Bloque II. Tema 2.2. La expansión del capitalismo burgués.

30 julio 2013

TEMA 4. LA EXPANSIÓN DEL CAPITALISMO BURGUÉS
1. LAS GRANDES POTENCIAS EUROPEAS.
1.1. La Inglaterra victoriana.
El reinado de Victoria I comenzó en 1837 y se prolongó hasta 1901. A esta etapa se la conoce como era victoriana. En este período el Reino Unido alcanzó la máxima expansión territorial, consolidó su desarrollo industrial y mantuvo las instituciones tradicionales basadas en la monarquía parlamentaria, aunque se avanzó hacia un auténtico sistema democrático. Este país no se vio afectado por las oleadas de revoluciones de carácter liberal que convulsionaron el resto de Europa, por el contrario, los avances políticos se produjeron en el marco de estabilidad institucional.
El desarrollo económico se vio afectado por una prolongada crisis desde 1873 hasta 1895. Esta crisis afectó sobre todo a la agricultura, ya que la libertad de comercio establecida en 1846 perjudicaba claramente los intereses agrarios, pero favorecía los industriales. Aunque la economía británica no disminuyó su potencial, sí lo hizo en cifras relativas: otros países, como Alemania o Estados Unidos, alcanzaron a fines del siglo XIX el nivel de desarrollo industrial y económico del Reino Unido. A pesar de este declive relativo, continuó siendo el principal centro financiero gracias a una moneda fuerte, la libra esterlina, y al Banco de Inglaterra, que era el más importante del mundo.
De ahí el interés de los políticos británicos por las cuestiones económicas: la expansión imperialista estaba muy unida al comercio, las finanzas y el control de las rutas de navegación. Todos los primeros ministros británicos del siglo XIX ocuparon antes el cargo de canciller del Exchequer (equivalente a ministro de finanzas). Las sucesivas reformas presupuestarias aseguraron la primacía de la burguesía mercantil e industrial que dominaba la Cámara de los Comunes, frente a la vieja aristocracia terrateniente representada en la Cámara de los Lores y favorecieron la expansión colonial.

1.2. Francia: del II Imperio a la III República.
Después de la revolución de 1848, Francia se convirtió en una gran potencia económica y colonial, al tiempo que evolucionaba de un régimen monárquico a otro republicano.
Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del gran Napoleón, accedió a la presidencia de la república francesa tras la revolución de 1848, pero pronto su gobierno adquirió un carácter fuertemente autoritario. En 1851 convocó un plebiscito en el que pedía una nueva constitución que le otorgaba plenos poderes: ejercía el poder ejecutivo, se reservaba la iniciativa legislativa, nombraba a sus ministros y a los miembros de dos de las tres cámaras legislativas y tenía potestad para declarar la guerra. En 1852, proclamó el II Imperio y se intituló emperador con el nombre de Napoleón III. La derrota francesa ante Prusia en la batalla de Sedán (2 de septiembre de 1870) precipitó la proclamación de la república dos días después. Ante el asedio de la capital por las tropas prusianas, en marzo de 1871 estalló la revuelta de la Comuna de París. El gobierno provisional, que se encontraba en Versalles para negociar la paz con Prusia, ordenó la intervención del ejército, la cual produjo casi 5.000 muertos durante la “semana sangrienta” de fines de mayo, con una dura represión posterior (20.000 revolucionarios ejecutados y 40.000 prisioneros).
Adolphe Thiers trató de afianzar el nuevo régimen con medidas legislativas que dieron lugar a la constitución de la III república: se implantó el sufragio universal.
En 1882 destacan medidas como la declaración de la enseñanza estatal laica. Desde 1889 a 1898 la república se consolidó, triunfó la expansión imperialista y se elaboró una avanzada legislación social.
1.3. El II Reich alemán.
En 1871 se creó el II Reich (Segundo Imperio) alemán. Dos hechos fundamentales favorecieron su creación: el primero, la unificación de Alemania en torno a Prusia, y el segundo la victoria de Prusia sobre Francia en la batalla de Sedán en 1870. Estos acontecimientos llevaron a la proclamación de Guillermo I como emperador alemán (káiser) en Versalles en 1871.
La fundación del II Reich supuso la aparición de una gran potencia, que vino a cambiar el equilibrio de poderes en Europa.
La unión aduanera de 1834 y el desarrollo industrial y ferroviario anterior a 1870 contribuyeron a la unificación política alemana y fueron las bases de la potencia económica del país. De hecho en 1869 ya se habían eliminado las últimas barreras económicas entre las distintas regiones y se creó un mercado nacional tras la supresión de tasas y la unificación de pesos y medidas. Pero faltaba la unificación monetaria, que se logró con la creación del marco (1871) y del Banco Imperial (1875).
Otto von Bismarck fue canciller del Reich desde 1871 hasta su dimisión en 1890. El eje de su política interior y exterior era dar seguridad al imperio, y se plasmó en la estrategia preventiva contra las posibles disidencias en el interior de Alemania y, en el plano exterior, contra la revancha de Francia, humillada tras la derrota de 1871. En la década de 1880 Bismarck tuvo dificultades al no apoyar la política colonial, que defendían comerciantes y banqueros muy influyentes. En 1888 murió el káiser Guillermo I. El nuevo emperador, Guillermo II no sintonizó con el canciller. Con la marcha de Bismarck, la política alemana sufrió cambios notables. Guillermo II mostraba gran interés por la expansión imperialista. El belicismo alemán despertó el recelo de los demás países europeos, especialmente de su tradicional enemiga, Francia, y del Reino Unido, que temían que el expansionismo alemán pudiera perjudicar a sus respectivos imperios coloniales.
1.4. El Imperio austrohúngaro.
El rasgo fundamental de este imperio era su enorme diversidad étnica, cultural y religiosa, que lo hizo inviable a largo plazo. Movimientos independentistas y nacionalismos fueron una amenaza constante para su supervivencia.
El imperio estuvo gobernado por Francisco José I (1848-1916). En la primera parte de su largo reinado trató de aplicar una política de centralismo y absolutismo germánico. Esto originó un enfrentamiento entre austríacos y húngaros, que amenazaba con provocar la división del Imperio. Por ello se acordó un compromiso (1867) que dividió el imperio en dos reinos: Austria y Hungría. La firma de este compromiso solventó el problema húngaro, pero no el de las restantes nacionalidades. Las demandas de polacos o checos fueron acalladas, mientras Bosnia fue Anexionada en 1908. Los problemas fueron constantes con los nacionalismos croata, esloveno, dálmata o serbio. La falta de soluciones a problemas tan complejos y las ansias expansionistas de Austria-Hungría sobre los Balcanes a costa de los territorios del debilitado Imperio turco, fueron motivo de la inestabilidad de la zona y origen de la llamada “cuestión de Oriente” o balcánica.
Desde la década final del siglo XIX, el Imperio austrohúngaro aparecía como un Estado sin futuro, debido al personalismo del emperador, el imposible equilibrio entre magiares y germanos y la incapacidad para evolucionar a un sistema de gobierno democrático.

1.5. El Imperio ruso.
Rusia fue el imperio que menos cambios experimentó durante el siglo XIX. El imperio de los zares se parecía bastante a una monarquía absoluta.
El Imperio ruso tenía una gran diversidad étnica. Predominaban los eslavos, que eran más del 80% de la población: rusos, ucranianos, bielorrusos y polacos. Otra etnia importante era la caucásica, con gran variedad interna: georgianos, armenios y azerbaijanos. La etnia amarilla de Asia la integraban los uralo-altaicos, los turcos y los tártaros. Los bálticos eran mayoritarios en Letonia, Estonia y Lituania. A ello se añadía una comunidad judía y otra alemana muy dispersas.
Ante esta diversidad étnica y religiosa, se desarrollaron dos tendencias. Había una tendencia centrífuga de pueblos que intentaban separarse del imperio, como los polacos, bálticos o bielorrusos. Y había ota tendencia centrípeta o paneslavista, que intentaba asimilar a las otras minorías a la cultura eslava. De esa tendencia paneslavista deriva la política de rusificación que practicaron todos los zares desde Alejandro II hasta Nicolás II.
La política interna de los zares fue la de mantener el régimen autocrático con pequeñas reformas, todas ellas motivadas por la presión popular o las circunstancias, lo que no evitó la creciente oposición al absolutismo.
Alejandro II (1855-1881) vio condicionado su reinado por los efectos de la guerra de Crimea (1853-1856), de la que Rusia salió derrotada, lo que obligó a emprender reformas sociales. Alejandro III (1881-1894) potenció el desarrollo económico a través de la reforma fiscal y la captación de capital europeo, especialmente francés. La industrialización se impulsó desde el estado en sectores clave, como el minero-metalúrgico de la cuenca del Donetz, el petróleo de Transcaucasia, la industria textil y el ferrocarril, cuyo mejor ejemplo fue la construcción del Transiberiano. Este desarrollo económico se acompañó del control de la enseñanza y la cultura, la rusificación de los territorios fronterizos y la persecución de todo tipo de oposición. Para ello se creó la policía política (okhrana), encargada de perseguir el terrorismo y de vigilar los zemstvo o consejos rurales (asambleas locales de gobierno) para evitar que se impusieran propuesta liberales. Nicolás II (1894-1917) continuó la labor represiva de su padre y la política de rusificación de Polonia, las regiones bálticas, Armenia o Finlandia, con la ayuda de la Iglesia ortodoxa y la escuela. El zar apoyó la expansión imperialista hacia la zona oriental, que le llevó a la guerra con Japón (1904-1905), de la que salió derrotado. Esta derrota y el descontento social condujeron a la revolución de 1905, momento a partir del cual el zarismo trató de transformar el sistema de gobierno a través de un tímido acercamiento al constitucionalismo que a nadie contentó.

1.6. El Imperio turco.
El Imperio otomano o turco se había formado en la Edad Media. En el siglo XIX era un estado complejo, muy extenso y formado por gran variedad de pueblos. A esto se unía la debilidad del gobierno central otomano, por lo que existía una fuerte inestabilidad política.
Su territorio abarcaba la península de Anatolia, de población turca; los Balcanes, donde había minorías islamizadas y cristianas; y se extendía a Oriente Medio, parte de Arabia y norte de África, aunque en muchos casos era un dominio más teórica que real.
En África los turcos disputaban su influencia con británicos y franceses y con los wahabitas (islamistas radicales) en la costa del Mar Rojo. De esta forma el Líbano pasó a dominio francés en 1864, Egipto al Británico en 1882 y Túnez a Francia desde 1881.
El soberano del Imperio turco recibía los títulos de “sultán” y “califa”; el primero hacia referencia a su autoridad política, y el segundo a la religiosa sobre todos los musulmanes. Estaba auxiliado por un consejo de hombres santos o ulemas, y la sharia o código de leyes sagradas del Islam era la base de la legislación. Se trataba, pues, de un Estado teocrático.
La escasez de recursos económicos, la dependencia financiera del Reino Unido y Francia y los problemas exteriores, sobre todo en los Balcanes, donde el Imperio otomano se enfrentó a Austria-Hungría, aceleraron el progresivo debilitamiento del Imperio turco. Además, los nacionalismos eran cada vez más intensos. Junto al nacionalismo balcánico, el otro gran movimiento nacionalista fue el de los armenios, cuya sublevación en 1894 acabó ahogada en sangre por el ejército otomano, con más de 80.000 muertos.
En 1909 la revolución de los Jóvenes Turcos acabó con la destitución del sultán y el nombramiento de Mehmet V Resad (1909-1918), quien inició una serie de reformas. Este sultán se acercó a Alemania porque desconfiaba de Rusia y Reino Unido, a los que creía interesados en hacerse con las posesiones otomanas.

2.- LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL (1850- 1915).
2.1. Características generales.
Se producen una serie de cambios en el ámbito económico como consecuencia fundamentalmente de la introducción de nuevas fuentes de energía. La diferencia entre la primera y la segunda revolución fue la utilización generalizada de fuentes de energía (petróleo y energía eléctrica). Estas nuevas fuentes de energía conllevan la introducción de nuevos avances tecnológicos, se generaliza el uso de la bombilla, dinamo, teléfono, mejora de los medios de transporte… Se consigue esta mejora aumentando la rapidez de los medios y también introduciendo nuevos medios reduciendo los costes de transporte que permite acceder a mercados más lejanos siendo el producto más competitivo.
La introducción de nuevas técnicas financieras y mercantiles es la segunda característica de esta Segunda Revolución Industrial. Hay una entrada masiva en el juego económico de las entidades financieras. Hay un cambio de la entidad jurídica de las fábricas. Se exige la inversión de capital de distintos individuos. Se generalizan las SA y se introducen los bancos aportando capital.
La intervención del estado en la economía. Desde finales del siglo XIX se pone de manifiesto la necesidad de que el estado intervenga en el ámbito económico, se empieza a cuestionar los principios del liberalismo económico (no intervención del estado en la economía) como consecuencia principalmente de la necesidad por parte de los estados de controlar ciertos sectores industriales fundamentalmente como consecuencia de la aparición de los nacionalismos en Europa y las políticas militaristas. Otro motivo de la intervención es que surgen en todos los estados movimientos sociales que exigen la intervención del estado en las relaciones económicas para mejorar o proteger los intereses de determinados grupos sociales (los más desfavorecidos), los movimientos sindicales.
2.2. El crecimiento y los movimientos de población en los países desarrollados
A lo largo del siglo XIX se conoció el más prolongado crecimiento de población conocido hasta entonces, especialmente en Europa y Estados Unidos. Paralelamente al proceso industrializador, el número de europeos se duplicó a lo largo de dicho siglo, con algunas excepciones como Irlanda (por la elevada mortalidad y emigración de mediados de siglo) o Francia. En América coincide con las transformaciones económicas derivadas de su incorporación al creciente comercio internacional y con el incremento del mercado interno tras la llegada masiva de inmigrantes procedentes de Europa. En este período, por tanto, la explosión demográfica y el desarrollo económico son dos procesos íntimamente relacionados.
Los movimientos naturales de población. El paso a la segunda fase de la revolución demográfica (continuación del descenso de la mortalidad -iniciada en la primera fase- e inicio de la disminución de la natalidad) no siguió un mismo modelo ni se produjo en todos los países al mismo tiempo. En Gran Bretaña y Alemania se dio un notable incremento de la población, pese al gran flujo migratorio dirigido hacia Estados Unidos; aunque ambos presentan características similares, el primero de ellos llevaba casi un siglo de adelanto sobre el segundo, lo que implica que Alemania aceleró significativamente su proceso. En Francia, por otra parte, el descenso de la natalidad fue mayor debido a un control voluntario de los nacimientos, lo cual se explica en parte por la mayor participación de la mujer en la vida pública, la legalización del divorcio, el individualismo o el deseo de ascenso social.
Los movimientos migratorios. La revolución de los transportes, en especial la extensión del ferrocarril y la difusión del barco de vapor, no sólo incrementó los intercambios comerciales sino también el de personas. En el caso de las migraciones interiores fue ya importante el éxodo rural y la consiguiente concentración urbana: en Gran Bretaña, por ejemplo, la población residente en las ciudades es ya la mayoritaria hacia mediados del siglo XIX. En otros países como Alemania o Estados Unidos este hecho se producirá en la transición del siglo XIX al XX.
Más característico, si cabe, fue el gran éxodo a Ultramar de los europeos: en poco menos de un siglo, entre 1845 y 1939, cerca de 60 millones de europeos partieron del Viejo Continente hacia América, África, Australia, Nueva Zelanda o Siberia. El grueso de esta población emigró a los Estados Unidos, en especial desde la segunda mitad del siglo XIX; hasta finales de siglo predomina la emigración británica, alemana o irlandesa y, a partir de entonces, fue muy importante la población procedente del este y sur de Europa. Así mismo, es destacable la corriente migratoria de portugueses y españoles hacia Iberoamérica, principalmente hacia Brasil y Argentina, donde el contingente italiano fue también muy significativo.
2.3. La modernización de la agricultura.
A lo largo del siglo XIX desaparecen en los países más avanzados las «hambres», tradicionalmente periódicas, pese al extraordinario aumento de la población. Ello se debe a que fue mayor el incremento de la producción agraria gracias a la puesta en explotación de nuevas tierras y muy especialmente al aumento de la productividad. Esto último se explica principalmente por los siguientes factores:
(a) Los cambios en la forma de propiedad. En el caso de Gran Bretaña ya en el siglo XVIII se habían realizado importantes reformas en este sentido (enclosure Act): se pusieron en cultivo eriales y tierras baldías y se incrementó la productividad por trabajador y por hectárea. El proceso de concentración de tierras se vio acelerado en la segunda mitad del siglo XIX ya que al aplicar medidas librecambistas muchos pequeños propietarios se arruinaron, abandonando sus propiedades. En Francia la transformación es más lenta y se produce a partir de 1870 debido a las crisis de la agricultura, sea por motivos naturales (filoxera) o por la competitividad de los países nuevos (crisis cerealística). En Alemania, especialmente en el este, se llevó a cabo una modernización de las grandes propiedades que estaban en manos de la nobleza terrateniente. Finalmente, en los países nuevos, como EE.UU., se ocuparon las grandes extensiones donde vivía la población indígena, roturándose las tierras y estableciendo grandes y medianas propiedades que al aumentar la producción abarataron enormemente los precios.
(b) La fertilización del suelo. Hasta mediados del siglo XIX los abonos eran esencialmente de tipo animal. A partir de 1850 se empieza a utilizar el guano de Perú, los nitratos de Chile o las sales potásicas. Posteriormente y coincidiendo con el desarrollo de la segunda revolución industrial, la industria química experimentará un gran auge en países como Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia. Paralelamente, fueron apareciendo piensos compuestos que permitieron una ganadería intensiva en establos. Todo ello logró un aumento de la producción y una mejora de la alimentación humana. Además, se mejoraron los sistemas de conservación (Pasteur).
(c) La mecanización del campo. El equipamiento del campo con las nuevas máquinas fabricadas por la industria y movidas por las nuevas fuentes de energía va a ser necesario en aquellos países en los que la mano de obra es relativamente cara (Gran Bretaña) o escasa, con grandes explotaciones (EE.UU.). Así pues, a mediados del siglo XIX EE.UU. reemplaza a Gran Bretaña en la invención de maquinaria agrícola (segadora mecánica de Mac Cormick, gavilladora automática inventada en 1878 o cosechadora que siega y trilla al mismo tiempo). El problema para el campesinado empezaba a ser la obtención del capital necesario para comprar esas máquinas y herramientas.
2.4. La extraordinaria expansión de los medios de transporte y del comercio
En la segunda mitad del siglo XIX el ferrocarril desplazó a los otros medios de transporte terrestre. Se convirtió en un sector punta que promovió una profunda transformación en las comunicaciones y comercio, creó una infraestructura económica básica para cualquier actividad y posibilitó un extraordinario desarrollo de múltiples y gigantescas industrias, tanto metalúrgicas como mecánicas. Para todo ello era necesario disponer de mano de obra abundante y de importantes inversiones.
A las consecuencias económicas hay que añadir el papel político-militar desempeñado por este medio de transporte en las unificaciones de Alemania y de Italia, así como en la expansión territorial de Estados Unidos hacia el Oeste (línea transcontinental concluida en 1869) y de Rusia hacia el Este (Transiberiano, 1902).
En los transportes marítimos triunfó desde 1860 la navegación a vapor por su mayor velocidad, tonelaje y seguridad. El excesivo coste de los nuevos barcos obligó a concentrar las empresas, pero sus enormes beneficios fueron factores que incentivaron su expansión y fomentaron el comercio internacional. Este último también se benefició de la construcción de los canales de Suez (1869) y Panamá (1914), al reducir las distancias y los precios de los portes. La apertura del canal de Panamá y la nueva flota mercante construida por Alemania disputarán en vísperas de la Primera Guerra Mundial el predominio de Londres, aunque la libra esterlina siguió siendo la moneda de pago internacional y en la Bolsa de Londres se efectuaban las transacciones internacionales más importantes.
La aparición del automóvil -inventado hacia 1885 en Alemania con las aportaciones de Daimler, Margus y Benz-dará nueva vida a las carreteras, un tanto abandonadas tras los éxitos del tren, y supondrá una nueva revolución en los transportes y en el mercado. Viene a ser una síntesis de los inventos de la época puesto que para su elaboración y funcionamiento hay que recurrir a la nueva maquinaria, nuevos metales, industria química, petróleo… etc. Además, la industria de finales de siglo se hallaba en condiciones de aplicar con éxito el motor de explosión: en 1889 los hermanos Renault fundaron su empresa en Francia y Peugeot vendió 29 coches en 1892. A comienzos del siglo XX se creaba en Turín la FIAT y en Estados Unidos Henry Ford se lanzaba a la conquista del mercado en dura competencia con la General Motors.
Finalmente, la aviación se hallaba en su fase experimental durante la primera década del siglo XX, por lo que no representa todavía un elemento tan importante de la vida económica. Sólo la aplicación de los principios del globo al zeppelín tuvo una cierta importancia.
2.5. Las transformaciones de las empresas y de la producción industrial
Uno de los aspectos más característicos de la Segunda Revolución Industrial es el de las innovaciones: el empleo de nuevas fuentes de energía (petróleo y electricidad), los avances tecnológicos (múltiples inventos y máquinas cada vez más perfeccionadas y especializadas) y las nuevas industrias (mecánicas, metalúrgicas variadas y químicas). Estas innovaciones y avances tecnológicos se deben a la estrecha alianza entre industria, ciencia y educación: las industrias colaboran y aplican los progresos científicos de laboratorios y Universidades e igualmente solicitan de sus empleados un nivel de educación o de formación profesional adecuado. Asimismo, contribuyó a esta alianza entre técnica e industria la rápida difusión de los progresos técnicos gracias a tas exposiciones universales y a la mejora de las comunicaciones.
Muy distinto es el panorama a la hora de adoptar dichas innovaciones por parte de las empresas y de los diferentes países: la electricidad y el petróleo, por ejemplo, se utilizaron en las nuevas industrias, pero hasta mediados del siglo XX la energía más empleada continuó siendo el carbón; en Alemania y Estados Unidos se aceleró más tempranamente este proceso innovador, mientras que en el Reino Unido fue más difícil salir de la estructura industrial surgida en la etapa anterior.
La concentración empresarial es otra de las características más destacadas de esta segunda fase, frente al individualismo autodidacta y la pequeña fábrica propios de la primera Revolución Industrial. Este fenómeno fue también significativo en países como Estados Unidos y Alemania, y en las nuevas industrias. Se explica por el costo de las máquinas debido a su complejidad técnica, la obtención de una mayor rentabilidad y la mejor resistencia a las crisis cíclicas del capitalismo. Estas grandes empresas, al aumentar su producción, necesitaron ampliar sus mercados; a nivel interno fue posible gracias a la elevación del nivel de vida que convirtió a los trabajadores en consumidores; también al aumento de la demanda de la creciente población urbana y de una agricultura en proceso de modernización. A su vez, los precios experimentaron un descenso que se inició en Estados Unidos debido al trabajo en cadena (taylorismo) y a la fabricación en serie (estandarización). En relación con la conquista de mercados en el exterior se ha de recordar que esta etapa coincide con la expansión imperialista occidental.
Paralelamente a este proceso se produjo una concentración bancaria que permitió la canalización del ahorro y la financiación de las empresas y de gigantescas inversiones. En Gran Bretaña se diferenció ya entre bancos comerciales e industriales. Es una época en la que en todos los países desarrollados surgen grandes bancos: Société Générale de la Banque en Francia, Deutsche Bank en Alemania, Banca Morgan en Estados Unidos o el Lloyds británico.

2.6. El fracaso de la Revolución Industrial en España
Para describir el desarrollo industrial español durante el siglo XIX el profesor J. Nadal acuñó el término «fracaso de la revolución industrial», lo que refleja el desenlace del proceso al finalizar el siglo, después de un inicio relativamente temprano. Trabajos recientes han ratificado la calificación de Nadal. Según estos «no es posible captar nada que se parezca a un arranque de la industrialización en cualquiera de sus acepciones». El estancamiento no fue absoluto, ya que hubo regiones como Cataluña (especialmente Barcelona y su área metropolitana) donde tuvo lugar un proceso industrializador notable basado en una serie de medidas que lo favorecieron, como desamortización de tierras, construcción de una red ferroviaria, reformas en el sistema financiero y bancario, mejoras del sistema educativo, etc.
La industria algodonera fue la primera que inició la modernización y la producción en masa, aunque ésta tenía serios inconvenientes para poder desarrollarse como falta de carbón (Cataluña quedaba fuera de los núcleos productores españoles y extranjeros), pérdida del mercado colonial (independencia americana), necesidad de importar masivamente la materia prima (algodón), dependencia tecnológica, etc. A pesar de estas trabas se logró un desarrollo considerable, que se basó en la protección arancelaria que le aseguró el mercado interno. A partir de 1855, este desarrollo se desaceleró producto de la política fiscal de los progresistas, que abrió otras posibilidades de inversión (ferrocarriles, bancos, tierras, etc.), y la influencia de la guerra de Secesión americana que cortó el suministro de algodón y provocó una importante crisis internacional. La recuperación se inició a partir de 1868 y llegó hasta la década de los 80, en que se abrió una nueva crisis internacional. En 1882 la protección se reanudaba con la Ley de relaciones comerciales con las Antillas, que reservaba los mercados de Cuba y Puerto Rico para el textil catalán.
El textil lanero, que fue la industria más importante del sector durante el siglo XVIII (talleres y fábricas artesanales localizadas en Castilla la Vieja y León), cedió su posición hegemónica ante el empuje del algodón y para su supervivencia hubo de especializarse en prendas de vestir y de abrigo, lo que implicaba adoptar los modernos procedimientos de fabricación. La nueva industria lanera se trasladó a localidades próximas a Barcelona (Sabadell, Tarrasa, Igualada, etc.), donde podían aprovechar las infraestructuras y servicios de la industria algodonera. Los viejos centros laneros de Castilla (Béjar, Ávila, Segovia, Palencia) y Andalucía (Antequera) perdieron peso en el conjunto de esta industria e incluso, muchos desaparecieron. Los centros de Alcoy, Béjar, Antequera y Palencia subsistieron debido a que se especializaron en la confección de determinadas prendas (capotes militares, bayetas, lanillas, etc.). La comarca del Vallés (Barcelona) se convirtió en el centro industrial lanero por antonomasia. Las industrias sedera y del lino, con centros en Valencia, Murcia y Granada para la primera, y Galicia la segunda, sufrirán una decadencia notable desapareciendo prácticamente.
La industria siderúrgica y la metalurgia del hierro son dos industrias consumidoras de enormes cantidades de combustible, tanto en los trabajos de beneficio como de afino. Necesitaban carbón para su funcionamiento y, en especial, carbón coqueficable (de mayor pureza y capacidad calórica). Los yacimientos españoles de hulla no producen buen coque, hecho que supuso una traba importante para el desarrollo de este tipo de industrias. Los primeros pasos de la moderna siderurgia se dieron en Málaga, donde el comerciante Manuel de Agustín Heredia (exportador de aceite y grafito) fundó, en 1826, la empresa La Constancia con el objeto de explotar los yacimientos ferrosos de Ojén y Marbella; más tarde pondría en marcha la factoría de La Concepción, que utilizó el sistema inglés de producción de hierro. Posteriormente, otros empresarios malagueños pusieron en marcha la empresa El Ángel imitando el funcionamiento de las anteriores. Las dificultades de aprovisionamiento de carbón que tenia que traerse desde Gran Bretaña o bien utilizar carbón vegetal, escaso y caro, provocaron la decadencia de la siderurgia malagueña a partir de 1860.
La segunda localización de industrias siderúrgicas estuvo en Asturias, región que cuenta con importantes yacimientos de hulla. En 1848 se fundaba una fundición en Mieres con capital inglés, que en 1852 y en 1870 fue vendida a empresas francesas. La segunda empresa fue la de La Felguera, que se constituyó con capital nacional (sociedad comanditaria de Pedro Duro y Cía.). Las dos fábricas utilizaron como combustible el carbón asturiano (cuencas de Mieres y Langreo), lo que suponía unas evidentes ventajas respecto a las fundiciones malagueñas.
La zona que terminaría por imponerse como principal centro de la siderurgia española fue Vizcaya, cuyo desarrollo estuvo ligado a la exportación de mineral y de lingote a Gran Bretaña, aprovechando el porte para traer coque inglés. La primera empresa que utilizó los métodos modernos de fundición fue Santa Ana de Bolueta en 1848, que llegó a contar con tres altos hornos. La producción de hierro vizcaíno experimenta un crecimiento considerable entre 1856-1871, aunque será a partir de las últimas décadas del siglo cuando se produzca un salto cualitativo con la fundación de una serie de empresas con capitales importantes para montar altos hornos, como la Fábrica San Francisco (1879), Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero (1882), La Vizcaya (1882), Sociedad Anónima Iberia (1888); la fusión de las tres últimas crearon los Altos Hornos de Vizcaya (1902).
En las últimas décadas del siglo, el peso de la siderurgia vizcaína en el conjunto nacional era muy importante. Se inició el proceso de modernización tecnológica con la introducción de los primeros hornos Siemens-Martin para la producción de acero, aunque este proceso de crecimiento no fue suficiente para colocar al país en posiciones relevantes dentro del contexto europeo. La legislación ferroviaria de 1855, que otorgaba exenciones arancelarias para la compra de material ferroviario en el exterior, pudo frenar el desarrollo de la siderurgia española como han señalado Nadal y Tortella.
El sector minero permaneció paralizado hasta el último tercio de siglo debido a la falta de capitales y de conocimientos técnicos adecuados a la gran explotación, a la existencia de una legislación regalista y a la limitada demanda de los mercados internacionales. Este panorama se transformó a partir de la década de los 70, cuando se activó una legislación liberalizadora que permitió y favoreció la penetración de capitales extranjeros, al tiempo que la demanda internacional de hierro, cobre, mercurio, plomo, etc., creció de manera muy considerable empujando a la inversión de compañías extranjeras (francesas, inglesas, belgas, etc.) en los yacimientos españoles. Minerales como el hierro (Vizcaya, Santander, Málaga), plomo (Almería y Cartagena), cobre (Huelva), zinc (Santander) etc., tenían sus principales cotos en lugares próximos a puertos de mar, lo que facilitaba su exportación, abaratando los costes de transporte. De esta manera en las últimas décadas del siglo la minería se convirtió en el sector más dinámico de la economía española.
El transporte se convirtió en una actividad económica fundamental para el desarrollo económico, los avances fueron importantes en la navegación de cabotaje a partir de las mejoras en los principales puertos de país (Barcelona, Sevilla, Santander, Valencia, Málaga y Cádiz). Pero el verdadero salto en este terreno fue la construcción del ferrocarril a partir de la Ley general de ferrocarriles de 1855. Entre 1855-1866 se produjo un crecimiento rápido del trazado ferroviario debido al apoyo del Estado, la entrada masiva de capital y tecnología extrajera (principalmente francés) y la iniciativa inversora de empresarios nacionales.
La construcción se paralizó entre 1866-1876, debido a los efectos de la crisis internacional y se reanudó a lo largo del último cuarto de siglo con modificaciones en el tipo de empresas que operaban, las cuales quedaron reducidas a tres grandes: MZA, Ferrocarriles del Norte y Ferrocarriles Andaluces. La construcción tardía de la red española se realizó además con excesiva precipitación, lo que provoco una serie de deficiencias que lastraron sus posibles beneficios. La planeación deficiente, una escasa financiación y el trazado prácticamente especulativo, dieron lugar a unas infraestructuras ferroviarias y unas estructuras empresariales muy débiles. El resultado fue un legado de empresas deficitarias y endeudadas, que tenían pocos incentivos para poder captar más capitales que aumentaran la densidad de la red. Las características técnicas de la misma también dejaron mucho que desear, puesto que la elección de un ancho de vía específico (mayor que el del resto de países próximos) contribuyó a aislar aún más la economía española de la europea.

2.7. El sistema de producción en serie: el taylorismo y el fordismo.
Nueva Organización del trabajo. Se introduce la llamada producción en serie. Según la cual el coste de producción de un bien u objeto podía reducirse considerablemente descomponiendo todas las tareas manuales en sencillos pasos de tal forma que cada una de estas fases podría realizarse con mayor rapidez y precisión. Se consigue la perdida de especialización ya que son trabajos sencillos y mecánicos. Esto provoca la pérdida de dependencia del empresario respecto a los trabajadores y por lo tanto el abaratamiento de la mano de obra. Dentro de la nueva organización del trabajo vamos a estudiar dos intentos empresariales o dos pruebas de organización por parte de empresarios con la única finalidad de controlar el comportamiento productivo de sus trabajadores. El fordismo y el taylorismo.
Taylorismo:
Taylor fue un ingeniero de la industria del acero que como consecuencia de su actividad profesional se había dado cuenta de las deficiencias en la organización del trabajo. Taylor propone una nueva forma de organizar el trabajo, método al que llamará organización científica del trabajo que consiste en observar la actividad realizada por cada trabajador en una fase concreta de la producción y descomponerla en pequeños pasos. Hecha esta descomposición se deshecha lo que no es necesario y une lo imprescindible para la elaboración del producto. Se eliminan los tiempos muertos, se reduce el tiempo de elaboración del producto y se aumenta la producción.
Fordismo:
Parte de la teoría de Taylor, de ese estudio previo de la administración científica pero añade un elemento nuevo que es la cadena de montaje. Se lleva al extremo reducir los tiempos muertos. Se acerca al trabajador el producto que debe transformar de tal manera que no pierda tiempo en desplazamientos a la hora de transformar el producto. Este sistema tiene unas consecuencias claras:
-Se produce un cambio en la importancia de los trabajadores. La introducción de este sistema supone que el trabajador cualificado y realmente importante no va a estar en la planta de montaje sino que va a estar en el personal administrativo y técnico.
-No se exige con este sistema un sistema jerarquizado de superiores. Es la propia cadena de montaje la que establece los ritmos de trabajo. Se eliminan roces en el trabajo y entre trabajadores.
-La sustitución de la forma de retribución. Se sustituye el pago por pieza elaborada por tiempo trabajado.

3. EL IMPERIALISMO Y LA HEGEMONÍA EUROPEA
A comienzos del siglo XIX desaparecieron los rasgos del colonialismo europeo de la Edad Moderna, que se había desarrollado entre los siglos XVI y XVIII, basado en el modelo mercantilista de explotación de metales preciosos, sedas y especias y en el comercio de esclavos.
En el siglo XIX se desarrolló un nuevo modelo de imperialismo. Sus protagonistas fueron primero Francia y Reino Unido, y más tarde el resto de países industrializados. El imperialismo se sustentó en un nuevo escenario económico, la expansión de la industrialización, y en un proceso de rápida ocupación de los continentes africano y asiático.
Durante el siglo XIX las grandes potencias industriales europeas. Estados Unidos y Japón rivalizaron por el dominio del mundo- Simultáneamente a su desarrollo industrial, extendieron su dominio político y territorial sobre la casi totalidad de África, Asia, Próximo Oriente y las islas del Pacífico.
3.1. Causas de la expansión imperialista
El imperialismo fue un fenómeno complejo en el que influyeron factores económicos, políticos e ideológicos y en el que tuvieron gran influencia motivaciones científicas, religiosas y las rivalidades nacionalistas de los países europeos.
Causas económicas
Hasta la década de 1870, la expansión territorial de los países europeos fue reducida. El auge del librecambio permitió que las potencias vendieran su producción industrial en otros países.
Pero a raíz de la depresión comercial de 1873 se acentuó el nacionalismo económico y la mayoría de los grandes países industrializados adoptaron políticas proteccionistas. Este giro proteccionista del último tercio del siglo coincidió con la aparición de nuevas potencias económicas (Estados Unidos, Alemania, Japón) lo que aumentó la competencia. Por lo tanto, era necesario encontrar nuevos mercados. Para muchos autores, proteccionismo y expansión colonial son dos fenómenos paralelos.
En las colonias, las metrópolis buscaban el suministro de los recursos económicos de los que carecían, principalmente materias primas y fuentes de energía más baratas, y un destino de los excedentes de mercancías y de capitales. Se pensaba que este intercambio entre las metrópolis y las colonias permitiría a las primeras un crecimiento ininterrumpido.
En esencia, pues, los móviles económicos del imperialismo fueron de muy distinta naturaleza: la búsqueda de nuevos mercados para dar salida a los excedentes de la producción industrial; la inversión de capitales en las colonias a un interés más elevado que en la metrópoli; y el abastecimiento de materias primas más baratas o que escaseaban en Europa.
Factores políticos
Si bien las necesidades económicas de Europa occidental, y en menor medida de Estados Unidos y Japón, están en la base de la expansión imperialista, no explican por sí solas este fenómeno, puesto que no siempre las colonias resultaban rentables para las metrópolis. Factores de orden político y estratégico o militar actuaron en muchas de las acciones de la expansión colonial de las últimas décadas del siglo XIX.
• Los gobiernos de las grandes potencias coloniales mostraron un interés permanente por el control y el dominio de rutas cuya importancia estratégica era esencial tanto desde el punto de vista comercial como militar, como los canales de Suez (1869) y de Panamá (1914).
• A las razones estratégicas se añade el deseo de prestigio o de poder, o simplemente la conveniencia de evitar el fortalecimiento de países rivales.
Por tanto, se explicó la expansión imperialista como una defensa de los intereses nacionales y se tradujo en la extensión del dominio político sobre otros territorios. Para el Reino Unido, por ejemplo, el interés nacional se concretó en la defensa de su posición hegemónica, que estaba amenazada por la creciente industrialización de otras naciones rivales, en especial Alemania.
De ahí que, en buena medida, la carrera imperialista fuese un factor más en las rivalidades entre las grandes potencias.
Factores ideológicos
Junto a las causas económicas y políticas, los factores ideológicos jugaron también un papel esencial en la expansión colonial. Con el auge del nacionalismo se expandió una mística imperialista, mezcla de exaltación de los valores que representa cada nación, de voluntad de poder y de sueños de grandeza. Para ello las potencias apelaron a la historia. Italia reanimó el recuerdo de la grandeza de la Roma antigua; Reino Unido ensalzó la misión civilizadora británica; y Francia se erigió en la portadora al resto del mundo de los grandes principios revolucionarios .
A este patriotismo exaltado y cargado de sentimientos nacionalistas, a menudo agresivos, se añadieron unas connotaciones racistas. En toda Europa proliferaron postulados racistas que afirmaban la superioridad de la raza blanca y su misión «civilizadora», frente a las «razas inferiores» de los países colonizados. Era una ideología derivada de la aceptación del darwinismo social. Políticos, escritores, filósofos y «científicos» defendieron esta idea e influyeron en amplias capas de la población.
Las razones religiosas
El imperialismo también se justificó a través de la necesidad de llevar el cristianismo a pueblos que mantenían prácticas religiosas ancestrales.
Las misiones católicas y protestantes protagonizaron una intensa labor evangelizadora y humanitaria (por ejemplo, promovieron el rechazo de la esclavitud). Pero también fueron un medio de legitimación de la expansión imperialista y de imposición de la cultura occidental en los países colonizados por los europeos. A partir de 1880-1890 la expansión colonial y la acción misionera aparecen estrechamente ligadas.
Las motivaciones científicas
También se consideró que el avance de la ciencia exigía la exploración de todas las regiones de la Tierra. Los viajes de exploración y el descubrimiento de zonas inexploradas del interior de África mediante el reconocimiento de sus grandes ríos como vías de penetración prepararon el camino para la colonización.
Las Sociedades Geográficas, que con frecuencia apoyaron estas expediciones, fueron uno de los focos de propaganda colonial. A través de sus informes y revistas familiarizaron a la opinión pública con los asuntos coloniales. Por su parte, las asociaciones coloniales a las que pertenecían políticos, hombres de negocios, intelectuales y escritores también se esforzaron por difundir entre la opinión pública la ideología colonial. A ello se unió la popularidad de la literatura de viajes, como las obras de Rudyard Kipling, entre otros, que también difundieron esta ideología.
3.2. Las formas de dominación colonial
La presencia de los europeos en los territorios colonizados supuso el control político, social y cultural, y el sometimiento de los pueblos colonizados a los intereses económicos de las metrópolis.
La administración local de los territorios coloniales comenzó siendo realizada por las compañías privilegiadas de comercio, que recibieron amplios poderes. Sin embargo, pronto el Estado asumió estas funciones.
Hubo sistemas de control colonial muy variados. Los más frecuentes fueron las colonias, los dominios, los protectorados y las concesiones.
• Las colonias en sentido estricto eran aquellos territorios en los que la población indígena estaba totalmente sometida a la potencia colonial, que implantó un gobierno y una administración totalmente europeos. El poder de la metrópoli se ejercía por medio de un gobernador. Este sistema predominó en África y en parte de Asia.
Un tipo peculiar fueron las colonias de poblamiento, en las que se asentó una numerosa población europea que impuso su lengua, formas de vida e instituciones a semejanza de su país de origen. Un ejemplo característico fue Argelia.
• Los dominios eran específicos del Imperio británico. Se trataba de colonias de poblamiento a las que se les aplicó un sistema de autogobierno. Los poderes del gobernador estuvieron limitados por un gobierno designado por una asamblea elegida por los colonos. Gozaron de completa autonomía en la política interna, pero la política exterior se decidía en la metrópoli. Fue el caso de Canadá, Nueva Zelanda, Australia y la Unión Sudafricana.
• Los protectorados eran territorios coloniales donde ya existía un Estado soberano con su propia estructura política y cultural. La potencia colonial respetaba, teóricamente, el gobierno y la administración indígena, pero ejercía el control militar, la dirección de la política exterior y la explotación económica.
• Un sistema de control colonial menos visible fueron las concesiones. Un Estado cedía temporalmente territorios a una potencia colonial, que los controlaba económicamente pero sin desplazar a ellos ni funcionarios ni militares- El caso más desatacado fue China.
3.3. El reparto de África
La expansión imperialista comenzó en África. Hasta 1870 la presencia europea en África se limitaba a una serie de factorías costeras o pequeños enclaves coloniales en las zonas próximas al mar. Pero en el último tercio del siglo se produjo una total ocupación del territorio. Esta rápida ocupación produjo frecuentes enfrentamientos entre los países colonizadores.
Los primeros pasos
Francia y Reino Unido iniciaron el proceso colonizador en África. En el África mediterránea, Francia inició en 1830 la ocupación de Argelia y en 1848 la proclamó oficialmente «territorio francés». Sin embargo, la instauración de la colonia francesa no concluyó hasta 1870. Y en 1881 los franceses establecieron un protectorado sobre Túnez.
En Egipto entraron en colisión los intereses franceses e ingleses por el dominio de la ruta del Canal de Suez (inaugurado en 1869). Reino Unido estaba interesado en el control de Egipto para asegurar su ruta hacia la India. En 1882, a raíz del estallido de una rebelión nacionalista, se produjo la ocupación militar británica de Egipto, que, de hecho, fue convertido en un protectorado inglés.
Misioneros, exploradores y aventureros abrieron el resto de África a Europa. Durante la segunda mitad del siglo XIX se registraron un gran número de viajes de exploración y de descubrimiento a través de los grandes ríos. Destacaron las exploraciones de David Livingstone, que remontó el río Zambeze y llegó a las cataratas del lago Victoria; de Henry Stanley, que descubrió las fuentes del río Congo y se puso al servicio del rey Leopoldo II de Bélgica; y de Savorgnan de Brazza, al servicio de Francia, que exploró la margen derecha del río Congo.
La Conferencia de Berlín
Las rivalidades entre Francia y Bélgica por el Congo y el creciente interés de los comerciantes alemanes por el África central, impulsaron al canciller alemán Bismarck a celebrar una Conferencia Internacional en Berlín entre 1884 y 1885. En ella se adoptaron una serie de acuerdos que debían regir la ocupación del territorio africano:
• La libertad de comercio y de navegación por los ríos Níger y Congo.
• La prohibición de la esclavitud.
• El reconocimiento del «Estado Libre del Congo» como una colonia a título personal del rey de Bélgica, Leopoldo II.
• El principio de la ocupación efectiva, es decir, era necesario ocupar de verdad un- territorio para considerarlo como propio- Este principio aceleró el «reparto de África», pues las potencias se lanzaron a conquistar aquellas tierras que aún no pertenecían a ningún otro país.
A finales del siglo XIX nuevas potencias se incorporaron al reparto de África. Las más importantes fueron Italia y Alemania, Italia se apoderó de Somalia y Eritrea, pero fracasó en su intento de conquistar el reino de Abisinia (Etiopía), al sufrir la derrota de su ejército colonial en Adua (1896). Alemania fue la última en participar en la carrera colonial. A partir de 1884 estableció colonias en el África Oriental (Tanganika), en Togo y Camerún, en la costa occidental, y en el área desértica del sudoeste de África, la que luego se llamó África Suroccidental Alemana.
Los conflictos internacionales
Pero ni la Conferencia de Berlín ni otros acuerdos internacionales posteriores evitaron los conflictos.
Uno de ellos derivó del intento de formar imperios continuos. El Reino Unido pretendía formar un imperio africano que uniese el norte con el sur del continente, enlazado con una línea de ferrocarril desde El Cairo a El Cabo. Este proyecto entró en colisión con el propósito francés de crear un eje colonial de oeste a este, desde la costa del Sahara y Guinea al mar Rojo. Esta situación dio lugar a un grave incidente al encontrarse los ejércitos de ambas potencias en la localidad sudanesa de Fachoda (1898). El conflicto finalmente se resolvió por la vía diplomática.
En el África austral, se enfrentaron los tradicionales intereses de los portugueses, establecidos desde el siglo XVI en Angola y Mozambique, de los colonos holandeses y alemanes (bóers o afrikaners) asentados en la región de El Cabo desde el siglo XVII y, por último, de Reino Unido, que ocupó El Cabo en 1806. A estas rivalidades y tensiones se sumó, desde 1884, la presencia de Alemania en el África del Sudoeste.
Las tensiones entre los ingleses y los colonos holandeses se agravaron desde el descubrimiento de yacimientos mineros de oro y diamantes en las repúblicas bóers independientes de Sudáfrica, Orange y Transvaal. El conflicto desembocó en la llamada guerra anglo-bóer de 1899-1902. Como consecuencia de la derrota de los bóers, las repúblicas de Transvaal y Orange fueron anexionadas por Reino Unido. No obstante, se les otorgó una cierta autonomía dentro de la colonia británica de la Unión Sudafricana, que desde 1910 pasó a ser un dominio.
A principios del siglo XX resurgieron los enfrentamientos imperialistas en el norte de África. Su escenario fue Marruecos. La cuestión marroquí, es decir, la pretensión francesa de establecer un protectorado sobre el reino de Marruecos y la oposición alemana al mismo, fue un foco de tensiones constantes entre ambas potencias, hasta el punto de constituir una de las causas de la Primera Guerra Mundial.
3.4. La expansión imperialista en Asia
La expansión imperialista del último tercio del siglo XIX se completó con la acción colonial europea en el continente asiático.
El Imperio ruso
La expansión del Imperio ruso en Asia fue ante todo política. Rusia habla ocupado Asia septentrional en el siglo XVII y se dirigió a mediados del siglo XIX hacia las fértiles tierras del Turquestán. A partir de 1880-1890, con la construcción del ferrocarril Transíberiano hasta Vladivostok y del ramal transmanchuriano, la presencia rusa se extendió hacia Manchuria.
Los avances rusos en el Turquestán profundizaron la hostilidad con Reino Unido. Ambos países mantenían disputas sobre Persia y las tierras fronterizas de la India (Afganistán, Tíbet). Por otro lado, la penetración rusa en Manchuria originó el choque con Japón, que desembocó en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, en la que Rusia fue derrotada.
El Imperio británico
La India constituyó el objeto preferente del colonialismo británico en Asia. Desde el siglo XVIII la Compañía Británica de las Indias Orientales fue ocupando gran parte del territorio, con el apoyo del gobierno británico. Para ello disponía de un ejército de soldados indios encuadrados en el ejército británico, los cipayos. Pero en 1857-1858, los cipayos, ante el desprecio de los oficiales británicos por sus creencias religiosas, se sublevaron. La revuelta obligó al gobierno británico a reorganizar la administraión colonial. La Compañía fue suprimida y la India pasó a depender directamente de la corona y gobernada a través de un virrey.
El recelo británico ante la expansión colonial francesa en Indochina impulsó la ocupación de Birmania, convertida en protectorado desde 1886, y de los sultanatos del centro y sur de Malasia entre 1870 y 1885. Reino Unido también había establecido desde hacía tiempo colonias de poblamiento en Oceanía (Australia y Nueva Zelanda), que se constituyeron en dominios en 1901 y 1907, respectivamente.
El imperio francés
La conquista francesa en Indochina se inició en 1858-1860 con la ocupación del delta del Mekong y la firma de un tratado con el rey de Annam, que cedió a Francia las tres provincias orientales de Cochinchina. Francia deseaba controlar el delta del Mekong y del Sông Koi o río Rojo para hallar un vía de penetración en el mercado chino. En 1887 se constituyó la Unión General de Indochina (formada por Annam, Tonkín, Cochinchina y Camboya), a la que, en 1893, se incorporó Laos. En 1893 se acordó la neutralidad de Siam (actual Tailandia) como Estado independiente, aunque con algunos recortes en su soberanía.
Otros imperios
Por último, Países Bajos afirmó desde 1882 su administración sobre las indias Holandesas (actual Indonesia y parte oriental de Nueva Guinea), y Alemania se anexionó Nueva Guinea oriental y las islas Marshall, Salomón, Carolinas y Marianas.
El caso de China
China fue el gran objetivo comercial de las potencias europeas y Estados Unidos, primero, y de Japón, después. La rivalidad entre las potencias era tan grande, que China pudo conservar su independencia, al menos en teoría.
La prohibición del gobierno chino a la entrada del opio indio que se intercambiaba por el té y la seda originó las llamadas «guerras del opio» (1839-1842 y 1856-1858). Tras estas guerras Reino Unido y Francia obligaron a los chinos a negociar una serie de tratados, cuyos resultados más importantes fueron dos:
• China cedió Hong Kong a Reino Unido.
• Se otorgaban ciertos derechos a los comerciantes extranjeros a los que permitían establecer colonias propias en una serie de ciudades, y controlar las aduanas. Entre estas ciudades estaban Shanghai y Cantón.
China se convirtió así en un mercado abierto para los productos europeos lo que causó la ruina de los comerciantes autóctonos. Esta penetración a la fuerza de las potencias occidentales alteró el orden social y político del imperio y motivó el estallido de varias insurrecciones populares.
Pero fue la década de 1880 la que marcó el comienzo del reparto del territorio chino en cinco zonas de influencia. El punto de partida fueron las derrotas ante Francia (1884-1885) y Japón (1894-1895), tras las cuales los emperadores cedieron el control a británicos, franceses, alemanes, estadounidenses y japoneses de una serie de puertos y áreas de influencia para la explotación de ciertos recursos (minas y ferro carriles).
Ante la pasividad con la que China se doblegó a las exigencias extranjeras, surgieron movimientos ultranacionalistas radicales, como la revuelta de los bóxers, en 1900-1901- Su derrota afianzó el sistema de concesiones, pero también reforzó a los sectores conservadores de la corte.
La situación siguió siendo inestable, y en 1911 una revolución desembocó en la proclamación de la república, que puso fin a la dinastía manchú. Pero la república tampoco trajo la estabilidad política deseada por las potencias beneficiarías del sistema de concesiones.
3.5. Las huellas o consecuencias del imperialismo
La colonización provocó necesariamente cambios profundos en la economía, en la cultura y los modos de vida de los pueblos indígenas.
La explotación económica
Los europeos practicaron lo que se ha denominado la «economía del pillaje», es decir, el objetivo esencial era explotar al menor coste posible unos inmensos territorios que tenían abundantes recursos naturales.
Los colonos europeos se apropiaron de las tierras, desplazando por la fuerza a los indígenas a las zonas áridas. Así, en Argelia, tras la revuelta de 1871, cerca de 500.000 hectáreas de tierras fueron confiscadas y distribuidas entre los colonos. En otros casos se encerró a los indígenas en reservas-como sucedió en África del Sur, o se les masacró sistemáticamente, como en Nueva Zelanda o en Australia.
Las grandes compañías recibieron de sus metrópolis la concesión gratuita para explotar las tierras por el sistema de plantaciones dedicadas al monocultivo (caucho, café, té, tabaco, cacao). Obligaron a los indígenas al trabajo forzoso e incluso les infringieron malos tratos, lo que, en ocasiones, produjo drásticas reducciones de la población, como en el Congo belga.
Esta explotación, el trabajo forzado y la ruina de las actividades artesanales de las poblaciones indígenas por la competencia industrial europea, aumentó la miseria de la mayoría de la población sometida a la colonización.
La explotación de los recursos (materias primas, minerales), el control de los mercados coloniales para los productos industriales y las preocupaciones estratégicas impulsaron a las metrópolis a equipar a las colonias con ferrocarriles, carreteras, puertos y cables telegráficos. Pero se trazaban según los intereses de la metrópoli, por ejemplo uniendo los puertos con las minas o las plantaciones, mientras que el resto del territorio quedaba incomunicado.
Generalmente, las metrópolis europeas impusieron sus monedas, sus sistemas de impuestos y elevaron las tarifas aduaneras sobre las mercancías para limitar los gastos de la ocupación y de la administración de los territorios coloniales.
La sociedad colonial
Desde el punto de vista demográfico, la introducción de la medicina europea (higiene, vacunas, hospitales) permitió reducir la mortalidad, mientras la natalidad tendió a mantenerse elevada. El crecimiento de la población y el rápido proceso de urbanización, producto no de la industrialización, sino de la miseria rural, provocó el hambre crónica e incrementó las tensiones sociales. Las estructuras sociales fueron alteradas por la creación de fronteras artificiales que nada tenían que ver con la configuración preexistente y que supusieron la unión o división forzada de grupos tribales y étnicos diferentes. Ello provocó innumerables conflictos políticos, sociales y étnicos, que persisten hoy día.
La acción imperialista impactó profundamente en las mentalidades de las comunidades más primitivas de carácter tribal. Las misiones y la extensión de la enseñanza impusieron la preeminencia de la lengua metropolitana y amenazaban la cultura autóctona, tratando de atenuar la conciencia de identidad. Ello dio lugar al fenómeno de la aculturación.
En el seno de la administración colonial se forjó una élite indígena, en la que se difundieron ideas liberales o socialistas que generaron un creciente nacionalismo que aspiraba a la independencia.
4. LOS NUEVOS PAÍSES IMPERIALISTAS
Estados Unidos y Japón, como consecuencia de su desarrollo industrial, también comenzaron a realizar acciones de expansión imperialista en el tránsito del siglo XIX al XX.
4.1. El expansionismo japonés
El Japón Meiji experimentó un rápido crecimiento económico y aplicó medidas para modernizar su administración y su ejército siguiendo el modelo occidental- Esta política vino acompañada por un marcado afán expansionista y agresivo, que tenía como objetivo estratégico hacerse con el dominio de Corea y China.
Las razones que explican el imperialismo japonés fueron la presión demográfica, la búsqueda de mercados exteriores para sus productos y la provisión de materias primas de las que carecía (hierro, carbón, petróleo, cobre, estaño) para consolidar su industrialización. Pero en el imperialismo japonés también, actuaron las corrientes nacionalistas muy en boga en la época, como la idea de un «Gran Japón».
Una vez conquistados los archipiélagos cercanos (islas Kuriles y Ryukyu), Japón forzó a Corea, reino tributario de China, a abrir tres puertos y a permitir el asentamiento de emigrantes japoneses. La guerra con China fue inevitable. Entre 1894 y 1895, tropas japonesas ocuparon toda Corea, entraron en Manchuria y, tras una fácil victoria naval, desembarcaron en Port Arthur y otros puntos estratégicos en el golfo de Pekín. China reconoció la independencia de Corea y cedió Formosa (Taíwán), las islas Pescadores y la península de Liaodong con el estratégico enclave de Port Arthur.
La presencia japonesa en el sur de Manchuria fue considerada intolerable por Rusia. Pero Japón atacó a Rusia en 1904, sin previa declaración de guerra (guerra ruso-japonesa), y aniquiló a la flota rusa anclada en Port Arthur. Japón obtuvo el sur de la isla de Sajalín y el protectorado sobre Corea, que se anexionó en 1910, y consolidó su dominio sobre Manchuria.
4.2. El imperialismo estadounidense
Hasta finales del siglo XIX el expansionismo de Estados Unidos se había limitado a la conquista del Oeste y de territorios mexicanos. La proclamación de independencia de Texas en 1835 desencadenó, posteriormente, la declaración de guerra de Estados Unidos a México (1846-1848). En 1848 Estados Unidos venció y se anexionó Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y California. Y en 1867 compró Alaska a Rusia.
Estados Unidos irrumpió en la esfera internacional en los años noventa del siglo XIX. Las causas del imperialismo estadounidense fueron más complejas que las meramente económicas, pues tenía un amplio mercado interno, que era capaz de absorber la oferta industrial. En el imperialismo estadounidense primaron las razones ideológicas y geopolíticas.
• El sentimiento de superioridad del pueblo estadounidense fue exaltado por doctrinas diversas. La doctrina Monroe precisaba que el continente americano era el área de influencia de Estados Unidos, vedada a los europeos. Y la doctrina del «Destino Manifiesto» defendía que el estadounidense era el pueblo elegido por Dios, lo que les permitía apropiarse de las tierras que consideraban destinadas a formar parte de Estados Unidos.
Estas doctrinas afianzaron un fuerte sentimiento nacionalista que se sustentaba en la supuesta superioridad racial, política, religiosa, cultural y técnica de la raza blanca anglosajona sobre los latinos que poblaban la mayoría de América.
• Las concepciones geopolíticas defendidas por el almirante Alfred T. Mahan tuvieron un amplio seguimiento. Mahan era partidario de afianzar la posición de Estados Unidos por medio del dominio estratégico del mar, mediante el control de importantes bases navales y el desarrollo de una flota de guerra, más que por la anexión de territorios.
Todas estas ideas justificaron el derecho a la intervención. Las intervenciones de Estados Unidos se sucedieron en el Caribe y en otros Estados americanos, en el Pacífico y en China .
En 1898 el presidente McKinley con el apoyo de poderosos medios económicos, la prensa y los medios nacionalistas, intervino en la guerra que mantenía España con sus colonias de Cuba y Filipinas. Tras aniquilar el débil potencial naval de España, Estados Unidos forzó la independencia de Cuba y la cesión a Estados Unidos de Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam en el Pacífico y ocupó la isla de Hawai. El afianzamiento de la posición de Estados Unidos en el Caribe y en el Pacífico se completó con la política intervencionista de Theodore Rooseveit, presidente desde 1901. Este presidente impuso la política del «gran garrote» (big stick), es decir, del derecho de Estados Unidos a intervenir en los asuntos internos de las repúblicas hispanoamericanas. Impulsó a que Panamá se independizase de Colombia, en 1903, y logró del gobierno panameño la ocupación militar de ambos lados del canal, cuya construcción terminó en 1914.
Desde entonces las intervenciones armadas fueron constantes: en la República Dominicana (1905), en Cuba (1906), a la que le hizo ceder una base naval en Guantánamo, en Nicaragua (1909), en Honduras (1910), en Haití (1914) y en China (para sofocar la «rebelión de los bóxers»). La justificación que se usaba era la defensa de los intereses estadounidenses, que consideraban amenazados por movimientos desestabilizadores.