Bloque III. Tema 3.2. La debilidad de las democracias. De nuevo hacia la guerra.

30 julio 2013

TEMA 6. LA DEBILIDAD DE LAS DEMOCRACIAS. DE NUEVO HACIA LA GUERRA

1. LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS.
La Primera Guerra Mundial tuvo unos efectos económicos muy profundos que se hicieron sentir durante todo el período de entreguerras y en especial en la etapa 1919-1929. Esto se unió a los desequilibrios en las relaciones económicas y financieras internacionales debidos al declive de Europa y a la consolidación de la supremacía de Estados Unidos.
1.1. Las consecuencias económicas de la guerra.
La Gran Guerra supuso la desarticulación de las economías de los países combatientes, que habían orientado toda su producción y su actividad económica al esfuerzo bélico. Cuando el conflicto terminó, las economías, en especial las de los países europeos, se enfrentaban a graves problemas.
En primer lugar, la guerra había supuesto la pérdida de millones de vidas humanas en los campos de batalla, la destrucción en los bienes de equipo e infraestructuras y la paralización de nuevas inversiones para el mantenimiento y la renovación del aparato productivo.
Además, el conflicto tuvo enormes costes financieros. El gasto militar no pudo sostenerse con los ingresos fiscales normales y se recurrió a otras fuentes de dinero: las reservas de oro, emitir masivamente deuda pública (en el Reino Unido se multiplicó por doce y en Alemania por veintiocho), aumentar el papel moneda en circulación y pedir créditos a otros países.
Estas medidas tuvieron graves efectos económicos. Por una parte, la excesiva creación de dinero dio paso a la depreciación de las monedas y a una rápida alza de los precios (inflación). Por otro lado, los Estados se endeudaron. Al problema de la deuda interna se añadió la deuda exterior de los países, principalmente con Estados Unidos.
Los tratados de paz también tuvieron, a corto y medio plazo, varios efectos negativos. No solo impusieron fuertes indemnizaciones a los países vencidos, sino que además fragmentaron los grandes imperios de Europa central y oriental (alemán, austrohúngaro y turco), con lo cual se desmantelaron grandes espacios económicos unificados, se rompió la unidad monetaria, surgieron nuevas fronteras aduaneras y se desorganizaron los sistemas de transporte. Alemania, en particular, perdió importantes regiones mineras e industriales (Alsacia, Lorena, la cuenca del Sarre, la alta Silesia) y sobre ella recayeron gran parte de las reparaciones de guerra.
A estas catastróficas consecuencias se añadieron, a largo plazo, otros dos problemas que dificultaron aún más la articulación económica: la falta de entendimiento entre Europa y Estados Unidos sobre la cuestión de las deudas entre los aliados, y el pago de las reparaciones de guerra que debían afrontar los países derrotados.
Los aliados no consiguieron llegar a un compromiso para resolver conjuntamente las deudas y las reparaciones alemanas. Mientras los estadounidenses reclamaron la liquidación de las deudas y se negaron a proporcionar ayuda financiera para la reconstrucción, los aliados europeos, particularmente Francia, exigieron a los vencidos las indemnizaciones por los daños causados, a pesar de que sus economías estaban en la ruina.
Ante la falta de acuerdo, y en aplicación del Tratado de Versalles, la Comisión de Reparaciones fijó, en 1921, en 132.000 millones de marcos-oro (33.000 millones de dólares) las indemnizaciones que Alemania debía pagar en 42 anualidades.
Pero la Primera Guerra Mundial no solo afectó a las economías de los países combatientes, sino que desarticuló el sistema económico mundial.
Una consecuencia de la guerra fue el desequilibrio comercial entre los países no industrializados, exportadores de materias primas, y las naciones industrializadas. Entre 1914 y 1920 hubo una continua alza de los precios de los alimentos y materias primas por el auge de la demanda europea. Pero, a partir de 1921, a medida que se recuperaba la producción en Europa, se redujeron las importaciones (que representaban el 60 % del comercio mundial) mientras aumentaron las exportaciones de los países industrializados. Los precios del sector primario cayeron, lo que provocó la crisis económica de los países no industrializados.
Además, el conflicto desorganizó el sistema monetario internacional, basado en la convertibilidad de las monedas en oro. Aunque en teoría se mantuvo el sistema del patrón oro, en la práctica se abandonó, porque algunos países, para hacer frente a los pagos de guerra, emitieron más dinero del que podían respaldar sus menguantes reservas de ese metal. La consecuencia de esto fue que se dislocó el comercio internacional, se produjo una anarquía monetaria y se disparó la inflación.
1.2. El declive de Europa y el auge de Estados Unidos
Tras la Primera Guerra Mundial se quebró el sistema económico internacional anterior a 1914, que se basaba en la posición de Europa como centro financiero e industrial del mundo. Estados Unidos pasó a tener la hegemonía en la economía mundial.
En el plano industrial, decayó el peso económico y financiero de Europa, como resultado del excesivo esfuerzo realizado entre 1914y 1918, y Estados Unidos se convirtió en la primera potencia industrial del mundo. A finales de la década de 1920 la producción manufacturera de Estados Unidos llegó a suponer el 42,2 % del total mundial mientras que la de los principales países europeos cayó al 33,8 %.
Respecto del comercio, Europa fue perdiendo mercados en ultramar. Por su parte, la balanza comercial de Estados Unidos experimentó tal superávit que le llevó a acumular casi la mitad de las reservas de oro mundiales.
Los préstamos que Estados Unidos concedió a Europa durante la guerra cambiaron su posición de país deudor a país acreedor.
La supremacía de Estados Unidos se manifestó en que el dólar desplazó a la libra como principal moneda internacional y la bolsa de Nueva York se convirtió en el centro financiero mundial, en detrimento de Londres.
Estados Unidos no supo adaptarse bien a la nueva situación y adoptó un comportamiento peligroso en sus préstamos: realizó inversiones de dudosa rentabilidad, especialmente en Alemania, y concedió préstamos a corto plazo que en cualquier momento podían repatriarse.
1.3. El crack de 1929 y la gran depresión
El crecimiento económico de los años veinte se frenó bruscamente en 1929. En octubre de ese año se produjo la quiebra de la bolsa de Nueva York, que provocó el hundimiento de las inversiones y de la actividad económica en los Estados Unidos. La supremacía económica de este país hizo que la crisis pronto adquiriera la dimensión de una crisis económica mundial, que se prolongó durante gran parte de la década de 1930.
El hundimiento de la bolsa de Nueva York, el famoso crack del 29, fue el detonante de la crisis económica. Pero las causas fueron más profundas y hay que buscarlas en los desequilibrios económicos de los años veinte:
• La crisis de los sectores industriales tradicionales como el textil, el carbón, la siderurgia y la construcción naval se fue agudizando en los años anteriores al crack. Lo mismo pasó con la agricultura, que sufría una crisis permanente desde 1921.
• Incluso los sectores industriales más favorecidos por la expansión -automóvil, electrodomésticos- experimentaron ya en 1927 las consecuencias de la disminución del poder de compra de los salarios y la caída de las rentas. La situación se agravó porque la compra de estos bienes de consumo era a menudo realizada a crédito, por lo que dependía de los ingresos futuros.
• También entró en crisis el sector de la construcción, debido a la situación del mercado. Esta crisis se inició hacia 1925 en la construcción de viviendas particulares, y en 1928 en la de edificios comerciales.
Ahora bien, a pesar de estos signos amenazadores, entre 1927 y la primavera de 1929 el valor de las acciones de la bolsa de Nueva York siguió subiendo, y ello atrajo a nuevos inversores. Pero la situación de la bolsa era en realidad muy frágil a causa del desequilibrio entre el estancamiento de la economía real y el desmesurado crecimiento de las acciones, que dio lugar a una colosal burbuja especulativa. No se correspondía el valor de los títulos con los beneficios reales de las empresas. Otro motivo era que muchas personas pedían créditos para comprar acciones. Estos dos factores crearon una situación muy peligrosa, porque, según el estado real de las empresas, el valor de los títulos en bolsa debería ser muy inferior al que tenían.
Las acciones comenzaron a bajar en la primavera de 1929, a causa de la contracción de la producción y del empleo. Además, los bancos comenzaron a conceder menos préstamos a los agentes de bolsa.
Un primer descenso brusco de las cotizaciones, causado por la retirada de inversores, sembró el pánico entre aquellos que habían comprado las acciones a crédito, que intentaron deshacerse de ellas cuanto antes para evitar perder más dinero y poder pagar sus deudas. Repentinamente, el 24 de octubre, conocido como el «jueves negro» 13 millones de acciones se ofrecieron a la venta con una demanda casi nula.
El pánico se extendió y el 29 del mismo mes se pusieron a la venta otros 16 millones y medio de acciones. El mercado se colapsó y el hundimiento de los valores bursátiles continuó hasta 1933.
La gran depresión
El hundimiento de la bolsa provocó una reacción en cadena que colapsó la economía estadounidense y dio lugar a una larga crisis conocida como la gran depresión. Las características de esta crisis fueron las siguientes:
• El hundimiento bursátil provocó la destrucción del ahorro (millones de grandes y pequeños inversionistas se arruinaron) y la drástica reducción del crédito, del consumo y de la inversión. Sus consecuencias se traspasaron de inmediato de la bolsa a la economía real.
• Los bancos se hundieron porque las personas retiraban sus ahorros y porque muchos préstamos quedaron sin devolver. Alrededor de 9.000 bancos quebraron y se esfumaron los ahorros de millones de ciudadanos.
• El cese de la demanda y de las inversiones tuvo por consecuencia la crisis industrial y unas enormes tasas de paro. La caída brusca del consumo privado aceleró el descenso de los precios y de los beneficios y aumentaron los stocks. En 1929 la producción industrial de Estados Unidos se redujo en un 50 % y la quiebra afectó a cerca de 23.000 empresas. El número de parados alcanzó en 1932 los 12 millones de personas (un 25 % de la población activa).
• El país más rico del mundo no disponía de un sistema de ayuda a los parados, que cayeron en la miseria. Millones de sus ciudadanos quedaron sin hogar y sufrieron dificultades para subsistir, desnutrición, vagabundeo y hacinamiento en chabolas.
• La crisis agraria se acentuó por el hundimiento de los precios y de la capacidad adquisitiva de los campesinos (que descendió un 70%). La miseria en el mundo rural (los agricultores representaban el 25% de la población) fue aún mayor que en las ciudades. Se multiplicaron las expropiaciones de granjas por las deudas contraídas, y millón y medio de personas tuvieron que abandonar forzosamente sus hogares en busca de trabajo en otros lugares.
1.4. Las políticas económicas frente a la depresión.
La gran depresión conmovió todo el sistema de tal modo que constituyó un cambio en el modelo económico mundial y supuso el final del sistema capitalista liberal del siglo XIX, que fue sustituido por un nuevo modelo caracterizado por una mayor intervención estatal en la economía.
Las primeras medidas ante la crisis tuvieron en común dos tipos de respuestas tradicionales: las políticas deflacionistas y el proteccionismo.
• Las políticas deflacionistas. Los gobiernos tendieron a aplicar la receta clásica del liberalismo económico: la deflación, es decir, fomentar la bajada de precios para reactivar el consumo. Para ello, buscaron el equilibrio presupuestario mediante la reducción de los gastos públicos y la disminución del crédito y del volumen de la moneda en circulación. A la vez, para recuperar la rentabilidad de las empresas redujeron los salarios. Pero esta política fracasó completamente y se acentuó la crisis.
• Los proteccionismos económicos. Para proteger sus industrias y su agricultura, los gobiernos optaron por poner barreras a las importaciones. Lo hicieron aunque sabían que era negativo para el comercio internacional y que acabaría perjudicando a sus propias economías.
La búsqueda de una salida colectiva a la crisis propició la Conferencia Económica Mundial de Londres (1933), en la que se propuso la vuelta al patrón oro y la reducción de los aranceles. Sin embargo, esta reunión terminó sin acuerdo y cada país hizo frente a la crisis en solitario.
El colapso del sistema generó un debate en torno a la revisión del liberalismo económico. Fue el economista británico Keynes quien propuso una mayor intervención del Estado en la economía.
La mayoría de los países -tanto los democráticos como los autoritarios ante el fracaso de las medidas deflacionistas, respondieron con medidas improvisadas de intervención del Estado en la economía para relanzar la actividad y reducir el paro, como financiar obras públicas y planes de empleo y subvencionar a las empresas agrícolas e industriales para restablecer su rentabilidad. Además, continuaron fomentando el proteccionismo.
Una vez que los Estados comprobaron que las políticas deflacionistas no resolvían la crisis, optaron por poner en práctica nuevos remedios, que tuvieron diferentes características nacionales.
El Reino Unido: aumento del proteccionismo
El gobierno británico intentó reanimar la economía reduciendo la tasa de interés, devaluando la libra esterlina y reforzando el proteccionismo por medio de aranceles a las importaciones. Además logró establecer con sus colonias acuerdos comerciales (Conferencia de Ottawa de 1932) de «preferencia imperial» para favorecer las exportaciones británicas.
Esta política redujo el paro y aumentó la producción de las nuevas industrias (equipos eléctricos, automóviles, químicas). En 1935, el Reino Unido alcanzó los niveles de producción anteriores a la crisis.
Francia: las políticas sociales del Frente Popular
En Francia, el gobierno del Frente Popular (formado por socialistas, comunistas y republicanos radicales) intentó reactivar la economía a través de un incremento del poder adquisitivo de los trabajadores, de un programa de obras públicas y del aumento de los impuestos. Para ello el gobierno propició los acuerdos de Matignon (1936) entre la patronal y los sindicatos, que pusieron fin a la conflictividad obrera. Se subieron los sueldos una media del 12 %, se redujo la jornada laboral semanal a 40 horas y se concedieron 3 semanas de vacaciones pagadas.Estas medidas fueron un fracaso. En 1939, la sociedad francesa estaba fuertemente enfrentada por las tensiones sociales y la debilidad económica.
Alemania: la autarquía y el programa de rearme.
En Alemania, con el ascenso al poder de Hitler, se impuso el control estatal sobre la economía. El objetivo nazi era alcanzar la autarquía económica mediante grandes inversiones estatales que permitiesen una total autosuficiencia en el sector primario y en el industrial. Las inversiones públicas se dirigieron en gran parte a la industria militar y las obras públicas,
El paro cayó drásticamente: el servicio militar obligatorio redujo el número de parados y el fomento de las obras públicas y la fabricación de armamentos proporcionaron numerosos empleos. Sin embargo, esta política solo podía sostenerse con el objetivo de una futura guerra.

2. EL NEW DEAL NORTEAMERICANO.

2.1.- La solución keynesiana.
Ante la envergadura de la crisis algunos políticos y economistas piensan que el capitalismo debe adaptarse a soluciones nuevas. En este sector se sitúa el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) que defendía una alternativa renovadora del liberalismo económico y que sistematizará en su obra “Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero” en la que analiza las causas de la Gran Depresión.
Según él la crisis la había provocado del hundimiento de la demanda y era precisa una activa intervención del Estado para restablecer el equilibrio entre la oferta y el consumo. Para ello el Estado debía estimular la inversión y el empleo recurriendo al déficit presupuestario controlado para financiar grandes obras públicas e impulsar el consumo, elevando el poder adquisitivo de la población mediante una política fiscal que redistribuyese las rentas y que a la vez reequilibrase el déficit.
Estas ideas keynesianas de un capitalismo reformado, basado en la intervención del estado en la economía inspiraron en parte las políticas económicas de los países democráticos, como es el caso de los Estados Unidos. En efecto, en casi todos los países, los gobiernos se vieron forzados a intervenir para relanzar la economía y reabsorber el elevado número de parados mediante:
a) Una política de elevadas inversiones estatales en obras públicas.
b) Una intervención en casi todos los sectores de la economía: subvenciones a las empresas más dinámicas, reglamentación de los precios, de los salarios y de la jornada laboral.

2.2.- El New Deal.
En Estados Unidos, tras el fracaso de la administración republicana fiel a las ideas del liberalismo económico, el presidente demócrata Franklin Delano Roosevelt (elegido en 1932) anuncia el nuevo compromiso (New Deal) de su administración de adoptar en los cien primeros días de gobierno medidas para reactivar la economía y reintegrar a la sociedad americana los millones de víctimas de la depresión mediante una serie de medidas de intervención estatal tanto en materia económica como social. En 1933 la tasa de desempleo alcanzaba el 32% de la población activa, es decir, unos 13 millones de parados.
El New Deal tiene dos etapas: a) Los 100 primeros días del New Deal y b) El Segundo New Deal. La diferencia entre una y otra etapa es que la primera se dirige a adoptar medidas de carácter económico y a la segunda se le une una iniciativa de mejoras sociales.

a) Los 100 primeros días del New Deal Norteamericano:
En esta etapa las medidas que adoptaron no trataron en ningún momento de conseguir que el estado asumiera la dirección absoluta de la economía sino a lo que se dirigieron estas primeras medidas fue a regular ciertos aspectos de la producción que permitieran a la iniciativa privada por si sola reactivar la economía.
Las medidas que adopta fueron:
1) Planificación Regional. La primera medida de la planificación regional va a tratar de organizar, de coordinar todos los recursos naturales y sociales de una determinada región con el fin de relanzar la economía en dicho ámbito territorial. El ejemplo mas claro lo encontramos en el valle del Tennessee donde nos encontramos con una región con un importante potencial hidrológico de tal forma que esa planificación se dirigió y tuvo como objetivo coordinar, organizar el aprovechamiento del agua de forma que fuese utilizada por la industria regional. Esta política de grandes obras públicas estaba destinada a relanzar la inversión y reabsorber a los parados. La modernización del Valle del Tennessee dio empleo a más de cuatro millones de parados.
2) Afectará al ámbito de la agricultura. Estas se dirigieron a solventar uno de los principales problemas que sufría el campo que no era otro que el problema de la superproducción y la consecuente caída de los precios. En consecuencia el New Deal en materia agrícola tuvo como objetivo el controlar la producción para incrementar el precio de los productos agrícolas. Esto lo hizo adoptando estas medidas:
-Reducción del terreno cultivable de determinados productos con superproducción.
-Subvenciones directas por parte del estado a los agricultores que veían limitadas sus producciones. Aquí esta el nacimiento de la practica de subvenciones directa o indirectamente a la agricultura para controlar la producción.
3) Política industrial basada en la colaboración de la administración federal con la industria privada para favorecer la inversión y la demanda. A tal fin se suspenden las leyes antitrust para favorecer el aumento de los precios, de la inversión y acordar códigos de competencia leal. A cambio, en su vertiente social, debía reducirse la jornada laboral (35 horas semanales), y establecer un salario mínimo, todo ello mediante convenios entre representantes de los obreros y de los empresarios .para sostener el nivel adquisitivo de los trabajadores.
En 1934 los resultados de todas estas medidas eran modestos: el paro aún ascendía a 11 millones, aunque la actividad económica se recuperaba.

b) El segundo New Deal.
Se inicia fundamentalmente a partir de 1935 y se caracteriza porque en esta segunda fase las medidas aprobadas por el gobierno norteamericano van a tener un contenido más social que económico.
La medida fundamental fue el establecimiento de un sistema de pensiones en casos de vejez y desempleo. Lo hizo con la necesidad de aportaciones por parte de los empresarios y los trabajadores y esto va a ser suministrada por el estado.
El segundo aspecto fundamental va a ser la creación de un organismo público encargado de resolver los conflictos laborales y controlar y reprimir las prácticas laborales injustas.
En conclusión el New Deal supuso la quiebra o abandono por parte del gobierno norteamericano de la doctrina del liberalismo económico. Puso de manifiesto la necesidad de que el estado interviniese en la economía articulando las medidas necesarias para incentivar la iniciativa privada pero, sin llegar en ningún momento a sustituirla.
3.- LA CRISIS DE LOS REGÍMENES LIBERALES Y LOS FASCISMOS
3.1. El período de entreguerras.
El período de entreguerras fue la época en la que viejas y nuevas dictaduras (fascismo, nazismo y estalinismo) se impusieron sobre débiles y, en su mayoría, recientes regímenes democráticos pero también lo fue de emprendedores sistemas democráticos.
La democracia no sólo se mantuvo en países de larga tradición liberal como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia sino que mostró arraigo y solidez en los países del Norte de Europa (Holanda y Bélgica) y en los escandinavos (Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca). A pesar de las dificultades políticas y económicas, en especial en los años treinta, los sistemas democráticos de los países citados se consolidaron con la implantación del sufragio universal, incluidas las mujeres, y la integración del sindicalismo y del socialismo reformista en las instituciones democráticas.
Se ha afirmado que la crisis de las democracias tuvo su origen en la conjunción de una doble amenaza: los ataques del fascismo y del comunismo, ambos declarados enemigos de la democracia liberal, y las dificultades económicas producidas por la grave depresión de los años treinta. Aunque existe una relación entre la crisis económica y la crisis política, sus efectos en modo alguno fueron análogos en todos los países, ni tampoco se puede establecer un paralelismo cronológico entre la intensidad de la crisis y el avance de las dictaduras.
Gran Bretaña evidenció la estabilidad de sus instituciones parlamentarias y la escasa influencia de los movimientos y organizaciones antidemocráticas. Así, el fascismo británico representado por la British Unión of Fascist de Oswald Mosley, apenas tuvo eco al igual que el Partido Comunista. En medio de la depresión de los años treinta, la política británica estuvo regida por gobiernos de unión nacional, formados por las tres fuerzas políticas principales: conservadores, liberales y laboristas.
La Tercera República francesa también dio muestras de su solidez superando diversas situaciones críticas, especialmente en los años treinta. Aunque la crisis económica fue tardía y sus efectos sociales más atenuados que en otros grandes países, el empeoramiento de las condiciones de vida de muchos franceses acrecentó los antagonismos sociales y el desprestigio y crisis de las instituciones republicanas, lo cual explica el desarrollo de las llamadas ligas fascistas (Cruces de Fuego, Acción Francesa) nutridas de un discurso nacionalista, populista y antiparlamentario, pero que tuvieron un escaso apoyo popular.
Estados Unidos vivió una década de prosperidad, de conformismo y conservadurismo social y político bajo el predominio del Partido Republicano hasta la crisis de los años treinta. Ello facilitó que en las elecciones de 1932, cuando el paro ascendía a 12 millones, accediese al poder el demócrata Roosevelt. Su política de reformas económicas y sociales conocida como el New Deal, a pesar de la oposición suscitada por los medios más conservadores -republicanos, la mayor parte de la prensa y de los círculos empresariales y del propio Tribunal Supremo- y la fuerte presión de organizaciones sindicales, se tradujo en una notable mejoría de la condiciones de vida de los sectores sociales más desfavorecidos y afectados por la crisis económica. En su conjunto, en la era de Roosevelt, en Estados Unidos se generó un ambiente de libertades democráticas.
Los países escandinavos donde la crisis tuvo unos efectos incluso más catastróficos que en Alemania (en Dinamarca y Noruega el paro superó el 30% de la población activa) son un ejemplo del peso de los factores políticos. Aquí la crisis económica no logró quebrar, como en Alemania, las instituciones democráticas. El gran protagonista político de los años treinta en estos países fue el socialismo democrático y reformista (la socialdemocracia) que emprendió un programa de reformas sociales y económicas, típicamente keynesiano, que elevó las rentas más bajas, sentando los precedentes del llamado Estado de bienestar.
Por el contrario, en Italia en los años veinte y en Alemania en los años treinta, el sistema liberal y democrático sucumbe ante el nacionalismo exaltado, la violencia de las crisis de la posguerra, la extensión de las doctrinas totalitarias que preconizan el partido único y rechazan tanto la democracia como el comunismo, y triunfan los regímenes fascistas. En el resto de la Europa centro-oriental y mediterránea, cuyas instituciones democráticas eran recientes, carentes de una burguesía equivalente a los anteriores y con un predominio de grandes terratenientes y de un campesinado analfabeto, fracasaron sus instituciones democrático-parlamentarias y acabaron por imponerse dictaduras conservadoras o militares con algún signo fascistizante.Por lo tanto, todas las democracias sufrieron los embates de la crisis con su secuela de descontentos por los efectos de la depresión, pero fueron las democracias las que, en buena parte, hicieron frente a la crisis y acabaron imponiéndose a la larga a las dictaduras surgidas en la década de los treinta.
3.2. Los Frentes Populares: Francia y España.
Los frentes populares son movimientos políticos compuestos en su mayoría por organizaciones políticas y sociales de izquierdas.
Las causas de su nacimiento obedecen al avance y consolidación del movimiento fascista en Europa. Surgen como respuesta de los movimientos de izquierda ante el avance de la derecha.
Para que se produzca este frente común es necesario que se produzca un cambio ideológico en los partidos comunistas ya que tenían que abandonar sus bases y principios políticos y acercarse a la social democracia, interviniendo en la vida política.
Las primeras manifestaciones triunfantes en Europa del frente popular son Francia y España.
Francia.
El 14 de julio de 1935 ante la amenaza que representaba el ascenso del fascismo en Alemania y ante el temor que tras el triunfo de Hitler el movimiento fascista cruzara las fronteras y se asentara en Francia, se creó el frente popular francés. Este grupo de izquierdas estará formado tanto por partidos políticos como organizaciones sociales. Es decir, van a estar comunistas, republicanos y socialistas. Estarán partidos de izquierdas de ideología dispar como organizaciones sociales (sindicatos tales como la confederación general del trabajo francesa o incluso movimientos pacifistas como la liga de los derechos del hombre).
El frente popular llegará al gobierno con el triunfo en las elecciones de 1936 y esta unión de las fuerzas de izquierdas quebrará al rehusar los comunistas formar parte de él. En consecuencia les corresponderá a los socialistas la tarea de gobierno del frente popular ya resquebrajado, inicia una serie de mejoras, de transformaciones de carácter económico-social pero siempre respetando la legalidad vigente, utilizando los mecanismos del régimen jurídico existente.
Las medidas que va a introducir van a ser la imposición de la semana laboral de 40 horas, vacaciones anuales pagadas, subsidio de desempleo así como la posibilidad de elaborar convenios colectivos.
En definitiva lo que consigue hacer el frente popular francés es llevar a la práctica principios básicos del estado social. Es decir, consigue aplicar y hacer realidad los derechos básicos del estado social que la Constitución de Weimar únicamente pudo enunciar.
España.
Nace en enero de 1936 como consecuencia de la unión de las formaciones políticas y sociales de izquierdas ante el avance de la ultraderecha o el fascismo. Las peculiaridades de este proceso de formación del frente popular español en relación con el francés son dos:
– En la elaboración del pacto del programa político del frente popular no intervienen directamente todas las fuerzas políticas de izquierdas. La elaboración directa se atribuye al partido republicano y al partido socialista, únicos negociadores básicos al negarse los republicanos a negociar directamente con el partido comunista. De tal forma que para englobar en dicho pacto a todos los partidos de izquierda, fue necesario que el partido socialista negociara en su nombre y en representación de las restantes formaciones políticas de izquierdas (comunistas).
– Distinta valoración del pacto. Es decir, no todas las fuerzas de izquierdas tenían la misma concepción sobre el pacto o el programa político del frente popular. Para los socialistas el pacto del frente popular no era más que una mera alianza electoral con los republicanos sin más expectativas de vigencia que el concurrir conjuntamente a las elecciones. Para los comunistas el programa político del frente popular no debía agotarse tras las elecciones sino que se elaboraba con el objetivo de llevarlo a la práctica.
Las características del programa político del frente popular español son:
– La Intervención del Estado en el Sector Agrícola e Industrial. Con esto el gobierno que ganara las elecciones abandonaba los postulados del liberalismo económico y defendía la intervención del estado en la economía. Intervencionismo estatal que este pacto no solo se limita a enumerar a proclamar y desciende a concretar que se entiende por intervención del estado en la economía. Explica que el estado tiene que regular y fomentar la actividad.
– En la agricultura: 1) Medidas de auxilio al cultivador (rebaja de impuestos, disminución de rentas abusivas…), 2) Mejorar la producción (organizando enseñanzas agrícolas e introduciendo avances técnicos en la producción), 3) Reforma la propiedad de la tierra que no tiene que llevar a la expropiación de dicha tierra esto es para rehusar el sistema arrendatario de la tierra.
– En la industria interviene el estado promulgando una normativa dirigida a proteger a la industria nacional regulando la materia arancelaria y articulando un sistema de exenciones o beneficios fiscales. También se concreta en la promoción de la industria creando institutos de investigación económica y técnica. Y en la creación de un plan de obras públicas.
En conclusión ninguna de estas medidas se dirigen a sustituir la iniciativa privada. Todas ellas tratan de crear las medidas necesarias para ayudar a esa iniciativa privada a impulsar la economía sin llegar en ningún momento a sustituirla.
– Política Social. Consiste en la aprobación de una serie de medidas dirigidas a proteger e incentivar a los grupos sociales más desfavorecidos. En este sentido el frente popular defiende el establecimiento de sistemas de previsión social que garanticen la asistencia a los trabajadores en los supuestos de desempleo, vejez, muerte o incapacidad temporal.

3.2. El fascismo italiano.
La incapacidad de los gobiernos democráticos para solucionar los problemas económicos y sociales provocó el desencanto de la población y su desconfianza en el sistema. En Europa, gran parte de los obreros, inspirados en el modelo soviético, adoptaron posturas revolucionarias, mientras que otra parte importante de la sociedad, principalmente las clases medias, defendió la llegada de gobiernos fuertes ultranacionalistas y anticomunistas. Los mejores ejemplos fueron la Italia fascista y la Alemania nazi.
Italia entró en la Primera Guerra Mundial sin el consentimiento parlamentario, oponiéndose a una opinión pública no intervencionista. La guerra supuso la pérdida de unos 600.000 hombres y una fuerte deuda, así como la crisis económica y una situación grave de desempleo. Para los italianos, los acuerdos de paz no compensaron estas pérdidas. Los aliados habían prometido a Italia los territorios de Dalmacia, Fiume y el Trentino, y finalmente sólo le fue otorgado este último.
Los partidos políticos tradicionales no supieron hacer frente a esta delicada situación y gran parte de la población comenzó a inclinarse por dos nuevos partidos extremistas: el Partido Comunista, una escisión del Partido Socialista, apoyado fundamentalmente por campesinos y obreros industriales, y el Partido Nacional Fascista, fundado por su líder, Benito Mussolini, en 1921 y apoyado por las clases acomodadas y por los sectores más nacionalistas, que deseaban frenar el avance del comunismo.
Ante el fracaso del partido fascista en las elecciones de 1919 y de 1921, Mussolini decidió utilizar la fuerza para acceder al poder. Organizó una masiva concentración con sus grupos paramilitares, conocidos como «camisas negras», en varias poblaciones del centro de Italia, desde donde convergieron en Roma los días 27 y 28 de octubre de 1922, Tras ocupar los edificios públicos, presentaron un ultimátum al gobierno. La Marcha sobre Roma triunfó, y el rey Víctor Manuel III ofreció a Mussolini la formación de un nuevo gobierno.
Poco a poco, Mussolini y su partido se fueron haciendo con el control de todos los resortes del Estado. Acabaron con el régimen parlamentario, disolvieron los partidos políticos y los sindicatos, controlaron los medios de comunicación, la educación y la cultura, y suprimieron todas las libertades individuales. La economía era estrechamente vigilada por el Estado, que protegió a la empresa privada en muchos sectores.
3.3. El nazismo alemán
Antecedentes: la República de Weimar
Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, el emperador alemán Guillermo II abdicó. En 1919, la Asamblea Nacional Constituyente, reunida en la ciudad de Weimar, redactó una constitución republicana. Se iniciaba así el período conocido como la República de Weimar, cuya vida finalizó con la llegada del partido nazi al poder, en 1933.
Esta constitución, una de las más avanzadas de su época, fue aprobada con el respaldo de los partidos socialdemócrata, liberal y centro católico. Sin embargo, fue rechazada por la extrema derecha y la extrema izquierda.
La República de Weimar fue una época turbulenta. Alemania se sentía humillada por el Tratado de Versalles y agobiada por los problemas económicos (elevada inflación y deuda), sociales (alta tasa de desempleo) y políticos (asentar la democracia ante los continuos estallidos revolucionarios y golpes de Estado, como el de Adolf Hitler en 1923).
La década de 1930 se inició con una nueva crisis, esta vez provocada por la Gran Depresión. El desorden económico fue aprovechado por los partidos extremistas: el Partido Comunista Alemán, apoyado principalmente por los obreros industriales, y el Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo (NSDAP), conocido como partido nazi y respaldado por un porcentaje creciente de la población, sobre todo de las clases medias urbanas y el campesinado. Su líder, Adolf Hitler, les prometía reprimir el comunismo y recuperar su antiguo bienestar y orgullo nacional.
El ascenso del nazismo al poder
Los comicios de 1930 convirtieron al partido nazi en la segunda fuerza política del país, cuya popularidad aumentaba a medida que la situación económica se agudizaba. Si en 1919 sólo un 15 % de los alemanes se oponía a la Constitución de Weimar, en 1932 este porcentaje alcanzaba el 44 %.
En 1933, el presidente Hindenburg presionado por los conservadores, ofreció el cargo de canciller (primer ministro) a Hitler. Desde el gobierno, los nazis pronto controlaron el Parlamento y, poco después, establecieron un régimen dictatorial. Nacía así un nuevo Estado alemán, bautizado como III Reich.
La Alemania de Hitler
Pocos días después de su ascenso al poder, el incendio del Reichstag (cámara baja del Parlamento), del que acusó a los comunistas, sirvió de excusa a Hitler para disolver los partidos y sindicatos, excepto el partido nazi. Esto le concedía un poder absoluto.
Con ese mismo objetivo, estableció un gobierno de terror. Hitler acabó de forma violenta con sus oponentes políticos, o sospechosos de serlo. En la «noche de los cuchillos largos» asesinó a sus rivales dentro del partido nazi. Pero las principales víctimas políticas fueron los militantes comunistas. Dos cuerpos, las SS («escuadras de protección») y la Gestapo (policía), llevaron a cabo esta implacable política de coacción y asesinato.
Otro de los aspectos más dramáticos del mandato nazi fue la política de limpieza étnica. Hitler estaba obsesionado con lograr la supremacía total de la raza aria alemana, que debía mantenerse pura y sin mestizajes. Además, planeó la eliminación de ciertos grupos sociales. Los judíos fueron las principales víctimas de esta barbarie. La brutal persecución contra los judíos, que empezó con la discriminación legal y la confiscación de bienes, derivó hacia su exterminio sistemático en los campos de concentración. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, se calcula que dos de cada tres judíos habían sido asesinados, es decir, unos 6.000.000. También sufrieron la política de exterminio los gitanos, los homosexuales y las personas con minusvalías psíquicas o físicas.
Los gobiernos nazis impulsaron la economía mediante un amplio programa de obras públicas y una política de rearme, que fomentaron el desarrollo industrial y provocaron un notable descenso del paro.
La expansión territorial
El partido nazi defendía el pangermanismo, doctrina que proclama la unión de todos los pueblos de origen germánico en un solo país. A ello se sumaba la teoría del espacio vital, que señalaba la necesidad de disponer de un territorio suficientemente amplio para satisfacer las necesidades de la población alemana. Este espacio vital se conseguiría en los territorios del este: en Polonia y en la Unión Soviética. También rechazó abiertamente las cláusulas del Tratado de Versalles. En contra de lo que disponía el Tratado, Hitler ordenó que el ejército alemán volviera a ocupar la zona del Rhin e inició una intensa política armamentista.
Hitler abandonó la Sociedad de Naciones y se alió con la Italia fascista por medio del Eje Berlín-Roma en 1936, un pacto que sería reforzado un año después con la firma del Pacto Antikomintern, entre Japón y Alemania.
En 1938 se anexionó Austria y la región de los Sudetes (Checoslovaquia), con el pretexto de que la mayoría de la población era de origen germánico y hablaba alemán. Los países democráticos europeos, Francia y Reino Unido, consintieron estos hechos, creyendo que Hitler no se atrevería a continuar su expansión. Esta política de apaciguamiento fue interpretada por Alemania como una carta blanca a su expansión. Poco después, las tropas alemanas ocuparon toda Checoslovaquia.
Sin embargo, cuando el 1 de septiembre en 1939 Hitler invadió Polonia, la respuesta de Reino Unido y Francia no se hizo esperar. En el transcurso de los dos días siguientes, estos países declararon la guerra a Alemania. Se iniciaba así la Segunda Guerra Mundial.
4. LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
4.1. Causas de la Guerra
Los años treinta fueron un período de inestabilidad en las relaciones internacionales. Dos fueron los factores decisivos en los orígenes de la Segunda Guerra Mundial: el expansionismo de las dictaduras fascistas y la crisis económica de los años treinta. Frente al expansionismo de Alemania, Italia y Japón, las democracias occidentales practicaron una política de apaciguamiento que, a la larga, resultaría fatal.
La crisis económica de los años treinta creó un clima favorable a la exacerbación de los nacionalismos y al apogeo de las soluciones totalitarias. Una serie de hechos pusieron fin al breve período de cooperación internacional inaugurado con los Pactos de Locarno (1925) y Briand-Kellog (1928).
Con la llegada de Hitler al poder en Alemania en 1933 pronto se manifestó la fragilidad de la Sociedad de Naciones (SDN) como garante de la paz. La Conferencia de Desarme de 1932-1933, reunida en Ginebra, fue el gran objetivo de la diplomacia europea. En esta conferencia se reconoció a Alemania el principio de igualdad de derechos, pero a pesar de eso no hubo entendimiento con Hitler y Alemania abandonó la Sociedad de Naciones. El fracaso del diálogo confirmó la voluntad de Hitler de no someter a ningún arbitraje la cuestión del rearme alemán.
A partir de ahí, Hitler fue conculcando las limitaciones impuestas Alemania por el tratado de Versalles. El dictador alemán proyecta dominar toda Europa. Primero había que crear un gran Estado nacional-socialista de base racial (Gran Reich) más allá de las fronteras fijadas en Versalles. A continuación se le dotaría de un «espacio vital» a través del expansionismo y la guerra.
El primer paso fue el intento de anexionar Austria en 1934, anexión que estaba expresamente prohibida por los tratados de Versalles. La anexión se abortó, sobre todo, por la rápida intervención de Mussolini, que no deseaba ver a Austria bajo el dominio alemán.
En 1935 Hitler se anexionó el Sarre tras la celebración de un plebiscito en el que la población se manifestó partidaria de su incorporación a Alemania. Inmediatamente después, el gobierno nazi anunció su propósito de restablecer el servicio militar obligatorio, de constituir un ejército 36 divisiones y crear una fuerza aérea, la Luftwaffe.
Francia, el país más amenazado por estas iniciativas de Hitler, reaccionó intentando aislar diplomáticamente a Alemania. En 1935 en la Conferencia de Stressa, Francia logró firmar un acuerdo con Italia y Reino Unido para a asegurar la independencia de Austria y contra la política armamentista de Hitler. La red de alianzas se completó con otro pacto de asistencia mutua con la URSS en caso de agresión y con el pacto soviético-checoslovaco. Así, hacia 1935, Alemania parecía hallarse «cercada» diplomáticamente.
Pero el eslabón más débil de esta coalición antialemana fue Italia. En 1935 y 1936 Italia invadió y conquistó Etiopía, lo que provocó la oposición de las potencias europeas. La Sociedad de Naciones condenó esta acción y decidió adoptar sanciones económicas contra Italia. La respuesta de Mussolini fue romper los pactos de Stressa, aproximarse a Alemania y abandonar la Sociedad de Naciones.
Alemania dejó de estar aislada en Europa y retomó la iniciativa. En 1936 Hitler ordenó la ocupación de la zona desmilitarizada de la Renania, lo que rompía el tratado de Versalles y la principal garantía de la seguridad de Francia. Las potencias europeas aceptaron la situación, pues sobreestimaron la capacidad bélica alemana. La pasividad de las democracias fue percibida por Hitler y Mussolini como una prueba de debilidad ante una política de hechos consumados.
El estallido de la guerra civil española en julio de 1936 puso una vez más en evidencia la debilidad de las democracias occidentales. En agosto se logró un acuerdo de no intervención que fue firmado por 25 países, entre los cuales estaban Alemania, Italia y la URSS. El acuerdo pronto se convirtió en «papel mojado», pues la Alemania nazi y la Italia fascista ayudaron con tropas y material bélico a los militares sublevados contra la república, y la URSS ayudó a la república con armas y técnicos.
La guerra civil española (1936-1939) facilitó la alianza entre Hitler y Mussolini que, en octubre de 1936, forjaron una alianza bautizada como el «Eje» Roma-Berlín. Poco después, en noviembre, Alemania y Japón firmaron el Pacto Antikomintern contra la URSS, al que se adhirieron Italia y la España de Franco en 1937.
Reforzados los lazos entre Alemania, Italia y Japón, Hitler tomó la iniciativa a finales de 1937. El temor de las democracias a la guerra les llevó a una política de apaciguamiento, que intentaba evitar la guerra haciendo determinadas concesiones que «calmaran» a los díctadores.
Hitler desveló sus planes en una reunión con sus más estrechos colaboradores y se recogieron en el memorándum o protocolo Hossbach de noviembre de 1937. Planteó que para alcanzar la autarquía y el rearme era necesario aplicar drásticamente la idea del «espacio vital»: Alemania necesitaba nuevos territorios para satisfacer las necesidades de materias primas para su industria bélica y alimentos para su población. En esta política expansionista estaba previsto el recurso a la guerra. Hitler también anunció claramente sus objetivos iniciales: primero la anexión de Austria y, después, la incorporación de Checoslovaquia.
Tras los éxitos diplomáticos de Hitler y ante la débil respuesta de las democracias occidentales, en marzo de 1938 tropas alemanas entraron en Viena y Hitler anunció la celebración de un plebiscito que ratificó la anexión de Austria al Reich alemán (Anschluss).
El paso siguiente fue Checoslovaquia. La excusa fue la llamada cuestión de los Sudetes, una región checoslovaca rica en minas e industrias en la que vivían unos tres millones de alemanes. El partido pronazi Partido Alemán de los Súdeles reclamó su anexión al III Reich. Las amenazas de Hitler de intervenir surtieron efecto: los jefes de gobierno de Reino Unido, Francia e Italia acudieron a la Conferencia de Munich en septiembre de 1938, donde aceptaron la anexión de los Sudetes al Reich, sin el consentimiento de la misma Checoslovaquia.
Pero la cuestión checoslovaca no acabó aquí. En marzo de 1939 Eslovaquia proclamó su independencia y a continuación tropas alemanas penetraron también en Bohemia, formándose un «Protectorado de Bohemia-Moravia» como Estado satélite del III Reich. En el mismo mes, Hitler se anexionó el puerto de Memel (en Lituania) y en abril Mussolini ocupó Albania. En mayo, Alemania estrechó relaciones con Italia con la firma de una alianza ofensiva, el Pacto de Acero.
La anexión de Checoslovaquia puso en evidencia el estrepitoso fracaso de la política de apaciguamiento practicada por Reino Unido y Francia, que decidieron cambiar de actitud. Las dos potencias acordaron ofrecer garantías a los Estados que estuvieran amenazados por el expansionismo germano-italiano. En agosto de 1939 se firmó un pacto con Polonia
La amenaza que existía sobre Polonia (Hitler reivindicaba Danzig y el “corredor polaco») hizo que la URSS cobrase un especial relieve. En marzo de 1939, Reino Unido y Francia iniciaron negociaciones con la URSS, que se vieron entorpecidas por los recelos polacos a que tropas soviéticas atravesaran su territorio y por la desconfianza hacia la Rusia bolchevique.
El 23 de agosto de 1939 se firmó el Pacto germano-soviético de no agresión, por el que ambos países dejaban de lado temporalmente sus conflictos y diferencias ideológicas. Dicho pacto contenía además un protocolo secreto por el que se preveía el reparto de Polonia entre alemanes y soviéticos, así como el reconocimiento de los derechos de la URSS sobre Finlandia, los países bálticos y Besarabia.
Este pacto, considerado contra natura por todos, solo parece justificarse como una alianza táctica entre dos regímenes totalitarios que pretendían sacar partido del reparto de Polonia. Hitler quería evitar una guerra en dos frentes en caso de conflicto con Francia y Reino Unido, asegurándose la neutralidad de la URSS. Stalin justificó el acuerdo por el «clima de evidente hostilidad de las potencias occidentales hacia la URSS» y con el fin de evitar el aislamiento y prevenir una posible agresión alemana. El pacto causó estupor en las democracias occidentales. Respaldada por el pacto, el 1 de septiembre Alemania invadió Polonia. Pero esta vez Reino Unido y Francia no cedieron y el día 3 declararon la guerra a Alemania. Así comenzaba la Segunda Guerra Mundial.
Otro de los escenarios de la crisis de las relaciones internacionales en los años treinta fue Asía y el área del Pacífico. De hecho Japón fue el primer país que desafió al sistema de seguridad colectiva.
Japón estaba profundamente afectado por la crisis económica a comienzos de los años treinta y se lanzó a una política expansionista sobre su vecina China como remedio a sus graves problemas. En 1931 ocupó militarmente Manchuria y en 1932 anunció la constitución de un Estado satélite, Manchukuo. Las potencias apenas reaccionaron.
Entre 1932 y 1937, ante la falta de respuesta internacional, Japón se dispuso a conquistar China y todo el sudeste asiático. En 1937, aprovechando un incidente en Pekín, dirigió un ultimátum al gobierno chino e inició la guerra de conquista de su propio «espacio vital». Británicos y estadounidenses se limitaron a emitir protestas formales y abandonaron apresuradamente China, mientras la Sociedad de Naciones ni declaró Estado agresor a Japón ni le impuso sanciones.
4.2. Consecuencias de la guerra.
Los efectos humanos, materiales y morales de la Segunda Guerra Mundial fueron devastadores, sobre todo en Europa, uno de los principales escenarios del conflicto. El final de la Segunda Guerra Mundial significó el declive definitivo de Europa y el inicio del dominio de dos grandes superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética.
Pérdidas humanas
La potencia destructiva de las nuevas armas, el carácter de guerra total y la determinación de ambos bandos de proseguir el conflicto hasta el final sin importar la pérdida de vidas humanas explican que la Segunda Guerra Mundial sea la mayor catástrofe que ha conocido la humanidad.
El conflicto se extendió al mundo entero y desapareció el concepto de retaguardia. A los efectos de la ocupación nazi y japonesa en los territorios conquistados (deportaciones en masa, exterminio y genocidio de diversas etnias, feroces represalias sobre la resistencia, etc.) se añadió el bombardeo brutal y masivo de muchas ciudades por ambos bandos.
En la guerra se pudieron alcanzar los 55 millones de muertos, unos 35 millones de heridos y cerca de 3 millones de desaparecidos. A diferencia de la Primera Guerra Mundial, más de la mitad de las víctimas fueron civiles.
La URSS fue el país más afectado. Le siguieron Polonia, Alemania y Checoslovaquia, mientras en el resto de Europa y Estados Unidos las cifras fueron algo menores. En el sudeste asiático, la guerra y la represión provocaron también enormes pérdidas, sobre todo en China (las cifras han sido estimadas entre los 2 millones y los 13,5 millones de muertes civiles y militares). En Japón superaron el millón y medio de muertos, en su inmensa mayoría militares.
Otro efecto humano de la guerra fueron los grandes desplazamientos de población. Unos movimientos fueron provocados por los nazis en los países que ocuparon durante el conflicto. Otros se produjeron justo al final del mismo, como consecuencia de la liberación de prisioneros de guerra en los campos de concentración o por los acuerdos establecidos en los tratados de paz y de los cambios de fronteras. En mayo de 1945 había en Europa alrededor de 40 millones de hombres, mujeres y niños desarraigados, sin hogar o en busca de un lugar en el que establecerse, entre ellos unos 13 millones de alemanes expulsados de Checoslovaquia y de las zonas anexionadas por Polonia y la URSS.
Efectos morales
La guerra provocó también un intenso trauma moral y cuestionó todos los valores éticos en los que descansaba la civilización occidental. El descubrimiento de las fosas de Katyn en Polonia, donde los soviéticos asesinaron con un tiro en la nuca a más de 4.500 oficiales polacos; los bombardeos aliados sobre ciudades alemanas y el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron, entre otras, muestras de la tremenda brutalidad, crueldad y violencia de esta guerra en la que la población civil fue, a menudo, el blanco principal.
Con todo sobresalieron las atrocidades del nazismo, el genocidio de los «campos de la muerte» en los que los nazis exterminaron a judíos, gitanos, eslavos, homosexuales y opositores políticos, en aplicación de sus teorías raciales y totalitarias. Aunque se desconocen las cifras totales del genocidio, se han calculado entre 5 y 6 millones de víctimas solo en lo que concierne a la población judía.
Para juzgar estas atrocidades, por primera vez se constituyó un tribunal internacional, compuesto por jueces de los «cuatro grandes» (Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y Francia), que definió un nuevo concepto jurídico en el derecho internacional: el de los crímenes contra la humanidad. Entre 1945 y 1946, tuvo lugar el juicio de Nuremberg, que juzgó a 21 dirigentes nazis, de los que 12 fueron condenados a muerte. Este proceso fue seguido de otros para castigar a los responsables del régimen nacionalsocialista y conseguir la «desnazificación» de Alemania.
Consecuencias económicas
El final de la guerra ofreció un paisaje de ruina y desolación sobre todo en la Europa oriental, donde las ciudades, los campos y la estructura productiva habían sido destruidos.
En la Europa occidental y en Japón los mayores daños se produjeron en las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, etc.). Los efectos sobre la producción industrial fueron más irregulares, pero Europa en su conjunto perdió el 50 % de su potencial industrial.
Los más serios problemas, que hicieron pensar en la imposibilidad de la reconstrucción, fueron dos: en primer lugar, los derivados de la destrucción de las ciudades, los problemas de aprovisionamiento alimentario y el desamparo de la población civil; y, en el plano financiero, el elevado volumen de la deuda que se había contraído para poder pagar la guerra, y la subida de los precios.
Una vez más. Estados Unidos fue el país en el que la guerra repercutió más favorablemente. Su alejamiento del escenario de la lucha le convirtió en el principal centro productor de armamento y otros suministros para los aliados, lo que le permitió un desarrollo notable de la capacidad productiva y de su equipo industrial. Experimentó un crecimiento económico en torno al 10 % anual, el ritmo más rápido de su historia. Así pues, la guerra aceleró el declive de la viejas potencias europeas, mientras que Estados Unidos consolidó su posición hegemónica de gran potencia agraria, industrial y financiera mundial.
La URSS, a pesar de las destrucciones de la guerra, salió confirmada corno la segunda potencia mundial. Su política de industrialización de las regiones orientales -más allá de los Urales- evitó que los ataques alemanes destruyeran su potencial industrial, a lo que se añadió el desmontaje de fábricas alemanas y de otros países ocupados de la Europa oriental y su traslado a la URSS.
Consecuencias políticas
En el orden político, la derrota de las potencias del Eje por los aliados supuso el fracaso de los sistemas fascistas, aunque se mantuvieron dictaduras cercanas a esta ideología. Pero la distinta ocupación por los aliados dividió a Europa en dos zonas políticas.
• En la Europa occidental, liberada por los angloamericanos, se restableció la democracia parlamentaria y el sistema económico capitalista de libre mercado. Resurgieron con vigor los partidos socialdemócratas y demócrata-cristianos. También cobraron fuerza los partidos comunistas prosoviéticos, especialmente en Italia y Francia.
• En la Europa oriental (Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria), liberada por la Unión Soviética, se impusieron a la fuerza las llamadas democracias populares, en realidad dictaduras comunistas bajo la hegemonía de la URSS.
En Yugoslavia y Albania, liberadas por los partisanos comunistas, pero sin la intervención del Ejército Rojo soviético, también se implantaron regímenes comunistas aunque independientes de Moscú.
Las conferencias de paz y los cambios territoriales
Ya desde 1941 los aliados empezaron a planificar cómo debía ser el orden internacional después de la guerra. Pero las decisiones más importantes de los «tres grandes» (Estados Unidos, Reino Unido y la URSS) sobre el nuevo mapa político de Europa y Japón se adoptaron en las Conferencias de Yalta (febrero de 1945) y de Potsdam (julio-agosto de 1945).
En la Conferencia de Yalta (Crimea) se reunieron Roosevelt, Churchill y Stalin. Se decidió la partición de Alemania en diversas zonas de ocupación; se creó una comisión de reparaciones para evaluar las cantidades que Alemania tenía que pagar a sus víctimas; se aceptó que Polonia fuese administrada por un gobierno de unidad nacional, que surgió del Comité de Lublin (prosoviético); se acordó la celebración de elecciones libres en los países liberados; y se confirmó la anexión de los Estados bálticos y del este de Polonia a la URSS.
En la Conferencia de Potsdam (Alemania) cambiaron los personajes. Roosevelt había muerto, y Harry Truman, nuevo presidente de Estados Unidos, se mostró más receloso con la URSS de Stalin. Durante dicha conferencia, el laborista Clement Attlee sustituyó a Churchill como primer ministro británico. Aun así, se pusieron de acuerdo sobre aspectos muy importantes:
• En primer lugar se definió el futuro de Alemania. El país quedaría dividido en cuatro zonas de ocupación (estadounidense, británica, soviética y francesa), al igual que la ciudad de Berlín, incluida en la zona soviética; se procedería a la desnazificación de Alemania y el juicio a los criminales de guerra (juicio de Nuremberg); se fijaron las reparaciones de guerra alemanas, que serían recibidas, sobre todo, por la URSS; y se determinaron las fronteras con Polonia.
• También se delimitaron los cambios territoriales como consecuencia de la guerra. Los principales se produjeron en Europa. Alemania perdió unos 100.000 km2 en su frontera este y en Prusia Oriental. Polonia tuvo que ceder a la URSS las regiones del este y a cambio su frontera oeste se fijó en la línea Oder-Neisse. La URSS fue la más beneficiada de estos cambios territoriales.
En el Extremo Oriente, Japón perdió todo su imperio en Asia y fue ocupado por los estadounidenses, que acabaron con el régimen autoritario e impulsaron su democratización. La URSS se anexionó el sur de la isla de Sajalín y las Kuriles. China recibió Formosa (Taiwán) y Corea quedó dividida en dos zonas de ocupación separadas por el paralelo 38° (el norte ocupado por los soviéticos y el sur por los estadounidenses).
Finalmente en la Conferencia de París (1946-1947) se elaboraron y se firmaron los tratados de paz con otros países europeos que habían apoyado a Alemania: Italia, Rumania, Hungría, Bulgaria y Finlandia. Con Austria no se firmó un tratado de paz hasta 1955, tras el final de su ocupación por Estados Unidos, URSS, Francia y Reino Unido.