Bloque IV. Tema 4.1. Un mundo bipolar.

30 julio 2013

TEMA 7. UN MUNDO BIPOLAR.

1. EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL. LA ONU.
En las conferencias que tuvieron lugar durante la guerra, las tres grandes potencias aliadas consideraron necesaria la creación de una nueva organización internacional tendente al «mantenimiento de la paz y la seguridad internacional». En junio de 1945, en la Conferencia de San Francisco, se fundó la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Los fines de la ONU, fijados en la Carta de la Naciones Unidas, son:
• El mantenimiento de la paz y la seguridad internacional, obligándose sus miembros a buscar soluciones pacíficas a sus conflictos.
• El reconocimiento del derecho a la libre determinación de los pueblos, en referencia a las colonias que formaban los grandes imperios.
• El desarrollo y estímulo de los derechos y libertades.
• El impulso a la cooperación pacífica en cuestiones económicas, sociales, culturales, educativas y sanitarias.
En cuanto a su estructura, la ONU cuenta con tres órganos principales:
• La Asamblea General está formada por todos los Estados miembros con igualdad de voto. Solo puede emitir «recomendaciones».
• El Consejo de Seguridad está integrado por quince miembros. Hay cinco miembros permanentes, los «cinco grandes» (Estados Unidos, Reino Unido, URSS. Francia y China), que, además, disponen del derecho de veto sobre cualquier decisión. Los otros diez miembros del Consejo se eligen por periodos de dos años. Los países miembros de la ONU se comprometen a cumplir las decisiones del Consejo.
• La Secretaría General está formada por el secretario general, elegido por periodos de 4 o 5 años. y los funcionarios de la organización.
También existen otros organismos relevantes, como el Tribunal o Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya y el Consejo Económico y Social, instrumento esencial en la cooperación pacífica entre las naciones, a través de sus organismos especializados (FAO, UNESCO, OIT, etc.).

2. LA BIPOLARIZACIÓN Y LA GUERRA FRÍA.

2.1. Génesis de la guerra fría (1945-1947)

Características de la guerra fría
El concepto guerra fría define el sistema de relaciones internacionales existente entre 1945 y 1991. Durante ese período el mundo se dividió en dos bloques antagónicos, uno encabezado por Estados Unidos y el otro por la Unión Soviética. Esta situación generó un sistema bipolar que estuvo en vigor durante más de cuarenta años. Cada bloque representaba una diferente concepción política, económica e ideológica:
• El bloque occidental defendía un sistema político democrático, una economía capitalista y una ideología liberal.
• El bloque comunista defendía un sistema político totalitario, una economía planificada y una ideología marxista.
Sin embargo, ambos bloques no dudaron en apoyar regímenes contrarios a sus principios ideológicos si con ello conseguían debilitar al contrario.
Las dos superpotencias intentaron mantener su seguridad y ampliar o proteger sus zonas de influencia utilizando todos los medios disponibles con excepción del conflicto bélico directo, ya que este implicaba el uso de armas nucleares y, por tanto, la destrucción mutua. Entre estas formas de enfrentamiento destacaron:
• Una continua carrera de armamentos, especialmente en lo referente al arsenal nuclear, de forma que cada superpotencia dispuso de suficientes medios para destruir varias veces la vida sobre la Tierra.
• La propaganda ideológica.
•La subversión y el espionaje del bloque contrario a través de los servicios secretos (CIA estadounidense y KGB soviético).
• Las presiones políticas y económicas tanto sobre los Estados aliados como contra los del bloque enemigo.
• La guerra localizada en territorios periféricos por los que ambos bloques intentaban expandir su dominio.
La ONU quedó maniatada por los intereses de las dos grandes potencias. Las políticas de colaboración y acuerdos fueron muy difíciles en este contexto, pues primaba la desconfianza mutua. Sin embargo, la ONU sirvió al menos como foro de debate entre los bloques y permitió que existiese una comunicación continua entre ellos.
El final de la cooperación entre los aliados
La Segunda Guerra Mundial aceleró el declive de Europa. Los Estados europeos habían quedado exhaustos tras el conflicto y carecían de los medios militares y económicos para mantener su antiguo estatus de potencias mundiales. Por el contrario, la guerra supuso la consolidación de Estados Unidos y la Unión Soviética como líderes de la política internacional.
En 1945 parecía que se iniciaba un período de colaboración entre las dos grandes potencias victoriosas. La Conferencia de Yalta, la creación de la ONU, la firma de los tratados de paz con los países derrotados y los juicio de Nuremberg parecían síntomas de cooperación entre ambas.
Sin embargo, había desaparecido el único elemento que cohesionó realmente a las potencias aliadas: la existencia de un enemigo común. Y apenas existían otros vínculos entre ellas, pues se trataba de Estados muy diferentes, con líneas políticas, socioeconómicas y estratégicas muy distintas, incluso antagónicas. Así, no tardaron en aparecer los desacuerdos.
Ya la conferencia de Potsdam puso claramente de manifiesto las diferencias de intereses entre ambos países. Además, el fin del Acuerdo de Préstamo y Arriendo por el que Estados Unidos daba un trato económico de privilegio a la Unión Soviética, los distanció aún más.
El enfrentamiento fue gestándose entre 1945 y 1946 para manifestarse abiertamente a partir de 1947. El primer desencuentro se produjo lejos del espacio europeo, en Irán. En 1946 se acordó la retirada de las tropas aliadas que ocupaban el territorio iraní, pero la Unión Soviética se negó a retirarse y mantuvo el control de algunas provincias del norte del país. Solamente la presión estadounidense logró el repliegue soviético. A los ojos occidentales esta actitud demostraba el ansia expansionista soviética.
El triunfo de la desconfianza mutua
La actitud de las potencias en Europa confirmó la ruptura.
En los países de Europa oriental ocupados por el Ejército Rojo, todos los «movimientos políticos fueron reprimidos excepto los partidos comunistas, que obedecían los dictados de Moscú. Los gobiernos que se instalaron en estos países estaban subordinados a la política soviética. La URSS incumplió de esta forma su promesa previa de convocar elecciones libres y dejar que las poblaciones de los países liberados del nazismo decidiesen su futuro.
Los Estados de la Europa occidental se hallaban en graves dificultades económicas. Ante el temor de que la crisis favoreciera la expansión comunista. Estados Unidos reaccionó. El presidente Truman anunció en 1947 una nueva política exterior estadounidense: los gobiernos europeos dispuestos a frenar la influencia soviética tendrían derecho a recibir la ayuda americana. Es lo que se ha denominado la doctrina Truman o doctrina de la contención
La respuesta de Stalin a la doctrina Truman fue cohesionar más la zona de influencia soviética a través del control ideológico. Este se manifestó en la doctrina Jdánov y en la creación de la Kominform (Oficina de Información de los Partidos Comunistas) a finales de 1947.

2.2. La máxima tensión (1948-1953).
Desde finales de 1947 la rivalidad entre las dos grandes potencias se convirtió en abierto enfrentamiento y se desató una pugna por ampliar sus respectivas zonas de dominio. En 1948 se confirmó la división de Europa en dos bloques. Pronto esta división se amplió a otras zonas de la Tierra.
La división económica de Europa
Cada una de las potencias estableció un sistema de colaboración económica en su zona para asegurar la dependencia de los países que la integraban:
• El Plan Marshall. El gobierno estadounidense diseñó una estrategia para reactivar la economía de los países europeos que le eran favorables. Su secretario de Estado, George Marshall, propuso una generosa ayuda a la que se dio el nombre de Plan Marshall. El programa de ayuda se aprobó en 1948 por valor de 13.000 millones de dólares.
El Plan Marshall incluyó a casi todos los países de Europa occidental, excepto España, porque se consideró que la dictadura de Franco era un régimen antidemocrático. Los países más beneficiados fueron Reino Unido, Francia, Italia y Alemania occidental.
Estados Unidos perseguía dos objetivos: mejorar el nivel de vida en Europa y así alejar el peligro revolucionario y mantener la demanda europea para evitar una crisis de sobreproducción de su propia industria.
• El COMECOM. La ayuda estadounidense no llegó a los Estados de Europa oriental, pues Stalin rechazó sus condiciones y presionó a los gobiernos de su zona de influencia para que hicieran lo mismo. Además, como respuesta al plan estadounidense, la Unión Soviética creó en 1949 el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECOM), cuyo objetivo era coordinar las políticas económicas de los países de Europa oriental y establecer los mecanismos de asistencia mutua. Los países que se adhirieron fueron la Unión Soviética, Hungría, Checoslovaquia, Alemania oriental, Polonia, Bulgaria, Rumania y Albania.
La crisis de Berlín
Tras la guerra, Alemania quedó dividida en cuatro zonas, cada una administrada por un país aliado: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la URSS. Berlín se encontraba en la zona soviética y, a su vez, había sido dividida en cuatro zonas administradas por los mismos países.
En 1948 se celebró la Conferencia de Londres, en la que Estados Unidos, Reino Unido, Francia y el Benelux acordaron la unificación de Alemania en un solo Estado, la República Federal de Alemania (RFA). Inmediatamente después las tres zonas occidentales de Berlín se unificaron.
Estas medidas contravenían los acuerdos de Yalta y Potsdam de 1945. La respuesta de Stalin fue el bloqueo terrestre de Berlín entre junio de 1948 y mayo de 1949. Berlín quedó aislado de las zonas occidentales de Alemania, lo que dio origen a la primera gran crisis de la guerra fría.
Estados Unidos resolvió la situación con la creación de un puente aéreo que logró abastecer la ciudad durante el bloqueo. La firmeza de la respuesta estadounidense, que, sin embargo, evitó cualquier gesto agresivo hacía la URSS, convenció a Stalin de la inutilidad de la medida, y en mayo de 1949 levantó el bloqueo. Pero la URSS creó en su sector de Alemania un Estado independiente del resto: la República Democrática Alemana (RDA).
La creación de los bloques militares
El aumento de la tensión llevó a los dos bloques a constituirse también como alianzas militares para actuar de forma conjunta contra cualquier agresión del enemigo.
El bloque occidental constituyó en 1949 la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), firmada por Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Italia, Francia, Países Bajos, Bélgica, Noruega, Dinamarca, Islandia, Portugal y Luxemburgo. Poco más tarde, en 1952, se sumaron Turquía y Grecia, y en 1955, la República Federal Alemana.
El primer objetivo militar de la Unión Soviética fue conseguir desarrollar armamento nuclear para no estar en inferioridad con Estados Unidos. Lo consiguió en 1949, año en que hizo estallar su primera bomba atómica. Una vez logrado esto, patrocinó una alianza militar con los otros países comunistas europeos que sirviese de contrapeso a la OTAN. De esta forma, en 1955 se firmó el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua, conocido como Pacto de Varsovia, ratificado por la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia, Checoslovaquia, Rumania, Hungría, Bulgaria y Albania.
La ampliación de los bloques
Pronto la tensión internacional se extendió a Asia por la presión que las dos superpotencias ejercieron para ampliar su propia zona de dominio y restringir la del contrario. Los dos hechos más significativos fueron la creación de la República Popular China en 1949 y la guerra de Corea entre 1950 y 1953.
China supuso un gran éxito para el bloque comunista. El país se encontraba en guerra civil desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Se enfrentaban el Partido Comunista Chino, que quería instaurar un régimen similar al soviético, y los nacionalistas del Quomintang, partidarios de una aproximación al bloque occidental.
En 1949, el Partido Comunista Chino tomó el poder y su secretario general Mao Zedong proclamó la República Popular China. A continuación, firmó un tratado de ayuda mutua con Stalin. Ello significó un gran triunfo diplomático y estratégico para la Unión Soviética.
Corea formaba parte del Imperio japonés antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras la derrota japonesa en 1945 quedó dividida en dos Estados por el paralelo 38°: Corea del Norte, vinculada a la Unión Soviética, y Corea del Sur, dependiente de Estados Unidos.
La victoria comunista en China fortaleció la idea del líder norcoreano Kim Il Sung de unificar la península. En junio de 1950 las tropas del norte invadieron el sur, y conquistaron con facilidad casi todo el territorio. Estados Unidos reaccionó inmediatamente y consiguió una resolución de condena del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el que no estaba la URSS, y la autorización para intervenir militarmente.
La contraofensiva estadounidense, dirigida por el general MacArthur, llegó cerca de la frontera china, lo que impulsó a Mao Zedong a ayudar militarmente al régimen norcoreano, mientras que la URSS se abstenía de intervenir. El general MacArtbur propuso el bombardeo nuclear de China, por lo que fue cesado inmediatamente del mando.
Las fuerzas estadounidenses tuvieron que retroceder y el frente se estabilizó a lo largo del paralelo 38°. La incapacidad de ambos bandos para lograr una victoria sin recurrir al arma nuclear condujo a la firma del armisticio en 1953, acuerdo que confirmaba la situación existente al inicio del conflicto. Cerca de millón y medio de personas habían muerto para nada.
Las consecuencias del conflicto fueron destacables. Por un lado, el enfrentamiento significó la extensión de la guerra fría al continente asiático y, por otro lado, demostró que cualquier iniciativa bélica podía provocar una reacción mayor del otro bloque, por lo que era necesario localizar y aislar los conflictos a fin de poderlos reconducir en un momento dado.
La ampliación de la zona de dominio comunista y el aumento de la tensión en Asia hicieron que Estados Unidos impulsase la creación de tratados regionales de defensa. En 1954, se creó la SEATO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático) que agrupó a Australia, Francia, Reino Unido, Nueva Zelanda, Pakistán, Filipinas, Tailandia y Estados Unidos. Un año después se firmó el Pacto de Bagdad (1955) entre Estados Unidos, Turquía, Irak, Irán, Pakistán y Reino Unido. Estados Unidos también firmó tratados bilaterales con Taiwán, Corea del Sur y Japón.
Además, el avance del comunismo tuvo también consecuencias para la política interior de los países occidentales. En Estados Unidos se desató una marea de anticomunismo cuyo máximo exponente fue la caza de brujas patrocinada por el senador McCarthy y su Comité de Actividades Antinorteamericanas. Miles de personas, sobre todo artistas e intelectuales, fueron acusadas de simpatizar con el comunismo y muchas perdieron su trabajo e incluso sufrieron prisión por sus ideas políticas.
2.3. La coexistencia pacífica (1954-1975)
A partir de 1953 se inició un relevo de los dirigentes de las dos grandes potencias. Eisenhower asumió la presidencia de Estados Unidos y ese mismo año murió Stalin, al que sucedió tres años después Nikita Kruschev. Ambos líderes parecían más dispuestos a la negociación que sus predecesores lo que inició el deshielo de las relaciones entre ambas potencias.
Este cambio no solo tenía que ver con el nuevo talante de los políticos, sino que estaba motivado por nuevos factores que habían aparecido en el escenario internacional.
• En 1949 la URSS construyó la primera bomba atómica, lo que supuso el fin del monopolio nuclear de Estados Unidos. El riesgo de conflicto nuclear que se produjo durante la guerra de Corea llevó a ambas superpotencias a relajar la enorme tensión internacional, temerosas de que un nuevo conflicto pudiese llevar a una guerra nuclear.
• Algunos países, especialmente del Tercer Mundo, expresaron su voluntad de no entrar en la política de bloques y mantenerse en una posición neutral respecto de las dos superpotencias.
• Dentro de los propios bloques tuvieron lugar conflictos y movimientos internos que pusieron en riesgo su cohesión.
A esta nueva etapa en las relaciones entre los dos bloques se le denominó coexistencia pacífica. Sin embargo, esta época no estuvo en absoluto libre de conflictos. Las conversaciones entre las superpotencias se alternaron con períodos de enorme tensión internacional que, en los casos más graves, pusieron al mundo al borde del enfrentamiento nuclear. A su vez, las crisis eran seguidas de conversaciones y de reuniones de los respectivos líderes con el objetivo de promover el acercamiento político y establecer acuerdos en diversos campos.
El primer conflicto en el que se pusieron a prueba los mecanismos de diálogo de la nueva etapa fue la crisis del canal de Suez de 1956, en la que ambas potencias actuaron conjuntamente.
Frente a la enorme presión de las superpotencias para ampliar sus respectivas zonas de control, algunos países del Tercer Mundo mostraron su deseo de adoptar una posición de neutralidad ante los dos bloques. Surge así el movimiento de los no alineados.
En ambos bloque hubo conflictos internos. En el bloque comunista hubo movimientos populares contra el dominio que ejercía la Unión Soviética sobre sus políticas. Las más importantes fueron la revuelta polaca y la revuelta húngara y el movimiento de reforma checoslovaco conocido como la Primavera de Praga. También en el bloque occidental hubo discrepancias. El caso más relevante fue el de Francia durante la presidencia de De Gaulle, que defendió una política equidistante de ambas superpotencias y que desarrolló un arsenal nuclear propio. La actitud de Estados Unidos frente a la disidencia fue mucho más expeditiva en los países de Latinoamérica. Allí Estados Unidos intervino contra aquellos gobiernos que se alejaban de sus postulados políticos, unas veces promoviendo golpes de estado y otras veces apoyando y entrenando a guerrillas y ejércitos de invasión.
Los niveles de máxima tensión entre los bloques fueron provocados por las crisis de Berlín, Cuba y Vietnam.
Desde finales de los apños sesenta, el enorme gato que implicaba el mantenimiento de los costosos sistemas de armas nucleares comenzaba a pesar sobre las economías de ambas superpotencias, por lo que era necesario frenar la carrera de armamentos y reducir los arsenales atómicos.
La culminación de la nueva política de entendimiento y distensión internacional fue la Conferencia de Seguridad y Cooperación de Helsinki de agosto de 1975, entre representantes de 35 estados pertenecientes a la OTAN, al Pacto de Varsovia y países neutrales.
2.4. Final de la guerra fría.
El año 1979 fue fundamental para el recrudecimiento de la tensión entre las potencias. La revolución islamista en Irán y la invasión soviética de Afganistán tuvieron una fuerte repercusión en Estados Unidos. Como consecuencia de esta crisis, la población estadounidense se distanció de las políticas dialogantes del presidente Jimmy Carter y comenzó a reivindicar actuaciones firmes que devolviesen a su país la hegemonía internacional.
A mediados de la década de 1980 la agresiva política estadounidense patrocinada por el presidente Reagan coincidía con una situación de debilidad en la URSS. Los grandes gastos militares y el estancamiento de la producción habían provocado una fuerte crisis económica en la Unión Soviética que, además, tenía que hacer frente a la desastrosa guerra de Afganistán.
El rebrote de la tensión y el aumento de la amenaza nuclear provocaron una gran preocupación en la población de los dos bloques. En los países occidentales, especialmente en Europa, resurgieron con fuerza renovada movimientos de carácter pacifista y antinuclear que alcanzaren gran presencia popular y que se mostraron muy activos con frecuentes manifestaciones públicas y actos de protesta. En el bloque comunista estos movimientos no pudieron tener una expresión pública a causa del control ideológico y social, aunque sí que fomentaron un fuerte sentimiento de rechazo hacia el comunismo que estalló cuando el sistema dio las primeras muestras de debilidad.
La llegada, en 1985, de Míjaíl Gorbachov al poder en la URSS cambió radicalmente la política internacional soviética. El nuevo gobierno adoptó como una de sus prioridades el inicio de una política de diálogo con Estados Unidos con el objetivo de detener la carrera armamentista y rebajar el enorme gasto militar, que estaba repercutiendo muy desfavorablemente sobre la economía soviética.
La primera manifestación del cambio de las relaciones fue la firma del Tratado de Washington (1987) para el desmantelamiento de los misiles de alcance intermedio. En 1989 la URSS retiró sus tropas de Afganistán. Poco después, el proceso de distensión se confirmó con la retirada de las tropas soviéticas de los países de la Europa del este y la puesta en marcha de una apertura política y económica en la Unión Soviética.
La suavización del control ideológico y político en casi todos los países bloque comunista dio como resultado la inmediata aparición de movimientos sociales favorables al establecimiento de sistemas democráticos. En 1989 en los países de Europa oriental se desató una oleada de manifestaciones públicas y de sublevaciones pacíficas que dieron lugar a las denominadas revoluciones democráticas. Estos movimientos tuvieron como resultado la caída en cadena de los regímenes comunistas europeos. El ejemplo más simbólico de estos cambios fue la caída del muro de Berlín en 1989 y la unificación de Alemania en 1990.
El movimiento democrático se extendió por casi todo el bloque comunista. En mayo de 1989 estudiantes chinos comenzaron una protesta a favor de la democracia que se materializó en la ocupación de la plaza de Tiananmen. Pero el gobierno chino, asustado por lo que estaba ocurriendo en Europa, reaccionó con una enorme violencia, y el 3 de junio el ejército entró en la plaza y acabó con la protesta causando centenares de muertos.
En 1989, poco después de la caída del muro de Berlín, el nuevo presidente estadounidense George Bush (padre) y Mijail Gorbachov se reunieron en la cumbre de Malta y proclamaron oficialmente el inicio de una nueva era en las relaciones internacionales y el fin de las tensiones entre las superpotencias. Se puede considerar este momento como el final oficial de la guerra fría.
En 1991 se produjeron dos hechos definitivos para la finalización de esta etapa: la disolución del Pacto de Varsovia y la desintegración de la Unión Soviética, que se dividió en varios Estados. Con ello se ponía fin a la política de bloques y Estados Unidos se convirtió en la indiscutida primera potencia del planeta. Aunque la OTAN no se disolvió, esta organización abandonó su estrategia de confrontación con el bloque comunista y adoptó una nueva doctrina estratégica basada en hacer frente a amenazas de distinta naturaleza.
2.5. La reorganización de la política internacional
Uno de los problemas que se planteó con el fin de la guerra fría fue el del enorme arsenal nuclear existente y que ya no tenía ninguna lógica mantener. En este sentido se firmaron en 1991 los acuerdos START I, que plantearon la destrucción de un tercio de los misiles intercontinentales con cabezas nucleares.
Tras la desintegración de la URSS, la situación más peligrosa surgió en las repúblicas exsoviéticas que continuaron poseyendo armas nucleares después de su independencia de Moscú (Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán). A su inestabilidad política se sumaba una situación económica muy precaria que les impedía disponer de recursos para mantener estas costosas instalaciones. Las presiones rusas y estadounidenses sobre estos Estados dieron como resultado que Bielorrusia devolviese a Rusia sus misiles (1991) y firmase el Tratado de No Proliferación Nuclear; lo mismo hicieron Kazajstán en 1995 y Ucrania en 1996. Se intentaba evitar así la difusión incontrolada de este tipo de armamento.
Sin embargo, persistía, y aún hoy persiste, la cuestión de la enorme cantidad de armas nucleares existente en los arsenales de las antiguas superpolencias. Un intento de reducirla se produjo a través del Tratado de Reducción Nuclear (2002) entre Estados Unidos y Rusia. No obstante, la proliferación de armas nucleares ha continuado constituyendo un serio problema, porque existen otros países con armamento nuclear (India, Pakistán, Israel, Corea del Norte…) y otros mantienen programas nucleares en la actualidad (Irán).
Así mismo, el final de la guerra fría y la división del mundo en dos bloques no ha significado el final de los conflictos. En los últimos tiempos han surgido otros problemas, como la proliferación de armas de destrucción masiva en diversos países, nuevos conflictos regionales, el renacer de los nacionalismos en las zonas que pertenecían al bloque comunista.

3. LOS PROCESOS DE DESCOLONIZACIÓN.
3.1.- La liberación de los países colonizados.
Entre los grandes procesos históricos que caracterizaron la segunda mitad del siglo XX, la descolonización ocupa un puesto de enorme importancia. Fue la consecuencia directa de la crisis o de la desaparición de las potencias coloniales europeas, tanto vencedoras como vencidas en la Segunda Guerra Mundial, pero no respondió sólo a la voluntad histórica ya madura de los pueblos oprimidos de liberarse de sus opresores, sino también al «deseo de conferir a la reconquista de la libertad una forma moderna y capaz de obtener un reconocimiento universal». A este propósito, conviene hacer dos consideraciones. La primera es que la liberación de los pueblos sometidos al poder colonial constituyó un hecho capital en la historia, ya que puso fin a la fase de conquista y dominación que habían comenzado los europeos en los albores del mundo moderno, concluida en gran parte a finales del siglo XIX, salvo en el caso de las tardías incursiones del colonialismo italiano en Libia (1911-1912) y en Etiopía (1935-1936) y del francés y el español en Marruecos a partir de 1912. La pérdida de los imperios contribuyó de un modo tan determinante como simbólico a disolver lo que había sido durante siglos la «centralidad» europea. El Imperio español había desaparecido prácticamente durante el siglo XIX, pero la Primera Guerra Mundial y los tratados de la posguerra, a raíz de los cuales perdió sus colonias Alemania, habían conservado en su conjunto el sistema colonial. Sin embargo, los movimientos anticolonialistas y antiimperialistas -en muchos casos influidos por la derrota de la Rusia zarista a manos de Japón en 1905, por la revolución que acaudilló Sun Yat Sen tras la caída del Imperio chino en 1911 y por la revolución bolchevique- se vieron fortalecidos, especialmente en Asia. El principal protagonista del despertar anticolonial durante el periodo de entreguerras había sido el nacionalismo indio, liderado por Mohandas Gandhi y el Partido del Congreso, pero también fueron importantes las corrientes nacionalcomunistas de países como Vietnam y los movimientos nacionalistas árabes, algunos de los cuales no buscaban sólo la libertad política, sino también el renacimiento de la religión y la identidad islámica. El debilitamiento de los imperios europeos en Asia durante la Segunda Guerra Mundial se debió, entre otras causas, al destructor ataque de los japoneses, que se proclamaban libertadores de los pueblos oprimidos a la voz de «Asia para los asiáticos», aunque en realidad pretendían imponer su hegemonía y expandirse por el continente. El colonialismo tenía su premisa básica no sólo en la potencia material, sino también en el prestigio de los dominadores blancos, pero las impresionantes victorias japonesas durante la primera fase de la Segunda Guerra Mundial habían hecho tambalear aquel edificio hasta sus cimientos. A este propósito ha escrito con acierto Eric J. Hobsbawm que «la demostración de que los Estados del hombre blanco podían ser derrotados con vergüenza y deshonor y de que las viejas potencias eran demasiado débiles, incluso después de una guerra victoriosa, para recuperar sus anteriores posiciones resultó fatal para el antiguo colonialismo». En definitiva, todo estaba maduro para que el final de la guerra marcase el comienzo de un gran proceso de descolonización.
El proceso adoptó fundamentalmente dos modalidades: la negociada y la violenta. Los principales cultivadores de la primera (con algunas excepciones importantes) fueron los ingleses, que ya en el periodo de entreguerras habían tratado de establecer acuerdos con las élites de las colonias y habían emprendido la vía de un cauto reformismo; pero los franceses, los belgas y los portugueses -que concebían la colonia como una proyección directa de sus sistemas estatales y la sometían a un rígido control burocrático y militar- e incluso los holandeses -que habían realizado con anterioridad varias aperturas de carácter reformista- optaron por la segunda y defendieron sus posesiones con las armas y hasta la derrota.
La primera oleada de la descolonización posbélica (1945-1946) dio como fruto la independencia de Oriente Próximo, Filipinas, India, Pakistán, Birmania, Ceilán (la actual Sri Lanka), Indonesia, Indochina y gran parte del norte de África. Si la independencia de la India había representado en 1947 el mayor ejemplo de descolonización negociada, la de Indochina fue todo lo contrario, porque los franceses no se retiraron hasta ser derrotados en 1954 por una guerra prolongada. La segunda oleada tuvo lugar durante la primera mitad de los años sesenta y su centro fue África, donde alcanzaron la independencia, entre otros, países como el Congo (antes francés y belga) y Argelia. La independencia de este último país en 1962, conquistada mediante una guerra sólo comparable en ferocidad y duración a la de Indochina, fue el capítulo más trágico del colapso del sistema colonial europeo y un ejemplo extremo de la decisión francesa de negarse a aceptar hasta el último momento el fin de toda una época de su historia nacional, lo cual se entiende aún peor cuando se considera el arraigo y la abundancia de población francesa en el país africano. La tercera fase de la descolonización estuvo marcada por la independencia de las colonias portuguesas de Angola y Mozambique en 1975, también después de un prolongado conflicto militar, y por la de la colonia británica de Rodesia del Sur (la actual Zimbabue) en 1980. En la medida en que supuso el fin del sometimiento de los negros a la minoría blanca, podrían incluirse también en el proceso de descolonización la caída del régimen racista de Suráfrica, a raíz de la abolición del apartheid, la entrada en vigor en 1994 de una nueva Constitución que introdujo el sufragio universal y la llegada al poder de la mayoría negra con el Congreso Nacional Africano, el partido de Nelson Mándela. Gracias a la superación negociada del régimen racista, que evitó el temido baño de sangre, se instauró un sistema democrático, y «después de más de tres siglos de dominación, la minoría blanca admitió la derrota y cedió el poder a la mayoría negra».
3.2.- El Tercer Mundo
Los países surgidos del proceso de descolonización fueron y son aún un componente esencial de lo que el demógrafo francés Alfred Sauvy bautizó en 1952 con el nombre de «Tercer Mundo». La expresión, que luego sería de uso común, tuvo dos significados distintos aunque relacionados entre sí; en primer lugar, hacía referencia a los países pobres y atrasados de Asia, África e Iberoamérica, escasa o decididamente no desarrollados; en segundo lugar, aunque no en un sentido riguroso, aludía también a los países no alineados ni con el universo occidental ni con el dominado por la Unión Soviética, es decir aquella parte del mundo que había adquirido una presencia en la esfera internacional con la Conferencia de Bandung en 1955.
La expresión «Tercer Mundo», que ha servido para trazar una frontera esencialmente «negativa», vale decir de «no pertenencia», denominó durante casi medio siglo una realidad que se presentaba poco unitaria hacia mediados del siglo xx, pero que luego se hizo mucho más rica y diferenciada. Tanto es así que, poco a poco, algunos países que pertenecieron a este grupo originalmente emprendieron, si bien con distintos resultados, el camino hacia el desarrollo. Los principales indicadores de la pertenencia al Tercer Mundo desde el punto de vista socioeconómico eran y son los siguientes: un exceso demográfico respecto a los recursos disponibles, una agricultura pobre o muy pobre y una industria casi inexistente o por lo menos inapropiada, unos servicios muy precarios, unos intercambios comerciales desfavorables con los países desarrollados y una onerosa deuda externa, un sistema de instrucción insuficiente, una renta per cápita extremadamente baja y, en muchos casos, una concentración de la población en miserables barrios de chabolas, una gran mortalidad infantil y una vida media no comparable con la de los países ricos. A todo esto podemos añadir que la mayoría de los países del Tercer Mundo, sobre todo en el continente africano, han fracasado en la empresa (que en los países desarrollados ha sido el fruto de procesos seculares) de dotarse de sistemas culturales, políticos e institucionales coherentes con el proceso de modernización. En resumen, la característica de los habitantes del Tercer Mundo es vivir en un «mundo distinto» al desarrollado.
Como se ha dicho, una serie de países originalmente situados en el Tercer Mundo llevaron a cabo programas de desarrollo que, en su conjunto, dieron notables resultados, Así fue en los casos de China, India, Brasil y México, donde se realizaron con la decisiva intervención del Estado, que en los dos primeros -especialmente en el coloso comunista- se vio profundamente influida por el modelo soviético de industrialización planificada. En general, puede decirse que las políticas de nacionalización y planificación desempeñaron un papel relevante en los países del Tercer Mundo. La India liderada por Nehru fue durante los años cincuenta el país no comunista donde mayor peso tuvo una economía no mercantil. En muchos países, el dirigismo estatal, las nacionalizaciones y las expropiaciones respondieron no sólo a necesidades económicas, sino también políticas, en un intento de rescatar del control externo materias primas e importantes sectores de la producción. Los países que lograron los mejores resultados fueron los de dimensiones pequeñas o muy pequeñas, como los llamados «tigres asiáticos», es decir, Hong Kong, Formosa (Taiwán), Corea del Sur y Singapur, cuya expansión industrial, basada desde un determinado momento en productos de elevado contenido tecnológico, se desarrolló de tal modo durante los años sesenta y comienzos del decenio siguiente que, a finales de siglo, los cuatro «tigres asiáticos» habían abandonado el Tercer Mundo para integrarse en el mundo desarrollado. Éste continuó expandiéndose por Malasia, Tailandia, Turquía, India y China, donde en el último decenio del siglo se produjo un gran salto productivo, especialmente en las zonas costeras, estimulado por las reformas de Deng Xiaoping, que lanzaron el llamado «mercado socialista» y facilitaron las inversiones extranjeras.
Considerando en su conjunto el camino recorrido por el Tercer Mundo en la segunda mitad del siglo, el balance arroja una mezcla de éxitos y fracasos. La gran esperanza que abrigaban los países colonizados de caminar a marchas forzadas hacia el desarrollo nada más alcanzar la independencia política dio paso a desilusiones muy amargas. Pero también se lograron resultados positivos con la mejora de las condiciones sanitarias, la drástica disminución de la mortalidad infantil y el ascenso de las expectativas medías de vida y del nivel de instrucción. Con todo, los resultados no bastaron -y éste es el punto esencial- para acortar distancias con el mundo desarrollado, que entretanto aceleró su propio desarrollo y amplió las diferencias. A mediados de los años noventa la tasa de analfabetismo del Tercer Mundo se hallaba en torno al 30 por 100 (44 por 100 en África, 13 por 100 en Iberoamérica, 35 por 100 en Asia -excluida China- y 19 por 100 en China). Si se tiene en cuenta que los recursos culturales nunca fueron tan importantes como ahora para las técnicas productivas y, en general, para la organización de los recursos que necesita el desarrollo, se comprenderá cuál es el precio económico y social de un retraso escolar de tales dimensiones. Remitiéndose con pleno acuerdo a las tesis de Max Weber, David S. Landes observa que «si la historia del desarrollo económico nos enseña algo es que la cultura marca la diferencia».
La conclusión que podríamos extraer, en palabras de Paúl Bairoch, es que «el XX ha sido para el Tercer Mundo el siglo de la descolonización, pero también el de la acentuación de las diferencias económicas con el mundo desarrollado»

4. EL MUNDO CAPITALISTA Y EL MUNDO COMUNISTA.
4.1.- La etapa de confrontación.
Por su carácter global, por la amplitud de los recursos materiales y espirituales empleados y por su radicalismo ideológico, político y social, la confrontación entre el mundo occidental y el mundo comunista, que comenzó al iniciarse la guerra fría y se prolongó hasta mediados de los años ochenta, podría compararse con el abismo que separó el mundo cristiano del islámico a lo largo de la Edad Media y la Edad Moderna. El hecho de que la trayectoria de la bandera roja haya sido mucho más corta que la de la media luna no quita oportunidad al parangón. En ambos casos se trató de un enorme reto entre mundos opuestos que se caracterizaban por la incompatibilidad de sus creencias y sus modelos de vida. El choque del comunismo con el capitalismo en la segunda mitad del siglo XX fue mucho más general y profundo que la lucha entre los fascismos y sus adversarios, ya que los primeros no sólo duraron menos, sino que nunca ejercieron una influencia comparable a la del comunismo y, por otra parte, su antagonismo con los países capitalistas democráticos no afectaba a la esfera de las relaciones socioeconómicas.
Cuando se observa la fuerza expansiva del comunismo, especialmente durante los veinte años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, la comparación con la conquista islámica en la Edad Media parece pertinente. Debido a su alcance y a su intensidad, aquélla produjo en el mundo occidental un estado de alarma tanto más profundo cuanto que la influencia comunista se dejó sentir en países no regidos por el comunismo, especialmente en Francia e Italia, y en todos los continentes.
En los primeros años de la segunda posguerra, el mundo comunista, empujado por su credo milenarista, se presentaba como un futuro inevitable, en virtud de las leyes necesarias de la historia. La consolidación del Imperio soviético en la Europa oriental (con excepción de Yugoslavia, que lo había abandonado en 1948) y la victoria de Mao en China, entonces estrechamente vinculada a Moscú, echaron los cimientos de un «mundo socialista» que, al menos superficialmente, parecía un gigantesco monolito en movimiento, Por su parte, el mundo capitalista se hallaba profundamente dividido; por un lado, había una Europa occidental «vieja» -marcada por la decadencia de su poder secular y gravada por el peso de unas clases dirigentes, en el caso de Alemania e Italia, con la agresión militar, y, en el de Francia y Gran Bretaña, con su entreguismo y su complicidad con el fascismo internacional, que habían conducido a la catástrofe al Viejo Continente- y un Japón arruinado por su política imperialista; y por otro, estaban los Estados Unidos, un país «joven», en la cima de su potencia económica y militar, que confiaba en la superioridad de sus valores y sus instituciones. En este sentido, tanto los estadounidenses como los soviéticos eran portadores de credos activos, aunque opuestos, mientras que Europa occidental estaba cansada e insegura de sí misma y se había convertido, con la presencia de fuertes partidos comunistas y corrientes filosoviéticas, en el principal escenario del gran enfrentamiento histórico, y Japón se dedicaba a superar la herencia de su aventura expansionista y a dotarse de nuevas instituciones.
Pocos años después del establecimiento del «telón de acero», los dos mundos contrapuestos, perdida la esperanza de que ocurriera un cataclismo interno en la parte contraria, comprendieron la imposibilidad de una nueva guerra mundial en la era atómica. Así pues, como ya se ha visto, la guerra fría se convirtió en un «reto» a tiempo indefinido. Durante aquel desafío, Occidente mostró una creciente superioridad que, a fin de cuentas, iba a conducirlo a la victoria, mientras que el mundo soviético, tras un periodo de grandes éxitos a veces impresionantes, se vio envuelto en contradicciones ingobernables y en una situación de inferioridad que determinó su caída final. Se trató de un derrumbe súbito e imprevisto, sorprendente por su rapidez y su radicalismo, que demostró que el monolitismo ideológico, las instituciones políticas totalitarias y el colectivismo estatista y burocrático no habían sido factores de fuerza, sino, todo lo contrario, de debilidad, mientras que el pluralismo cultural y político y la economía de mercado basada en la competencia, dentro de un marco de regulación e intervención pública, habían aportado desarrollo y solidez al mundo occidental.
4.2.- Naturaleza de ambos mundos.
Uno de los datos fundamentales para comprender la naturaleza de los dos grandes «sujetos» en lucha era su relación entre «apariencia» y «realidad». En el mundo comunista, dado el carácter de las instituciones totalitarias, la apariencia cubría por completo la realidad, la escondía y la mistificaba. La sociedad no se conocía a sí misma, y la imagen de las oligarquías estaba tergiversada por la propaganda del régimen, para la cual la información del estado real de las cosas era un privilegio y un secreto del grupo restringido que ocupaba el poder. Todo esto daba a los gobiernos comunistas la posibilidad de construir y comunicar una imagen de vigor y robustez que intensificaba el fanatismo de sus fíeles, pero que con el paso del tiempo, a medida que se hacían evidentes las grietas del edificio, acabó por sembrar en la sociedad el escepticismo, el cinismo e incluso el desprecio. Así se destruyeron las bases del consenso. Las instituciones democráticas occidentales y la economía de mercado impedían, por su propia naturaleza, ese juego perverso con su consiguiente degeneración moral, social y política. Naturalmente, también allí las élites en el poder tenían secretos y los guardaban, y no todas sus actuaciones en materia de política interior y exterior estaban sometidas al control de la opinión pública, pero las decisiones relacionadas con los grandes problemas eran objeto de debate democrático y ningún gobierno podía eludir el control de los parlamentos, de la oposición y de los electores. Por su parte, los centros del poder económico se hallaban sujetos a los mecanismos de control inherentes al mercado y debían compartir su poder con el mundo político, con los partidos y las organizaciones sindicales. El resultado era que la sociedad se conocía de un modo más apropiado; que «apariencia» y «realidad» no podían cristalizarse en entidades separadas y contrapuestas; y que los gobiernos representaban a los gobernados de un modo mucho más auténtico y eficaz que en los países comunistas. El consenso inicial que obtuvieron los gobiernos comunistas de las masas trabajadoras y de amplios círculos intelectuales se deterioró o adquirió un carácter pasivo a medida que las promesas de bienestar fueron perdiendo fuerza o se vieron completamente frustradas, y la dictadura no fue sólo un instrumento del poder político, sino también de los estratos privilegiados en lo económico y lo social, que formaban una casta dominante,
El rasgo común de los dos mundos fue, como ya se ha dicho, la subordinación a una de las dos superpotencias, las únicas que disfrutaban de la soberanía en todas sus dimensiones y tenían capacidad para imponerla. Pero sí ésta era la situación común, las restantes condiciones eran cualitativamente distintas. La URSS ejercía sobre sus países sometidos un «dominio» férreo, hasta el punto de convertirlos en auténticos «satélites», cuyos grupos dirigentes obedecían las directrices del grupo dirigente soviético y pagaban con la muerte o con la destitución las desviaciones de la voluntad política de la potencia directora. Así pues, el bloque soviético no se configuraba como una alianza, ni siquiera desigual, entre Estados, sino como un imperio enmascarado por la unidad internacionalista de la propaganda oficial, dentro del cual el país dominante controlaba con mano de hierro la política, el ejército, los cuerpos de seguridad, la economía y la vida social de todos los ciudadanos. Este tipo de unidad, que los comunistas presentaban como la solución de los tradicionales enfrentamientos entre Estados, podía parecer un rasgo de excelencia, pero lo cierto es que constituía un factor de debilidad, que, cuando no producía una sumisión servil, provocaba tensiones explosivas y fracturas irremediables que sólo la violencia del ejército soviético podía recomponer.
El papel de guía que ejercían los Estados Unidos en el mundo capitalista occidental era muy distinto. Si en el caso de los países asiáticos, africanos e iberoamericanos no dudaron en recurrir a las interferencias más brutales y en dar su apoyo a regímenes autoritarios y dictatoriales de derechas para defender sus intereses como potencia, con los países de la Europa occidental, que estaban decididos a mantener en su esfera de influencia (incluso preparando planes de intervención «excepcionales» de acuerdo con organizaciones secretas internas, como en el caso de Italia, país considerado en peligro por la existencia de un fortísimo Partido Comunista, o apoyando el golpe de Estado de los «coroneles» en la Grecia de 1967), los Estados Unidos establecieron por lo general un vínculo de liderazgo activo, de hegemonía, muy distinto al de dominio que ejercía la URSS en los países satélites. Aunque en posición subordinada en el ámbito del enfrentamiento entre las dos superpotencias, los Estados occidentales eran aliados, disfrutaban de instituciones democráticas (salvo España y Portugal hasta mediados de los años setenta y Grecia entre 1967 y 1974) y de una autonomía política interior y exterior, especialmente acentuada en Gran Bretaña y Francia, imposible de imaginar en el Este europeo.
Esta diversidad de las características, que iba a distinguir en líneas generales al mundo oriental del mundo occidental, existió desde el principio, es decir, desde los años del inicio de la guerra fría, de la consumación del abismo entre las dos Europas y de su reconstrucción. Durante la posguerra, los Estados Unidos contribuyeron a la recuperación y el desarrollo de la democracia en la Europa occidental, y emplearon sus enormes recursos económicos para fomentar un relanzamiento rápido y eficaz de la economía de los países desorganizados por la guerra. Fue sin duda una recuperación «vigilada» y condicionada por los americanos desde el punto de vista político, a veces de un modo oneroso (sobre todo en el caso italiano), pero siempre gestionada por los gobiernos nacionales. Esta política obtuvo un indiscutible consenso mayoritario, verificado en el proceso electoral, por parte de los pueblos interesados.
El carácter de las relaciones que estableció la URSS en la parte del mundo que dominaba era radicalmente distinto a causa de dos elementos fundamentales: el primero era el carácter intrínseco del sistema totalitario soviético; el segundo, la situación de excepcional gravedad económica en la que cayeron la URSS y los países del bloque soviético en la posguerra.
En la Europa oriental, la URSS estalinista, gracias a los efectos de la conquista y a su extraordinaria potencia militar, y con el apoyo activo de los partidos comunistas locales, exportó sus instituciones, que se consolidaron en unos pocos años tras la aniquilación de sus oponentes. Los gobiernos locales debían imitar el «modelo» soviético, y todo aquel que resultara sospechoso de falta de celo, con razón o sin ella. incluso siendo uno de los dirigentes en el poder, se convertía en víctima de purgas despiadadas a imitación de las que había llevado a cabo el propio Stalin en la URSS de los años treinta. Las «democracias populares» del Este europeo no fueron más que la cobertura y la vía de acceso a las «dictaduras del proletariado», al monopolio político de las oligarquías comunistas, controladas a su vez por los soviéticos. El comienzo de la guerra fría contribuyó de un modo determinante a acelerar la sovietización integral de la Europa del Este.
En cuanto a la dimensión económica, la situación soviética era diametralmente opuesta a la de los Estados Unidos. Mientras que éstos habían salido de la guerra sin una casa derribada, con una pérdida modesta de vidas humanas (poco más de 200.000 muertos) y un sistema productivo en plena expansión, la zona europea de la URSS (la más desarrollada) era un cementerio industrial y agrícola, producto de la sistemática política de destrucción del invasor nazi. La caída demográfica había sido trágica por la pérdida de más de veinte millones de hombres, de modo que el país debía afrontar problemas de reconstrucción de una amplitud y una gravedad excepcionales. Añádase a esto el hecho de que los países europeos sometidos a la Unión Soviética, con las únicas excepciones de Checoslovaquia y Alemania Oriental, pertenecían a la zona más atrasada del continente y eran los que habían padecido con mayor intensidad, sobre todo en el caso de Polonia, los efectos de la devastación bélica. En consecuencia, la reconstrucción económica tanto de la URSS como de la Europa del Este fue mucho más ardua que la de Europa occidental. Mientras que los Estados Unidos estaban en condiciones de hacer que fluyeran grandes recursos para conservar a los países europeos en su esfera de influencia, la URSS tuvo que afrontar ante todo sus propias necesidades en condiciones desastrosas y, para ello, no dudó en extraer grandes cantidades de recursos de los ya empobrecidos países del Este europeo. Todo esto condicionó desde el principio la naturaleza y el significado del enfrentamiento entre «Oriente» y «Occidente»