclica definía dos principios que se enfrentaban al determinismo naturalista de la economía liberal, que son el carácter social tanto de la propiedad como del salario. En consecuencia, se recusaba el principio marxista de la lucha de clases, porque ambas clases estaban igualmente sujetas a derechos y deberes. Por su parte, el Estado debería abandonar la cómoda postura que la doctrina liberal le había asignado y, sin caer en el dirigismo, realizar un control de las funciones económicas, amparar al pobre velando por el cumplimiento de la justicia distributiva, cuidar de la paz social y hacer que se respetara la propiedad privada y el adecuado uso de ella. El Estado habría de encargarse de respetar las organizaciones obreras, con tal de que no dañaran a la honradez, la justicia o la seguridad de la sociedad civil; más aún, debería protegerlas pero no entrometerse en lo intimo de su organización y disciplina.
Puede decirse en conjunto que las doctrinas cristianas y las organizaciones católicas que surgieron para solventar el problema de las relaciones laborales obedece a dos necesidades:
– La necesidad de prestar auxilios religiosos-morales, económicos y sociales a las masas trabajadoras, evitando a la vez que cayeran bajo las influencias del anarquismo, marxismo u otros socialismos.
– La necesidad de defender intereses profesionales sin tener que abdicar para ello de su fe.
Una vez definida la línea social progresista de la Iglesia, ésta toma dos cursos políticos paralelos y próximos entre sí, aunque la actividad partidista los puso a veces como competidores y adversarios en la demanda de votos electorales y en el ejercicio del gobierno, la democracia cristiana y el socialismo cristiano como partidos políticos. También, nacen sindicatos y otras numerosas organizaciones de inspiración cristiana, mutualidades, oficinas de orientación profesional, cooperativas, entre otras.